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Carmelo Convalia: 40 años de periodismo en Formentera
El periodista comenzó a informar desde la isla en 1985 y en 1989 se sumó a Es Diari

Nito Verdera y Carmelo Convalia en 1988. / Reinald Wünche
«Ha sido un placer haber podido contar la historia de esta isla, en tiempo real, durante casi cuatro décadas». Así concluía Carmelo Convalia, corresponsal de Diario de Ibiza en Formentera desde 1989, el artículo con el que el pasado verano se despedía de los lectores tras 40 años de periodismo en esa isla, de los cuales dedicó 35 a este medio. Una despedida emotiva de quien durante años fue «el periodista» de la isla, el único que había en ese rincón tan apartado de Balears, donde ejercer la profesión no era nada sencillo.
Escucharle repasar su vida, ahora que está jubilado, es como asistir a una lección intensiva de periodismo, a un máster en cómo ingeniárselas para salir airoso (no siempre) de las adversidades diarias del plumilla, que son aún más difíciles y singulares en aquella isla, donde es preciso desarrollar un espíritu robinsoniano para aguantar el tipo.
Rebobinemos. Convalia nació en Pamplona en 1958. A los tres años, en 1961, sus padres decidieron partir a París «como emigrantes económicos», recalca. Su madre, que era maestra, pidió una excedencia y renunció a su trabajo de funcionaria: «En París se dedicaba a limpiar escaleras, aunque siguió estudiando, incluso en la Sorbona». Su padre era «marroquinerista encuadernador». Era un «manitas» que se dedicaba a encuadernar libros antiguos de piel, a hacer los dorados, a coser sus lomos, además de tratar mesas de época forradas con piel. Trabajaba en una empresa de restauración ubicada en la plaza de la Madeleine, en París.

Carmelo Convalia, siempre con la cámara a cuestas, durante el día de El Pilar. / Pilar Aldea
Allí vivió Carmelo hasta cumplir los trece años, de manera que absorbió toda su educación Primaria en francés: «Fue el primer idioma que empecé a hablar, aunque en casa empleábamos el castellano. Pero a leer, a escribir y a hablar de forma correcta, lo primero que aprendí fue el francés». Le sería muy útil tiempo después en Formentera. Tras 10 años en París, la familia volvió a España, concretamente a Madrid.
Y ahora, avancemos en el tiempo. Llega a Formentera en el verano de 1981. ¿La razón? «Porque me enamoré de mi primera mujer, la madre de dos de mis hijos. Ella tenía aquí una casa». La conoció en la mítica Sala Sol, en Madrid, en los albores de la Movida, en esas noches sin fin en las que incluso conoció a Pedro Almodóvar: «La isla me enganchó desde el primer momento. Quería huir de la ciudad». Aún era estudiante de Magisterio, estudios a los que llegó tras abandonar Periodismo en el segundo curso, cuando eran cinco. Su primer trabajo en Formentera fue de friegaplatos durante tres meses de verano en un bar que ofrecía couscous en su menú y que se llamaba La Lagartija.
Y empezó a buscarse la vida en la pitiusa del sur: «No había academias, así que para ayudar a los chavales que habían suspendido el curso y de cara a los exámenes de recuperación de septiembre, propuse a los directores de los colegios públicos de Sant Francesc, el exalcalde Isidor Torres, y Sant Ferran, Toni Serra, también exalcalde, dar clases de repaso». Le prestaron la llave de un aula, que podía usar de nueve de la mañana a dos de la tarde: «Era a precios bastante populares. Tenía bastantes alumnos de Primaria, unos 40, a los que daba clases de todo, menos de matemáticas y catalán». Lo hizo entre 1982 y 1984.

