Memoria de la isla | Notas de arquitectura
En nuestras casas, sin necesidad de palabras, la luz escribe poemas en el enjalbiego. No podemos leerlos, pero sí vivenciarlos en sus reflejos, temblores y deslumbramientos. Según pasan las horas, los muros desnudos cambian sus blancos y, en lecturas nuevas, nos ofrecen páginas de indescriptible plasticidad

Una casa pagesa antigua. / D.I.
Las casas despiertan prematinales con tintes azules y nos permiten rescatar sus volúmenes de las sombras. En el transcurso de la mañana, las casas pasan de los tonos más fríos del blanco a la luz intensa del mediodía, cuando el blanco de la cal deja de ser color para ser sólo luz, una luz que espejea y nos ciega. Entra la tarde y las casas recuperan formas, relieves, texturas, matices más íntimos y más cálidos. Son los mejores momentos para gozar su arquitectura. Su geometría se recorta entonces con límites limpios y precisos. Pero eso dura poco. El día sigue su curso y con el crepúsculo las paredes se aligeran, pierden peso y nitidez en un entorno que se diluye y pierde realidad.
Recuerdo una pequeña casa, camino de Sant Miquel de Balansat, a la izquierda de la carretera, poco antes de llegar al pueblo. En las últimas horas de un día de julio, a contraluz y con el sol ya muy bajo, la casa se veía transfigurada. La masa se imponía todavía compacta, pero la luz resbalaba sobre sus perfiles que desprendían un halo ingrávido y difuminado que quedaba flotando en ese polvillo que le da corporeidad a la luz y que sólo en raras ocasiones llegamos a ver. La casa, en la luz, fluía irreal. Me pregunté si eran casuales aquellos efectos y me dije que no. No del todo. Porque no se darían sin la orientación de los muros a la luz, sin la virtualidad expresiva de los materiales y las formas. En nuestras casas hay razón y hay oficio, pero sobre todo hay sentido, hay vivencia. Es una arquitectura en la que no tiene papel el azar. Es una arquitectura que, como solemos decir, hace virtud de la necesidad.
En lo tocante a la manifestación y percepción de los fenómenos visuales, es importante recordar que la relación figura-fondo aparece como orientación necesaria de nuestra visión. Y es conforme a esta relación como se presentan las superficies o planos bajo los efectos de la luz. En latitudes mediterráneas como la nuestra, con atmósfera nítida y mucha luz, las formas se perfilan contrastadas y bien definidas, mientras que en lugares de luces pobres, caso de las atmósferas agrisadas de los países centroeuropeos y septentrionales, la definición pierde rotundidad y se diluye, razón de que tengan necesidad de complementar las fachadas con colores que den vida a sus paramentos y elementos sobresalientes, de manera que creen sombras y matices. No es el caso de nuestra arquitectura que no precisa ningún adorno y se muestra espléndida en su desnudez. Las texturas de los materiales dan sobrado juego para que la luz despierte sus virtualidades, su expresividad. Nuestra arquitectura ni tan siquiera necesita subrayar ángulos ni aristas, un detalle que sorprende cuando su módulo básico es una pieza tan rotunda y humilde como el cubo. El caso es que cualquiera puede ver que la intersección de planos en una casa payesa no es nunca una línea recta, aguda, cortada a cuchillo. Nuestra arquitectura suaviza las aristas y mata el esquinazo, lo despunta con una suave ondulación. Incluso los bordes de muros y techos son achaflanados, ángulos muertos. Las líneas que determinan la articulación de los planos eliminan los límites de los muros y se curvan en bordes suaves, de manera que la rotundidad de la masa se compensa con la blandura de la arista roma, del ángulo muerto. Hay en ello una sorprendente naturalidad constructiva, la obra copia a la naturaleza en la que domina la línea curva. La línea recta es siempre de una manifiesta artificialidad.
La espalda de la casa
Y otro aspecto que llama la atención en nuestra arquitectura es la distinta valoración texturial –es decir, plástica- que el plano o muro adquiere según es la orientación de la casa que, a cierta distancia, se nos ofrece maciza y uniforme. El enjalbiego de sus muros, en contraste con el azul del cielo y el rojo de la tierra, subraya la impresión que nos da de masa y de sólido bloque. Esta percepción de densidad, peso y geometría compacta, nos llega por la condición plana y homogénea de sus muros, sin apenas solución de continuidad; pero si nos acercamos, la casa se nos impone como arquitectura excavada y de inequívoco organicismo. Cuando decimos que nuestras casas miran al sur estamos diciendo que en ellas hay espalda, lados y rostro. La espalda, que mira al norte, se conforma cerrada y severa, con una total indiferencia respecto al entorno y, todo lo más, tendrá un ventanuco vigilante, abierto como a desgana para que la casa no quede ciega. Por el este y el oeste, las paredes respiran un poco más y se asoman al exterior, aunque tímidamente. Por el sur, en cambio, el rostro de la casa se abre al horizonte. Y digo se abre porque la superficie sur es la única que, desde el exterior, nos habla del interior como cavidad o habitación, y se refiere a ella con efectos de enorme contraste a través de la porxada que subraya el papel unitivo y separador del umbral. La simplicidad de la fachada es máxima. Las columnas se limitan a su básica función de sostén y no hay adornos, todo lo más pequeñas molduras. Su belleza no nace de la simetría ni de la alternancia regular de formas, sino de una exigencia habitacional y de una espontaneidad expresiva que consigue los mismos efectos de orden y armonía que tienen las composiciones clásicas, merced a su respeto por la mesura, la proporción y el equilibrio entre todos sus elementos. Este tratamiento minimalista deja la arquitectura en lo esencial, en la que no hay ningún detalle superfluo, que no sea necesario y significativo. Sorprende comprobar esa forma de interioridad espacial que, por la porxada, ya se da en las fachadas. De alguna forma, sería cierto aquí lo de que el rostro es el espejo del alma. La fachada, en sí misma, ya nos facilita una buena lectura de los interiores porque en ella ya descubrimos el carácter de la vivienda y un modo de vida, la habitabilidad, en fin, que ofrece la casa.
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