Periodismo
Una vida informando desde Formentera: Los tiempos casposos
Carmelo Convalia explica que constantemente tenía que hacer pedagogía de la libertad de expresión para que lo entendieran en la isla

Comisión de Gobierno en s'Espalmador el 27 agosto 1992. / C.C.
Muchos de los personajes con los que lidió durante 35 años le han dejado huella. «Fue una época de una política un poco… casposa. Aquí se vivió una transición propia, porque aún se mantenían los tics autoritarios. En los 80, había cosas que aquí todavía no se entendían. Por ejemplo, que un periodista hiciera fotos en los plenos, motivo por el que a mí me llamaron la atención. ‘¡Eh, no hagas tantas fotos!’, me dijeron. Les expliqué que hasta podía grabar el pleno entero si así lo quería. Constantemente tenía que hacer pedagogía de la libertad de expresión para que lo entendieran. Y lo entendieron». Hizo pedagogía hasta con el enterrador: «Me mandan a hacer un reportaje el Día de Todos los Santos. Voy al cementerio y el enterrador me pregunta que adónde voy. ‘No, no, no se pueden hacer fotos’, me dijo. Tuve que ir a casa del alcalde, Toni Serra, y pedirle que interviniera: ‘No voy a montar un número. Haz algo’, le rogué. Tuvo que ir en persona para decirle al enterrador que me dejara hacer mi trabajo».
Era conocida la rivalidad entre Serra y el socialista Bartolo Ferrer: «Eran los representantes de los dos bloques antagónicos, de la derecha y del PSOE. Se podían tirar los trastos a la cabeza en los plenos, pero luego se llamaban y, cuando nadie los veía, se reunían y solucionaban el problema. Y luego ya cada uno con su partido se las arreglaba como podía».
Isidor Torres, que fue senador y alcalde de Formentera, «tenía otro talante», según Convalia: «Era muy distinto a Toni Serra, que aunque era muy de derechas, con el paso de los años se fue aflojando bastante, la verdad». Con Isidor Torres «comenzó la profesionalización del Consell, porque empezaron a cobrar. Hasta entonces no percibían un salario, los políticos no tenían sueldo. Es decir, Bartolo vivía del Tipic y sus negocios de hostelería, y Toni Serra seguía dirigiendo el colegio en Sant Ferran».
Como periodista, asistió en persona al momento que provocó el cisma definitivo entre la derecha de Ibiza y la de Formentera: «Fue durante un pleno convocado para reivindicar el uso y dominio público de s’Estany des Peix, que en esa época se consideraba una finca rústica inundada por las aguas del mar. Las escrituras de esa propiedad estaban en manos de una empresa de Abel Matutes, Formentera S.A., que presentó un proyecto de lo que quería hacer en ese espacio húmedo en un publireportaje a doble página aparecido en el Diario de Ibiza. Incluía islotes para yates, tipo Cancún. Aquellas intenciones de Matutes empezaron a cabrear mucho a la gente de Formentera». Sólo era «un pleno simbólico» para tratar ese tema y «dejar clara» la oposición de la isla. Pero poco antes de empezar la sesión le llamó Toni Serra: «‘Ven, entra’. Quería que me metiera con él en un despachito que usaban los políticos. Tras entrar, siguió la conversación que estaba teniendo en esos momentos ¡con Matutes!: ‘Sí, dime, Abel. ¿Qué quieres, que vote en contra? ¿Pues sabes qué te digo? Que si quieres que vote en contra, vienes y votas tú. Hasta luego’. Y le colgó». A partir de ahí se creó el Grupo Independiente de Formentera (GIF), un acto de rebeldía, interpreta Convalia, «contra la imposición de los ibicencos que decían lo que se tenía que hacer en Formentera. Por mucho que fueran del mismo partido, los de aquí no tragaban. De ahí salió el GIF, un grupo conservador, pero insularista».
Una comisión de gobierno en s’Espalmador... y en bañador
Durante su carrera en la isla, Carmelo Convalia fue testigo de sucesos extraños, por momentos surrealistas, casi paranormales en aquellas Pitiusas casposillas, como cuando el 27 de agosto de 1992 se reunió la comisión de gobierno del Consell de Ibiza y Formentera en la playa de sa Torreta de s’Espalmador bajo un simple toldo de campaña y sillas de playa. El periodista llegó allí en la ‘golondrina’ ‘Bahía’, que unía la Savina con la playa de s’Alga, y luego cruzó el islote andando de punta a punta, hasta llegar a sa Torreta, donde inmortalizó en exclusiva a todos los consellers en torno a una mesa llena de viandas y bebidas y vestidos únicamente con bañador. Ilustró el encuentro, que calificó de «fuera de lo común y original», con aquella imagen, pues era necesaria una prueba para que el lector no creyera que lo que el redactor les estaba contando era una milonga. Inconcebible hoy en día, también parecía extraño entonces que se escogiera aquel paraje para celebrar ese encuentro oficial, pero así era el presidente de la institución, Antoni Marí Calbet, que solía veranear en el islote y que no estaba dispuesto a que lo políticamente correcto le fastidiara sus vacaciones: «Relajados a orillas del mar, los responsables de la institución insular disfrutaron de un plácido día», contó el periodista, que subrayó lo «insólito» de una cita en la que se despacharon inversiones millonarias, entre ellas una para la restauración de la torre de defensa de ese mismo islote. «Sobre todo hemos venido a pasar un día todos juntos en la playa», justificó Marí Calbet, que «acampaba» allí desde hacía semanas, como cada verano. En la foto aparecen Joan Marí Tur, Pere Palau, María Luisa Cava de Llano…

