Memoria de la isla: Topónimos de leyenda
El lenguaje es un terreno plagado de enigmas. Es fascinante, por ejemplo, la diversidad de lenguas que tenemos, más de 7.000 idiomas distintos que, por supuesto, no son el castigo babélico de un dios airado.

La isla de Tagomago vista desde la costa de Ibiza. / VICENT MARÍ
La capacidad del habla y su necesidad para convivir y sobrevivir, ya desde los neandertales, iría creando, en miles de millones de años, de manera tácita y convencional, miles de palabras. Y la separación geográfica de los distintos grupos humanos daría diferentes voces para nombrar una misma cosa y así, poco a poco, surgirían distintos lenguajes. Esto explica que compartan raíces lenguas vecinas (francés, italiano, español, etc), y que el habla de pueblos alejados, caso del chino y el portugués, se parezcan como un huevo a una castaña. En cualquier caso, el origen de las palabras es un misterio en muchos aspectos y lo cierto es que nadie sabe por qué llamamos mesa a una mesa y silla a una silla. Y tampoco en este caso resuelve la cuestión imaginarnos, como el Génesis sugiere, a Eva y Adán sentados a la sombra de un sicomoro, dando nombre a todas las cosas y a todo bicho viviente. Sorprende, en fin, que sepamos tan poco de un artefacto tan común y cotidiano como la palabra.
Existen, sin embargo, familias de palabras sorprendentemente explícitas cuando el filólogo les hinca el diente. Sucede con los ‘nombres de lugar’, pues su etimología, más que allá de decir si una expresión o voz viene del griego, latín, árabe o catalán, puede aportar referencias diversas: topográficas (la Mola, s’Illa Plana, Portmany, sa Seca, es Pas Estret), históricas (es Revellí, Vara de Rey, sa Drassana, s’Estacada, Botafoc), antroponímicas (Talamanca, Platja d’en Bossa, sa feixa d’en Banyarric), religiosas, (basta ver el santoral que bautizó nuestros pueblos), faunísticas (Cova des Virot, Séquia de ses Anguiles, es Vell Marí, s'Illa de ses Rates), botánicas (ses Solseres, es Camp de sa Palmera, es Malvins), agropecuarias (s’Hort de sa Fruita, sa Feixa des Garrovers, es Figueral), y en algunos casos, con claras alusiones a determinadas actividades y usos (es Puig des Molins, ses Salines, ses Feixes, es secador des Albercocs, es Carregador, etc).
Mitos y leyendas
Muchos otros topónimos nos remiten a los mitos y leyendas que conforman nuestro imaginario: YBSM (Isla de Bes), Vedrà, Cap des Jueu, Cova des Fum, illa des Penjats, Clot des Llamp, Caló des Moro, Botafoc, illa Murada, Ca na Costa, Punta des ses Torretes, Tagomago, Caló des Mort, Porto-salé, Conillera o s’Illa Negra. Son nombres que dan relatos que funden lo real y lo imaginario. Ca na Costa invita a fantasear sobre la compleja estructura del monumento y los personajes allí enterrados; una isla como Tagomago nos recuerda a Magón, el general cartaginés que dio nombre a Mahón. Y s’Illa Plana, que Pérez Cabrero identifica con la Tricuadra de Plinio el Viejo, dispara la fantasía de que en la isla pudo nacer Aníbal. Son relatos que no tienen nada que ver con la toponimia, que es una ciencia, de aquí que llamemos a estos nombres de lugar topónimos de leyenda. Y no puede extrañarnos que se generen. La temprana y dilatada habitación de nuestra isla deja vacíos temporales en los que pierde pie la memoria y de los que sólo tenemos indicios que, por su vaguedad, tientan a crear los relatos fantásticos que encontramos, por ejemplo, en Mariano Planells, ('Diccionario de secretos de Ibiza'), en Carlos Garrido (Ibiza Màgica y Formentera Màgica) y en Joan Castelló Guasch ('Rondalles, Supersticions d’Eivissa i Formentera', etc).
Este imaginario fantástico, por otra parte, más allá de los topónimos, se alimenta de muchos otros elementos. Blakstad ve en la casa eivissenca crípticos mensajes y una arquitectura emparentada con la mesopotámica. Y tiene su lógica cuando els portals de feixa, más que el acceso a un huerto, parecen la entrada de un templo. Y en paralelo van las reflexiones de Philip Rottier en 'El palau pagès'. Tenemos autores que describen fuerzas magnéticas y telúricas en es Vedrà, mientras otros hablan de la tutela vigente de Tanit y Bes. Y hay quien ve Ibiza como la isla Escorpión, tierra de muerte y resurrección, algo que parece confirmar nuestro museo de la Necrópolis, dedicado a la muerte. Otros autores ven nuestras islas como universos ambivalentes, en los que uno puede sentirse inmensamente feliz, como lo han sido tantos viajeros, o, por el contrario, terriblemente infelices como aquellos que, como Cioran, estuvieron en Ibiza al borde suicidio, incapaces de soportar su belleza. Hay quien, como Josep Pla, ve en nuestros bailes, en la fogosidad masculina y la esquiva sutilidad femenina, reminiscencias paganas ancestrales y huellas de viejos rituales ligados a las aguas vivas, de ahí las danzas en las fuentes que emergen del seno de Gaya, la Diosa Madre.
Invasión de ofidios
Los viejos mitos dan mitos nuevos. La invasión ofídica que destruye la leyenda de que nuestra tierra era ‘sagrada’, refractaria a las sierpes y bichos ponzoñosos, da paso a la simbología clásica de la sierpe enrollada en el báculo de Escolapio, signo de vida. El cambio anual de piel del ofidio simbolizaría la renovación, el rejuvenecimiento, la resurrección, la inmortalidad y el equilibrio de las fuerzas antagónicas que se dan en la isla. El caso es que las leyendas del Viejo Mundo siguen aquí, en nuestros topónimos, en nuestra arquitectura, en nuestras costumbres, en nuestras más íntimas entretelas.
Suscríbete para seguir leyendo
- Coses Nostres | El auténtico sonido de la noche ibicenca
- Imaginario de Ibiza: Ibiza y la agonía de los peces fuera del agua
- Gran angular: El día en que cayó Joaquín Vara de Rey
- Memoria de la isla: Rasgos poblacionales en los años cincuenta
- Coses Nostres: El antídoto de Venus contra las serpientes
- Coses Nostres: La ninfa verde de las sabinas
- Memoria de la isla | Siempre nos quedará el Pereira
- Menorca i les Pitiüses: unes illes germanes i diferents