Imagen Convalia, a la izquierda, en una foto de Reinald Wünsche. En medio, el periodista Joan Cerdà. / Reinald Wünsche
Maestro de francés
Y aquel 1984, ya acabada la carrera de Magisterio (y ya padre), se dio cuenta de que en Madrid, donde había cursado esos estudios, lo tenía difícil para sobrevivir: «Allí no me iba a comer un rosco porque terminaba siempre currando de camarero». Por ejemplo, sirviendo copas en el Café Teatro Candilejas, en la calle Bailén, disfrazado de Buster Keaton. Vio la luz cuando leyó un cartel colgado en una librería de Formentera en el que informaban de que necesitaban maestros para enseñar francés en la Alianza Francesa, lengua que dominaba desde crío: «Trabajaba a media jornada. Fue mi primer contrato, porque en esa época no te contrataban en ninguna parte. Los curros de los bares eran todos en negro, incluido en Madrid». Además, hacía sustituciones en los centros públicos. Por ejemplo, si un maestro enfermaba o si uno se casaba y se iba de vacaciones 15 días: «Me las pagaban las asociaciones de padres, todo en negro. Aún guardo algún recibo».
Sus primeros pinitos en el periodismo comienzan en 1985, de la mano de la Radio Ibiza SER, un programa semanal que le obligaba a ir una vez a la semana a Ibiza: «Es que entonces se grababa con Revox. Hacerlo por teléfono no era viable. Era un programa de actualidad general, un resumen semanal de Formentera». Entre las sustituciones, las clases de francés y la SER « iba sobreviviendo».

Moción de censura de 1989: de izquierda a derecha, Vicent Escandell (exalcalde), Bartomeu Cardona, Paco Mayans (CDS). Mariano Mayans, Vicent Juan y Convalia. / / R. W.
Dos años más tarde empieza a escribir «de forma seria» en el Formentera Día a Día, un semanario que salía los jueves, junto a Lorenzo Vidal. Muestra una foto, aún muy joven, de aquellos años, concretamente del día del pleno de la moción de censura contra Bartomeu Ferrer Marí, el 22 de abril de 1989: «El CDS de Antoni Calafat Mayans había pactado con los socialistas de Ferrer para que este fuera alcalde tras las elecciones de 1987. Y al cabo de dos años, el CDS, apoyado por la derecha local, que entonces lideraba Toni Serra, presentó una moción de censura. Yo asistía como periodista de la SER. Allí me encontré a Antonio Pedro [redactor de Diario de Ibiza], que me dijo: ‘Te quiere fichar el diario. Me ha dicho José Iglesias [el director] que le llames o que vayas a verle cuando quieras, que quiere hablar contigo’. A mí, Paco Verdera [propietario], ya me había ofrecido dos años antes entrar en el periódico, pero lo rechacé». Verdera se lo insinuó durante una comida multitudinaria celebrada en Formentera a la que fue invitada mucha gente: «A mí también. Y en una de estas, Paco, que estaba en la punta de la mesa y yo estaba en la contraria, va y me suelta: ‘Carmelo, escúchame, acabarás trabajando para Diario de Ibiza’. Y yo, muy chulo, delante de todo el mundo, le digo que no porque nunca trabajaría con un periódico tan de derechas. Así que me tuve que comer las palabras cuando en 1989 me lo pidió José Iglesias». Paco Verdera jamás se lo reprochó.
Escribe su primer artículo en Es Diari el 27 de mayo de 1989: «Formentera solicitará al Insalud la creación de un centro de salud», titular de una noticia en la que describe una isla que sólo tiene un ATS y que únicamente cuenta con un Centro Subcomarcal de Higiene. No recuerda aquellos primeros párrafos de una relación con Es Diari que se prolongaría durante 35 años. Carmelo, en pruebas con un contrato de auxiliar de redacción, no aparece en la mancheta hasta el 13 de agosto de ese año.