El precio de informar en Formentera
Carmelo Convalia vivió varios momentos difíciles como periodista simplemente por informar: «Cuando más apuro pasé fue cuando publicamos conductas no adecuadas, por decirlo de manera políticamente correcta, de las fuerzas de seguridad. Fue un caso de malos tratos. Me denunciaron por difamación. Pero perdieron, se archivó el caso. No había caso, yo había hecho bien mi trabajo y ellos eran los que tenían que espabilar, les dijo el juez».
Otro fue cuando publicó el caso de corrupción de un empresario de Formentera, Vicente Ferrer Castelló, Vicente Sala, vinculado a Enrique Fajarnés, entonces alcalde de Ibiza: «Demostramos, con los talones, el cobro de comisiones por la construcción de la desaladora de Vila, del mobiliario de la avenida Joan Carles I, de la construcción del edificio de aparcamientos y oficinas del puerto… de toda una serie de contratos del Ayuntamiento de Vila que habían pasado por manos de este empresario formenterés, que había montado una empresa en Luxemburgo, Formentera Holding, y además de otra en Liechtenstein, es decir, en paraísos fiscales. Pudimos demostrar que había cobrado, como mínimo, 300 millones de las antiguas pesetas en comisiones. Hicimos un buen trabajo en equipo Joan Lluís Ferrer, Joan Serra y yo. Ahí sí que hubo algún tipo de presión, pero más que política, empresarial». Posteriormente, recuerda, se condenó al empresario, pero no se consideró que hubiera un nexo con el alcalde Fajarnés.
Ahora prepara un libro sobre un asunto que, como suele ocurrir en esta profesión, queda parcialmente sin resolver, en el limbo: el incendio de los archivos urbanísticos de Formentera ocurrido la madrugada del 30 de mayo de 1999: «Después de tantos años, nadie ha explicado la investigación policial que se hizo. Estoy intentando llegar a eso. Fue el mayor atentado de la historia en democracia contra una institución pública. El tema fue que la derecha sabía que iba a perder en aquellas elecciones municipales y autonómicas de 1999. La izquierda advertía: ojo, que vamos a aplicar la normativa urbanística a rajatabla, pues hasta entonces se cometieron un montón de irregularidades. Alguien quería construir una casa y, en vez de seguir los trámites, el alcalde o quien fuera le decía, ‘tu veu fent’». A los tres días de aquel incendio empezaba la campaña de unas elecciones que ganó por mayoría absoluta la COP, la coalición de fuerzas progresistas: «El PP sacó un representante y dimitió toda su lista en cadena. Con lo cual, en la legislatura en 1999-2003, aunque el PP tenía un representante, no tuvo ninguna representación en el Ayuntamiento». Aquel 1999, los formenterenses demostraron que ya estaban «hartos de aquella forma casposa de hacer política».
Una de las secciones que le ha resultado más ingrata es la de sucesos: «Son muy complicados. Por ejemplo, cuando se detiene a personas que conoces y luego te las encuentras por la calle. En Ibiza, ya sé que los periodistas no tenéis todo el anonimato que quisierais. Pero aquí estamos más expuestos públicamente porque trabajamos en una población relativamente reducida. No es lo mismo escribir en Ibiza que en Barcelona o en cualquier otra gran ciudad. Pero aquí todavía es aún más diferente. Aquí sales por la mañana e igual te cruzas con el tío del que acabas de publicar que le han detenido por tráfico de drogas o por maltratar a su mujer. Eso es muy incómodo. He llegado a estar con unos amigos en un bar y llegar un tío por detrás y tocarme el hombro de malas maneras gritándote ‘tú, ¿por qué me llamas asesino?’. Y yo sin saber quién era ese tipo, que luego me explicaron que era el que pegaba a su esposa, cuya noticia publiqué». Más recientemente, se encontró a un guardia civil relacionado con un club de alterne y una empresa de seguridad privada. Me lo encontré ya estando jubilado, en un bar. Se desahogó conmigo, pero fue educado. Haberme denunciado, le dije. Pero cómo me iba a denunciar si todo lo que escribí era verdad».
Frialdad y emoción
Más incómodo todavía es ser «testigo directo de tragedias humanas», como cuando, a dos semanas de la jubilación, falleció un bebé de dos meses por un desprendimiento de rocas en la playa de es Copinar. O asistir a la imparable oleada de pateras: «Humanamente, es duro. Es otro fenómeno que he cubierto desde que arribó la primera. Te marca».
Ante situaciones tan duras, el periodista (no todos) crea callo para, al menos mientras informa, no dejarse llevar por las emociones: «Una vez que estás ahí, donde hay un accidente o donde llega una patera, no sé qué pasa, pero tenemos un mecanismo de defensa que, a modo de coraza, nos hace insensibles. Actuamos con una frialdad pasmosa. Yo por lo menos, no sé si todo el mundo hace lo mismo, pero a mí me pasa. Sabes estar en el lugar y qué es lo que exactamente tienes que hacer, sin molestar a nadie. Pero luego, cuando todo ha pasado, te empiezas a emocionar». Y lo hace al recordar algunos de los casos que ha vivido. Traga saliva y prosigue.
A comienzos de los años 90, la Guardia Civil de la isla no tenía cámaras propias para fotografiar, de manera que cada vez que había un suicidio llamaban a Carmelo Convalia para que les hiciera un reportaje gráfico. Le resultaba incómodo, muy duro: «Al acabar, rebobinaba el carrete y se lo entregaba al juez de paz para que este se lo diera a los agentes. Eso me tocó, era muy desagradable». Vio gente ahorcada, colgada, con cartas en los bolsillos para sus familiares.
Con la Benemérita también tuvo algún que otro roce, como cuando el 6 de septiembre de 2000 fotografió a los reyes Juan Carlos y Sofía junto a Abel Matutes y su esposa mientras navegaban juntos en una lancha en es Caló, después de que cada uno llegara por su cuenta a esa cala a bordo del ‘Fortuna’ y del ‘Aiglón’, respectivamente: «Fue un chivatazo, y casi me detienen. Sabíamos la hora y el lugar a donde irían. Dos guardias civiles como armarios llegaron en lancha hasta donde yo estaba esperando y me pidieron los carretes. Ni siquiera había hecho aún las fotos, pero me negué a dárselos». Comenzó entonces una conversación surrealista:
-¿Es usted un paparazzi?
-No, soy periodista de Diario de Ibiza
-[El agente habla con su superior por móvil] Que hay aquí un paparazzi…
-Que no soy paparazzi.
-Que dice que no es paparazzi, que es periodista de Diario de Ibiza... Vale. Me dice mi superior que me dé los carretes.
-Que no te los doy. Si quieres detenerme, vamos al cuartel y me explicas por qué te los tengo que dar.
Al día siguiente fue portada de Diario de Ibiza.
Los seis imperdibles de Carmelo
En su casa de Cala en Baster, Carmelo Convalia conserva numerosos recuerdos de su extensa vida profesional. Entre los que han supuesto algo especial se encuentra un cuadro de la desaparecida artista Isabel Echarri que conserva en el salón y que utilizó para el cartel de ‘La sal de Formentera’, un documental que dirigió en 2009.

