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Imaginario de Ibiza

Un retrato de la antropización

En la mayor parte de la isla encontramos postales que reflejan de forma tajante los efectos de la huella del hombre sobre el paisaje. La bahía de Portmany, tal vez por ser uno de los primeros entornos ibicencos en desarrollarse turísticamente, constituye uno de los ejemplos destacados

Vista panorámica del norte de la bahía de Portmany. / X.P.

Vista panorámica del norte de la bahía de Portmany. / X.P.

Xescu Prats @xescuprats *

Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestros pies (José Martí).

Salvo en los valles inhóspitos y poco comunicados de Morna y Benimussa, en los más recónditos enclaves de la costa de Aubarca y en algún que otro territorio que milagrosamente ha permanecido ajeno al escrutinio de los especuladores, podemos encontrar escenas por doquier que reflejan los efectos más devastadores de la modificación del paisaje isleño. Esta fotografía, sin embargo, constituye un insólito y casi completo catálogo de las distintas formas de antropización que el urbanismo moderno ha generado en Ibiza.

La instantánea muestra un fragmento de la bahía de Portmany y fue tomada hace cinco años, en septiembre de 2020, semanas después de concluir el periodo de confinamiento por el covid-19. Entonces, la isla se encontraba en un estado resplandeciente, con el mar cristalino, libre de vertidos. El hombre, sin embargo, acudió raudo a retomar su rosario de estropicios.

Unos días antes de la captura, alguien, desconozco si voluntaria o involuntariamente, provocó un incendio en sa Talaia de Sant Antoni, dejando, tal y como puede apreciarse en la parte superior, un área de monte carbonizada, en contraste con el fulgor de la capilla situada en la cima y el azul radiante del cielo. El lugar ya había sufrido siniestros anteriores y hace pocos días volvió a ocurrir lo mismo, esta vez al pie de la ladera.

Los mayores de Sant Antoni y todos aquellos que han tenido la oportunidad de ver a través de imágenes antiguas cómo era aquel arrabal de casas bajas que conformaba el pueblo, sabe que entre ellas destacaba la iglesia fortificada, que se elevaba por encima de las demás construcciones. Ahora ya no la distinguimos, al haber quedado rodeada por edificios mucho más altos que ella, que conforman una muralla de hormigón en el frontal del núcleo urbano. Entre ellos destacan los más grandes, como el Tanit y el Portus Magnus, que se apoyan el uno sobre el otro.

A lo lejos, en la parte superior derecha, también se avista una de las colosales villas que se han construido en la Ibiza rural, en este caso coronando la cima de un monte. Muchas de estas viviendas poseen jardines colosales, con vastas extensiones de hierba y grandes piscinas que requieren cantidades industriales de agua para su mantenimiento.

En primera línea aparece también una serie de embarcaciones fondeadas en mitad de la bahía, varias de ellas sobre posidonia, con muertos y cadenas que siegan la pradera, desgastándola progresivamente cada temporada. Y bajo el agua radiante ya se intuyen los futuros episodios de vertidos, que este verano han culminado con playas cerradas semana sí y semana también con una reiteración tan disparatada que hasta ahora no la habíamos visto.

A ello hay que añadir el resto de los elementos no visibles, pero que aguardan en estado latente: el excesivo tráfico rodado y los atascos al atardecer, el turismo de excesos que se dispersa por la ribera y las calles adyancentes y tantos otros factores que contribuyen a la sensación de saturación que se expande por la isla y que podríamos ejemplarizar mediante fotografías de otros muchos enclaves isleños.

Y, a pesar de todo, el lugar sigue transmitiendo un encanto indudable, a costa de ignorar el hormigón. En parte por estar sobrevolado por un manto de pinos, allá donde no han sido pasto de las llamas, y, por supuesto, por el gran azul.

(*) Cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

Existen lugares donde el turismo se ha desarrollado con un respeto mucho más definido por el paisaje. Claro ejemplo de ello es la isla de Lanzarote, en el archipiélago canario, donde uno de sus vecinos, el artista César Manrique (1919-1992), supo concienciar a la población sobre la necesidad de crecer de forma sostenible para garantizar la conservación del paisaje y la supervivencia a largo plazo de la propia industria turística. En Ibiza, aunque recibimos de manera temprana la visita de grandes pensadores que ya alertaron del peligro de un crecimiento descontrolado, como el filósofo Walter Benjamin, no tuvimos una figura de estas características que nos impusiera la necesidad de establecer un norte a la evolución urbanística.

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