Carmelo Convalia, Marta Vázquez y Guillermo Romaní en modo 'Primera plana' en unos carnavales en 2004. / Pep Martínez
Y como consecuencia de ese fichaje, «se produjo el cisma». Lo califica así porque el periódico le obligó, por motivos obvios, a dejar de colaborar con la SER, que Nacho Lahuerta dirigía en Ibiza: «Yo quería seguir con Radio Ibiza, pero José Iglesias me dijo que no era posible porque el periódico tenía por entonces Radio Diario, donde ya trabajaban Julio Herranz y Mise García». Lahuerta le rescató en cuanto, pocos años después, desapareció Radio Diario.
Al principio, la ‘redacción’ de Diario de Ibiza en Formentera era su propia casa. Allá donde viviera. Usaba una máquina de escribir Olivetti Lettera 42: «Si eran reportajes que podían esperar, los enviaba en un sobre que entregaba en el barco y que alguien de la redacción de Ibiza recogía en el puerto. Y si era una noticia del día, que era el trabajo fundamental, debía ir a uno de los bares que contaba con teléfono de cuentapasos para dictarla a un picador de Es Diari. El Bahía y la cafetería San Francisco eran los dos únicos donde había aparatos de esas características. En esa época, la red de telefonía de Formentera era mínima y en mi casa no tenía teléfono».

A la izquierda, en la puerta de la Fonda Pepe. / R.W.
Cada llamada para dictar la noticia se convertía en un espectáculo: «Al llegar al bar, telefoneaba a la redacción. ‘Oye, que ya estoy aquí’. ‘Vale’, me respondían: ‘Ahora te llamamos’. Lo hacía un picador al que le dictaba el artículo. Los parroquianos ya sabían más o menos a la hora que solía ir allí para pasar la crónica, de siete a nueve de la noche. ¿Ha llegado Carmelo? Preguntaban. No, aún no, no tardará. Entonces, esperaban sentados. Era todo un acontecimiento. Me hacían corrillo y escuchaban. Muchos se descojonaban y me decían, ‘pues así, mañana ya no compramos el diario’. Luego me invitaban y se montaba una tertulia».
Sin barco no hay foto
Eran los años analógicos, aquellos en los que se mecanografiaba en papel y se corregía con típex, no existía internet y las máquinas de fotografiar usaban carretes que había que revelar y, luego, positivar. Y sin internet y con carretes, mandar las fotos a la redacción de Ibiza era una odisea: «Metía los carretes en un sobre y los enviaba por barco a Ibiza, donde algún redactor tenía que ir a recogerlos. Era un marrón para ellos. Cuando en la redacción se pedía que alguien fuera, todo el mundo se escondía bajo las mesas». El problema surgía en invierno porque el último barco salía sobre las seis de la tarde: «Cualquier cosa gráfica que ocurriera después no había manera de mandarla. Había que esperar hasta el día siguiente». Más de una vez llegó al puerto en su Mobylette Campera «a toda hostia, con cara de Hormiga Atómica», y lanzaba, justo en el momento en el que el barco soltaba amarras, en el último suspiro, el sobre con el carrete desde el muelle, que el marinero, ya acostumbrado, cogía al vuelo.

El 'Tiburón' varado. La foto se tuvo que sacar un día después. / C.C.
De esa dependencia del barco queda constancia en la edición del 28 de diciembre de 1992: la principal noticia de la portada de Diario de Ibiza de aquella jornada es ‘El Tiburón embarranca en la playa de sa Sequia de Formentera’. Pero la foto (en blanco y negro) que ilustra esa noticia en primera plana es una de archivo de ese hidrofoil amarrado a puerto. Al tratarse del día de los Santos Inocentes, los lectores creyeron que se trataba de una inocentada (aún se hacían; desde hace lustros, no), sobre todo porque no había una foto que confirmara que se había empotrado contra las rocas. Pero esa foto existía: «El problema fue que el ‘Tiburón’ embarrancó en el último viaje que hizo de Ibiza a Formentera, al entrar al puerto». Convalia hizo la foto, espectacular, pero no había otra embarcación que pudiera llevar el carrete ese día hasta la redacción del diario: «La gente en Ibiza se lo tomó como la inocentada del periódico». Al día siguiente, el 29, se publicó a cuatro columnas y a color la imagen del embarrancamiento, en la que aparecía el rápido ladeado hacia estribor y con una decena de curiosos que lo observaban desde la costa, a escasos metros.