Cuadros de Isabel Echarri. / C.C.
O el cartel de ‘Aigüa clara’, un cuadro del artista Enric Riera que utilizó para este documental sobre el campo de concentración de Formentera, que dirigió en 2007.

Cartel de Aigua Clara. / C.C.
También tiene especial cariño por el famoso libro de fotografías de Benny Trutman, del que escribió un texto del que dice sentirse muy orgulloso.

Libro de Benny Trutman cuyo texto es de Convalia. / C.C.
Muestra, además, su primera cámara, una Nikon F-501, analógica, de las que llevaban carrete, como el Fuji Film que aún conserva intacto.

Su primera cámara, una Nikon F 501. / C.C.
No sabe dónde guarda la Olivetti Lettera 42 con la que empezó a escribir en Formentera, pero sí encuentra otras dos: la Hermes Baby que perteneció a Juan Ramón de la Cruz Valero, periodista que fue uno de los fundadores de la revista UC, y que Convalia ‘heredó’; y una Cannon S80, la primera eléctrica que tuvo y que adquirió en Alemania (tiene caracteres de su alfabeto) cuando fue a visitar a su madre a Luxemburgo, donde residía.

La máquina de escribir que heredó de Juan Ramón de la Cruz Valero. / C.C.

Su primera máquina de escribir eléctrica. / C.C.
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