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Imaginario de Ibiza: Una perspectiva vertical de Cala Llonga y sus confines

A vista de pájaro, esta playa funciona como metáfora de la propia isla. Refleja las tensiones entre pasado y presente, agricultura y turismo, y naturaleza y urbanismo. Su extraordinaria singularidad geográfica, además, la asemeja a una ría.

Cala Llonga a vista de pájaro. / X.P.

Cala Llonga a vista de pájaro. / X.P.

@xescuprats *

Entonces vi que desde las mismas puertas del cielo partía un camino hacia el infierno (John Bunyan).

Un publicista al que conocí hace ya muchos años tenía la costumbre de debatir cualquier asunto recurriendo a la política, el paisanaje y los vericuetos sociales que acontecían en un pequeño pueblo andaluz donde él había nacido y se había criado. Llamémosle Villabajo, como en el anuncio del lavavajillas.

Aquel sujeto tenía una verborrea indomable y la capacidad de monopolizar la conversación y llevársela a su terreno, hasta el extremo de que, en una sola velada, todo el mundo acababa conociendo Villabajo y sus parroquianos al dedillo, sin haber estado nunca allí. Una noche, un literato que se había sumado al monólogo y al que ya le salía humo por las orejas tras otra parrafada que habría ensombrecido los discursos de Fidel Castro ante la ONU, le preguntó con mucha sorna si Villabajo era «la metáfora del mundo». Aquella salida, como es lógico, provocó que todos los presentes estallaran en carcajadas y, desde entonces, Villabajo pasó a un discreto segundo plano en las tertulias.

Existen lugares, sin embargo, que sí ejercen como metáfora de otros más grandes porque contienen en su territorio idénticas características sociales, estructurales y urbanas, y una evolución similar. Por ejemplo, son muchos los enclaves de la isla que sirven de metáfora de sí misma y, sin duda, Cala Llonga es uno de los más representativos.

En esta imagen a vista de pájaro no sólo se avista la peculiar forma de ría que esboza el litoral de la rada, que desde este punto de vista sí es única en Ibiza, pues tiene más de 700 metros de profundidad y hasta 250 de ancho. También se distinguen los hoteles mamotreto erigidos en los años del desarrollismo, que se encaraman a los acantilados junto a la orilla, adquiriendo una forma escalonada, y las urbanizaciones colindantes, como Pueblo Espárrago y Valverde, con construcciones arracimadas entre los pinos que apenas dejan un palmo libre de hormigón en su superficie, como si estuvieran a punto de desbordarse.

Tras la zona turística paralela a la profunda orilla de arena, en la cota inferior, y siguiendo el curso de la Torrentera de Cala Llonga, una retícula de campos abandonados pertenecientes a las antiguas fincas payesas. Antaño aquí se cultivaban cereales, árboles de secano y alguna huerta, aprovechando el agua que descendía de los montes.

Hace 4.000 años

Y sobrevolando todo el conjunto, como testigo mudo y oculto por el denso pinar, el yacimiento arqueológico del Puig de ses Torretes, en el macizo del lado sur, donde se apostaron algunos de los primeros pobladores de la isla hace alrededor de 4.000 años.

Desde el cielo, Cala Llonga exhibe las tensiones urbanísticas que caracterizaron Ibiza en el siglo pasado, en pro de un progreso económico que era imprescindible para elevar la paupérrima calidad de vida de los ibicencos, pero que podría haberse desarrollado infinitamente mejor.

Y en paralelo, sin que se perciba en la imagen, las nuevas tensiones actuales, que según parece culminarán en la transformación de una playa antaño icónica del turismo familiar, a reducto de fiesta y lujo de cartón piedra. Es lo que se pretende con la nueva piel que se ha conferido a los viejos hoteles, disimulando, aunque sin borrarla del todo, la decadencia de un enclave saturado y que, a pesar de todo, sigue reteniendo parte de su belleza. Esa Ibiza, en definitiva, que acapara mil y una contradicciones.

Cala de pescadores y payeses

La singular geografía de Cala Llonga, que mira de frente al levante, proporcionaba antaño abrigo a los pescadores de la zona. Al pie de las inmensas terrazas del complejo hotelero situado en el flanco sur aún aguarda un pequeño núcleo de casetas varadero. En la retaguardia de la orilla, según se va ganando altura siguiendo el torrente, las casas payesas se suceden. Desde ellas se gobernaban las fincas de los alrededores. Un paisaje, en definitiva, que antaño era de payeses y pescadores.

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