Carmelo en un dibujo de Juan Moreno. / Juan Moreno
En otras ocasiones resolvieron ese problema gracias a las amistades forjadas en el desempeño de la profesión, como cuando se produjo una evacuación aérea de dos enfermos, uno con un problema cardiorrespiratorio y el otro con una hemorragia intestinal: «Había un temporal del carajo. Ningún barco salía, ni grandes ni pequeños. Por entonces, cuando ocurría algo así, siempre había un barco de guardia, como la ‘Joven Dolores’, que hacía las evacuaciones. Se llamaba al patrón, este buscaba a toda la tripulación y ponían rumbo a Ibiza. Pero aquel día era imposible que saliera ninguno. Para evacuarlos vino un helicóptero del SAR, que a duras penas aterrizó en el muelle comercial de la dársena de Levante. La gente creía que no lo podría hacer. Cayó sobre el muelle como una piedra». Tenía las fotos, pero ¿cómo las iba a mandar a Ibiza? «El hijo de uno de los enfermos se subió al helicóptero. Le conocía, era colega, Pep Mateu. Le di rápidamente todos los carretes, sin sobre y sin nada, y le dije que alguien iría a buscarlos al aeropuerto». Fue Rafa Domínguez, que trabajaba entonces en Diario de Ibiza como fotógrafo, quien los recuperó.

Evacuación en helicóptero de un enfermo. / C.C.
También echó mano de la imaginación y de los nuevos e incipientes recursos digitales para salir airoso de aquel aislamiento al que, recurrentemente, se veía sumido, cuando se desplomó la techumbre del monumento megalítico de Ca na Costa durante un temporal «de tres pares de narices» que tuvo lugar el 5 de diciembre de 1997: «La estructura de hierro estaba oxidada y, debido al vendaval, se vino abajo. No salían los barcos y, por tanto, no se podían enviar aquellas fotos. Había una tienda de revelado 24 horas, pero era invierno y solo abría en verano. Llamé al dueño, que puso en marcha las máquinas para que se calentaran los líquidos de revelado. Tardaría un par de horas en estar lista, me dijo». Aún estaban a tiempo. Luego, en una hora le reveló los dos carretes. Carmelo se fue corriendo entonces a una tienda de informática que acaban de abrir en la isla: «Era de Paco Tauet, Paco Mayans, otro empresario local colaborador de Diario de Ibiza. Le pregunté si podía escanear un negativo y si tenía correo electrónico para enviar un archivo a otro correo electrónico». Respuesta positiva en ambos casos. Tauet era de los pocos que ya disponía de e-mail: «Fue el primer archivo digital, la primera foto enviada por métodos digitales que publicó Diario de Ibiza. Y en color, además», explica Convalia. El correo al que lo envió era de Joan Serra, director de Es Diari, «el único que había entonces en el periódico». Pero hay otro asunto que hay que tener en cuenta en esta historia: la velocidad de envío en aquellos tiempos era «desesperante». El archivo, bastante pesado, tardó una eternidad en llegar a su destino, pero finalmente se publicó en el periódico del día siguiente.

La primera foto digital que publicó Es Diari. El derrumbe del techo de Ca na Costa en 1997. / C.C.
Paso al fax
En esa transición paulatina pero inexorable hacia la digitalización, otro hito fundamental tuvo lugar a comienzos de los años 90, cuando del dictado a través de los teléfonos con cuentapasos de los bares formenterenses, Convalia pudo empezar a enviar sus textos por fax, toda una innovación: «Paco Tauet fue uno de los primeros que tuvo un fax en su oficina. Llegamos a un acuerdo por el cual me dejaba la llave de su despacho y yo, por las noches, sobre las nueve, cuando acababa, iba allí con mis textos manuscritos y los mandaba por fax a la redacción. Fue un avance importante». Igual que la transición de la máquina de escribir al primer ordenador que tuvo, un Mac LCII, que le llegó a comienzos de los años 90.
Pero mientras el ordenador alivió su trabajo, el fax, especialmente ruidoso, le trajo problemas: «Me instalaron el fax en casa. Me enviaban faxes constantemente. Hasta que mi mujer dijo basta». Habilitó un garaje anexo como despacho de ‘redacción’ y Es Diari le preparó allí una línea fija y el fax: «Me puse a currar ahí, pues estaba más aislado de la actividad familiar». Su familia respiró aliviada.

