Memoria de la isla | Aproximación al origen

La retroprogresión que propuso Salvador Pániker en ‘Aproximación al origen’ debería ser para nosotros un objetivo irrenunciable: alcanzar el mañana sin perder el ayer, sin perder la identidad. La milenaria cultura de nuestras islas es deudora de sus orígenes, de aquí que cuando su supuesto progreso ignora su pasado, sus costes excedan casi siempre a sus ventajas.

Varadero de Eivissa. / D.I.

Varadero de Eivissa. / D.I.

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ibiza

Ruego al lector que me disculpe si por una vez dejo de lado la cotidianidad de la memoria que no abandono del todo cuando lo que sigue remite al peso que el ayer debería tener en el hoy. En estos momentos en que la ibiceidad, -todo lo que como propio nos define-, se diluye soterrado por los modos y modas que nos impone un turismo que nos fagocita, desborda y descompone, no nos conviene perder de vista los escasos elementos que aún nos identifican y en los que todavía nos reconocemos, valores que hasta ahora han explicado quienes somos, lo que Ibiza y Formentera han sido y no deberían dejar de ser. Es comprensible que al hacer camino hayamos dejado en la cuneta formas de vida de un mundo que dejó de existir hace ya muchos años. Su muerte estaba cantada.

En aquellas formas de vida caducadas que hoy llamamos tradicionales están los hábitos, las costumbres y celebraciones que si en su momento fueron manifestaciones populares naturales porque respondían a la vida que entonces se hacía, hoy son sólo expresiones que mantenemos por su valor testimonial, pero que inevitablemente van camino de convertirse en mero escaparate, en folclore para turistas. En este meritorio esfuerzo conservacionista están, en casi todos nuestros municipios, pequeños grupos de resistencia, aplecs i colles que, animados por un fuerte sentimiento de enraizamiento y pertenencia, defienden artesanías, viejos oficios, bailes, músicas y canciones. Y está bien, muy bien. El problema es que cuando la vida que hacemos hoy tiene poco que ver –diría que nada- con la que hacían nuestros mayores, aquellas expresiones del Viejo Mundo ya no tienen el sentido que entonces tuvieron. Eran actos y modos coyunturales, circunstanciales, con sentido en determinado contexto que, al cambiar, han pasado a ser material etnológico, casi arqueológico. Que no es poca cosa, conviene decirlo.

Con referencia a nuestro ayer y a lo vivido, la cuestión que hoy debería importarnos es saber qué nos conviene retener, determinar qué aspectos de nuestro patrimonio socio-cultural son irrenunciables y deberían sobrevivir. Tranquiliza que el principal elemento de nuestra cultura, la lengua, -a pesar del maltrato y las amenazas que sufre- tiene una mala salud de hierro. Los mayores de la tribu que fuimos lamentablemente escolarizados en la que entonces era lengua oficial y única, el castellano, hermoso verbo pero que, al ser excluyente fue en detrimento del habla propia, un catalán o ibicenco que luego hemos tenido que aprender a trompicones. El problema es que no sólo se trata del habla. Cabe retener y defender muchos otros elementos sustantivos que nos definen y que la vida que hacemos hoy no debería ignorar. En otras ocasiones hemos hablado de la sabiduría de nuestra arquetípica arquitectura, no para repetirla miméticamente, pero sí para preservar sus parámetros esenciales, en la línea que han hecho Hausmann, Sert, Broner, Elias Torres y tantos otros.

Y otro elemento que está en riesgos de extinción porque es inmaterial es la singularidad de una determinada personalidad, lo que llamamos talante, manera de ser, tarannà, capteniment, carácter. Nuestros mayores tuvieron durante siglos virtudes y valores que han saltado por los aires, mesura, calma, equilibrio, sobriedad, conocimiento de lo propio, aspectos, en fin, que no dependen necesariamente de la vida que hagamos o dejemos de hacer. Son aspectos que posiblemente se tienen que vivir de otra manera, pero que no tenían -ni tienen hoy- por qué desaparecer. Y otro elemento patrimonial asimismo sustantivo, de incalculable valor, que creímos ingenuamente inalterable pero que nos han puesto –y hemos puesto- literalmente del revés es el propio territorio, el hecho de convertir la isla en un lugar en el que los oriundos empezamos a sentirnos extranjeros.

Cuando uno constata con qué estúpida ceguera y celeridad perdemos elementos que nos identifican, es imposible sustraerse a la idea de que arrasamos como Atila la tierra que pisamos. El error es monumental cuando sólo sabemos lo que recordamos y sólo en lo vivido tenemos los cimientos para afrontar lo que nos queda por vivir. Si ignoramos el ayer, construimos sobre arena, hacemos castillos en el aire.

Perder la memoria es perderse

El pasado, en resumidas cuentas, es la palanca que nos facilita el apoyo que necesitamos para levantar con seguridad pesos que en otro caso no tendríamos posibilidad de mover. Konrad Lorenz tiene una frase reveladora: «Cuando sin contar con el pasado provocamos mutaciones descontroladas, generamos monstruos». Todos sabemos que quien olvida, quien sufre alzheimer, no sabe quién es. Perder la memoria es perderse.

El verdadero progreso sólo puede hacerse desde un asiento seguro, desde una aproximación crítica al origen, desde la propia historia y la propia cultura. Es lo que, como al principio comentaba, Pániker llamaba dinamismo crítico retroprogresivo y que podemos traducir diciendo que el auténtico avance, el crecimiento genuino, es como ese vórtice espiral que coge fuerza y se expande sin perder pie desde la base, desde su origen. La mala deriva que hoy tenemos pudo arrancar, con cierta ingenuidad o inconsciencia, en nuestro preturístico ayer, pero es algo que alcanza un estadio consciente en el progreso que inauguramos después, en el los años 60, cuando protagonizamos una situación compleja –auténtica bisagra temporal- que deberíamos haber sometido a crítica y que, sin embargo, pasamos por alto.

En aquel momento nos equivocamos. Sólo desde la imprescindible conciencia crítica de aquella nueva situación hubiéramos podido subir con relativa seguridad, de manera sostenible como decimos hoy, un nuevo peldaño. Lo retro –que hoy tenemos por peyorativo y no lo es- hubiera compensado la euforia de lo progre que tuvimos como panacea. La lección de Pániker no puede ser más sencilla: «lo vivido enseña a vivir». Es lo que decimos a pie de calle cuando advertimos «lo sabe por experiencia».

El pasado, en resumidas cuentas, es la palanca que nos facilita el apoyo que necesitamos para levantar con seguridad pesos que en otro caso no tendríamos posibilidad de mover. Konrad Lorenz tiene una frase reveladora: «Cuando sin contar con el pasado provocamos mutaciones descontroladas, generamos monstruos». Todos sabemos que quien olvida, quien sufre alzheimer, no sabe quién es. Perder la memoria es perderse.

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