Imaginario de Ibiza

Imaginario de Ibiza | En el limbo sobre un muelle fantasma

La progresiva desaparición de varaderos y embarcaderos transforma el paisaje de algunas calas ibicencas. Dicho fenómeno se produce por la falta de pescadores, tanto profesionales como aficionados, que mantengan estas rústicas infraestructuras

Muelle ya desaparecido de Cala Llentrisca. / X.P.

Muelle ya desaparecido de Cala Llentrisca. / X.P.

Xescu Prats

Xescu Prats

¿Acaso no existe en mi cuerpo una especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van acumulándose y convirtiéndose en lodo? (Haruki Murakami).

El limbo, según la doctrina tradicional católica, es el lugar al que van a parar las almas de aquellos que mueren sin haber sido bautizados y cuando aún no tienen uso de razón. No debe de confundirse con el purgatorio, donde aguardan quienes están destinados a alcanzar el cielo, pero necesitan un tiempo accesorio para acabar de purificar sus pecados.

También se dice que el limbo se ubica en una región fronteriza con el infierno, lo suficientemente cerca como para sentir el calor de las llamas, pero no tanto como para ser alcanzado por ellas. Hoy en día, el limbo también ejerce como metáfora de transición, de estar en la frontera de algo o atravesar un estado de incertidumbre o indecisión.

En consecuencia, aquellos que fueron bautizados nunca podrán conocer el limbo en la otra vida, pero sí experimentar su acepción más mundana, incluso más allá de lo metafórico y lo abstracto. Cuando una persona pisa la tierra y percibe su firmeza toma conciencia del estado físico. Por el contrario, cuando se zambulle en el mar, experimenta el estado líquido. Sin embargo, al no poder volar ni levitar en el aire, se pierde el estado gaseoso.

Ese limbo entre lo líquido y lo sólido, entre lo tangible y lo imperceptible, únicamente puede percibirse en lugares tan singulares como esos áticos elevados con suelos y muros de cristal, en los túneles de viento, en los miradores de los acantilados más extremos del mundo y también en determinados puentes de estructura liviana, que atraviesan ríos, lagunas y mares uniendo pasos estrechos. En Ibiza no existe tal abanico de infraestructuras, pero sí algunos sucedáneos igual de místicos: los viejos muelles de los marineros, que en su momento fueron construidos con mortero, piedras, puntales y tablas en numerosas calas.

Esos rústicos embarcaderos hacen posible caminar sobre las aguas y sentirlas bajo los pies, a través de los huecos que quedan entre los listones livianos, que prácticamente dejan al aire. El final de la pasarela se apoya en una estructura sólida, cimentada en el fondo del mar, donde se suelen encallar en el hormigón algunos puntales verticales de sabina para que ejerzan de norays. Un espacio subyugante desde para admirar el paisaje y soñar despierto.

El muelle engullido

El muelle de la imagen podía atravesarse hasta hace pocos años, cuando aún había algunos pescadores en Cala Llentrisca que se ocupaban de mantenerlo, ya que les facilitaba la tarea de embarcar aparejos y desembarcar capturas. Hoy, si nadie le ha puesto remedio en fechas recientes, ya no existe.

En verano, tras descender a la playa a través del estrecho sendero que zigzaguea por el acantilado, lo cruzábamos para escudriñar el fondo del mar, extraordinariamente cristalino, y cerciorarnos de la nula presencia de medusas, antes de arrojarnos al mar desde sus lamas. En invierno, por el contrario, la sensación de sobrevolar la materia líquida y admirar la costa sur de la isla, desde los recodos más cercanos de es Cubells hasta el Cap des Falcó, constituía una suerte de ritual reconfortante. El muelle, sin embargo, fue engullido por los temporales del invierno, quedando para el recuerdo en el limbo de las experiencias perdidas, al que van yendo a parar tantos otros retazos de la Ibiza de antaño.

Que los muelles y varaderos de Cala Llentrisca se desintegren con el paso de los años, como ocurre en tantos otros rincones costeros, constituye una metáfora icónica de las mutaciones que experimenta la isla. Oficios como el de pescador se van extinguiendo por la ausencia de una nueva generación que proporcione continuidad a esta tradición artesanal. Las restricciones legales, los calendarios cada vez más escuetos para faenar y la excesiva burocracia alimentan esta extinción progresiva.

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