Su oficina en su casa en 1997. El ordenador era un MAC LC2. / C.C.
No se creó una delegación con redacción específica (distinta a su hogar) en Formentera hasta años más tarde, si bien cambió de ubicación varias veces hasta que, a finales de 2023, se suprimió y Convalia tuvo que volver a trabajar en su casa: «Para gran disgusto de mi pareja». Pero fue por poco tiempo, pues oficialmente se jubiló pocos meses después, el 5 de septiembre de 2024. «Lo que más me ha gustado de todos estos 35 años en el periódico ha sido contar la evolución de esta isla, que ha sido apasionante. Y todo eso en paralelo con la evolución de la tecnología o de las herramientas que hemos utilizado como periodistas», resume.

«Ahora me siento amo de mi tiempo»
¿Le ha costado jubilarse o ya era hora de hacerlo? «Era la hora, era el momento de jubilarme. No me ha costado nada. La sensación, además, es muy agradable. Me siento amo de mi tiempo». ¿No echa de menos el periodismo? «No echo de menos nada. La gente, siempre que dejas una actividad profesional por jubilación, te pregunta ¿y ahora qué vas a hacer? ¿Qué voy a hacer? Hago cosas que antes no hacía, como cuidar más de las cosas de casa. Ahora hago apaños, monto en bicicleta, ando, leo más. Antes no leía. Ahora, me preocupo más de los detalles. Y en esta profesión, si tienes familia, esta sufre mucho. Ahora me preocupo más de ellos. Por esta profesión he perdido una parte de la crianza de mis hijos. Estaba ahí, pero no de la forma tan intensa que hubiera deseado».
La jubilación como alivio ante el enorme desgaste que supone el periodismo, especialmente en lugares como Formentera, donde todos se conocen, aún más que en Eivissa: «Lo que más me ha erosionado ha sido la exposición pública en esta profesión, que es tremenda en un sitio tan pequeño. Es decir, no eres anónimo. Todo el mundo sabe quién eres. Todo el mundo te conoce. Eso pesa. Es una carga. Pero también te digo una cosa. He tenido la suerte de hacer bien mi trabajo por no ser indígena. Lo digo en el buen sentido de la palabra. Si hubiera procedido de familia de Formentera, no hubiera podido hacer el trabajo como lo he hecho. Porque, tarde o temprano, una empresa podría ser de mi tío; uno que se hubiera dado una hostia en la moto podría ser mi primo; otro familiar se podría haber vuelto loco y metido en un lío; el alcalde podría ser mi sobrino... Es decir, el no tener ningún vínculo familiar directo me ha permitido trabajar con más libertad y con menos presión. Ser periodista formenterés en Formentera es muy duro».
Cuenta que los últimos años ha sabido «dosificar la ansiedad por acabar», por llegar ya, de una vez, a la jubilación: «Pensaba: cuando llegue, llegará. No te agobies, Carmelo, no pasa nada. Tras tantos años, por seis meses que te quedan, no te vuelvas loco ahora».
«No», responde lacónico cuando se le pregunta si, a pesar de algunos sucesos vividos y del desgaste que le ha supuesto, pensó en alguna ocasión en tirar la toalla: «Siempre he amado esta profesión».

Carmelo Bob Dylan y el Molino de la Mola de Mariscal. / MARISCAL

Pildoras desde Formentera
La mente clara
Recomienda a los periodistas «salir cada mañana con la mirada clara a la calle; tener la mente despejada, olvidar lo que se arrastra del día anterior para salir con las energías renovadas y sin que nada te pueda influir para seguir viendo la realidad como es».
El fuego
Le llegó a «incomodar», además de darle mucho trabajo, los constantes incendios que se producían en la isla: «Qué manía con quemar cosas en Formentera. Yo no sé qué pasa en esta isla. Cuántos chiringuitos se han quemado, cuántos habré cubierto. O los incendios sucesivos que hubo en Cala Saona, forestales, no se sabe si fortuitos o no. Tres seguidos suena raro. Fortuito, igual el primero, pero los otros dos seguidos, no se entiende. Eso fue tremendo. Fueron días de trabajo y horas y horas. Venga fuego, venga fuego. Y aquello no se apagaba nunca. Fue muy desesperante».
Historias por resolver
Le hubiera gustado, asegura, «desvelar la gestión» del espacio controlado por Ibifor en ses Salines: «¿Cómo funcionan esas concesiones? ¿Por qué se permiten esos restaurantes en zona marítimo terrestre en base, se supone, a una concesión? ¿Hasta cuánto duran esas concesiones? ¿Cada cuánto tiempo se renuevan? ¿Cuánto paga un restaurante de ses Illetes de canon?». Otro asunto pendiente: «La presencia de los nazis en Formentera. Pero ahí llegué tarde».
Temas para disfrutar
«El tema que más he disfrutado ha sido el de la divulgación de la posidonia para quitarle la mala imagen que tenía por ‘ensuciar’ las playas», siempre de la mano del biólogo marino Manu San Félix, que «fue el que empezó a valorar y a explicar todo lo que significaba la posidonia». Empezó a escribir sobre esta planta a comienzos de los años 90, mucho antes de que fuera incluida como parte del Patrimonio de la Humanidad: «Todo ese proceso de concienciación del valor que tenía esta planta marina fue apasionante porque al mismo tiempo lo iba descubriendo yo mismo, que no tenía ni idea. Fue un aprendizaje muy bonito».
Personajes cautivadores
Le impresionó la labor de Xavi Álvarez. Por ejemplo, en las campañas contra la extracción de arena para rellenar las playas: «Era el presidente del GOB y luchó muchísimo, pero fue muy maltratado por un sector económico de la isla, aunque al final lo entendieron». Entre «lo más divertido» de sus 40 años de profesión, entrevistar a Philippe Starck o a Xavier Mariscal «y que eso se convierta en una amistad que aún dura». O entrevistar a músicos importantes y artistas, como el fotógrafo Alberto García Álix: «Con gente de esas características, aprendes mucho».
El espíritu crítico
Cree que el espíritu crítico es una de las cosas que ha aportado a la profesión: «Pero ese espíritu se ha perdido hace mucho tiempo, desgraciadamente. Fue una de las cosas que a mí me movía del periodismo, poder no solamente informar, sino también tener una visión crítica sobre lo que pasa. Y cuando digo crítico no necesariamente digo ser destroyer». Lamenta, además, que la profesión «se haya amoldado a los clics del ‘me gusta’, a funcionar a tiro de titular». Cree que, como se dice en ‘Primera plana’, «la gente, desgraciadamente, ya no lee más del primer párrafo». Y abomina del clickbait: «Es el periodismo que más me toca las narices, el que te pone un titular que no tiene nada que ver con el texto. Eso es engañar a la gente».
Guillermo Romaní: «Mi competencia, mi colega»
Casualidades de la vida, el 6 de septiembre de 2024, un día después de jubilarse, fallecía Guillermo Romaní, su «competencia», su «colega». Así, se dio la circunstancia de que el primer día de su jubilación, Convalia volvió a encender el ordenador para escribir uno de los obituarios más sentidos y sinceros aparecidos en la prensa local. «Él trabajando en una cabecera y yo en esta, conseguimos durante dos décadas no insultarnos demasiado y no pisar la manguera del otro. Eso lo hicimos sin aspavientos y, sobre todo, con respeto mutuo, cosa que hoy, desgraciadamente, ya no ocurre en este mundo de la información, donde parece que el que hace más ruido tiene la razón». Guillermo, y eso lo sabíamos todos, «era muy especial, correcto en el trato, exigente consigo mismo y elegante en la forma de ser y de vestir». Y a su vez, era entrañable. Para Convalia, su llegada a finales de los 90 a Formentera acabó con su «soledad como periodista local». Dejó de ser «el periodista». Ya eran dos.
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