Coses Nostres: Los clones de Tambor
El conejo silvestre, un endemismo ibérico, es también abundante en las Pitiusas y a menudo se ignoran los importantes beneficios que genera en los ecosistemas

Conejo fotografiado en el parque natural de ses Salines. / CAT
«El bosque tiene un lenguaje propio y, si sabes escuchar, te enseñará muchas cosas». La frase es del libro 'Bambi, una vida en el bosque', un clásico infantil del austriaco Felix Salten que medio mundo conoció gracias a que Disney lo llevó al cine de animación en 1942. Desde entonces, es posible que la historia del cervatillo, sus amigos y su madre tiroteada haya estado traumatizando muchas infancias, pero lo cierto es que la obra —y principalmente el libro— es un canto a la naturaleza y una invitación a respetar los ecosistemas y a sus habitantes. Y si, además del nombre del ciervo Bambi (un corzo en la obra escrita), recuerdas el de algún otro personaje, podríamos apostar a que es el del conejo. ¿Cuántos (aparte de los cazadores) no ven a Tambor al encontrarse frente a frente con un conejo salvaje?
Ibiza y Formentera no destacan por su variedad de mamíferos, aunque hay erizos, ginetas, pequeños roedores como el lirón careto (que sólo está en Formentera) y un solo y omnipresente lagomorfo que, a menudo, es erróneamente clasificado como roedor. El conejo salvaje o silvestre (Oryctolagus cuniculus) es un animal extraordinariamente hermoso y curioso, a pesar de que su abundancia en los campos, matorrales y bosques pitiusos parece reducir el interés que pudiera despertar su aspecto y su comportamiento. Ello unido al hecho de que se trata de una especie cinegética, que los cazadores matan con profusión en las islas, y existe cierto mecanismo cultural instalado en el cerebro humano que parece reprimir la capacidad de sentir empatía hacia los seres vivos que destina a su consumo. La psicóloga estadounidense Melanie Joy reflexiona sobre «los sistemas de creencias» que nos conducen a obviar el sufrimiento de otras especies en el libro 'Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas'. Y siempre es más fácil obviarlo si evitamos ver su belleza, su comportamiento, sus emociones y las características que los hacen únicos.
Si te encuentras un conejo en el camino, es posible que se aleje con sus característicos saltos —impulsándose con sus potentes patas traseras— y te muestre el penacho blanco de su cola. Pero también es posible que se quede unos instantes observándote con sus grandes ojos con visión panorámica y agitando levemente sus enormes orejas; a pesar de sus ojazos, su agudeza visual no es destacable, pero si lo es su capacidad auditiva. Si respetas cierta distancia tal vez puedas observarlo el tiempo suficiente para ver cómo mueve la nariz olfateando el aire —su olfato también es remarcable— y puedas fijarte en los hermosos tonos pardos y grises de su pelaje. Tal vez también observes alguna garrapata en el interior rosa de sus orejas, surcadas por algunas finas venas rojas.
Sin embargo, la principal particularidad que hace que un conejo sea un conejo son sus dientes; mientras los roedores tienen cuatro incisivos, conejos y liebres se distinguen por tener seis. Estos dientes, además, no dejan de crecer durante toda su vida (por eso vemos a Bugs Bunny royendo zanahorias constantemente).
El conejo silvestre es un endemismo ibérico y es tal su relación con España que una de las hipótesis más reconocidas sobre el origen de la palabra Hispania señala que procede del fenicio y significa ‘tierra de conejos’. Y aunque no les prestemos demasiada atención, estos animales, que tienen una tasa de reproducción muy elevada, son grandes ingenieros de los ecosistemas, que modifican su hábitat excavando su característicos vivares, alterando la estructura de los matorrales, mejorando la calidad de la tierra con sus deyecciones y dispersando semillas. Es, en definitiva, una especie clave de la que depende el sustento de grandes depredadores amenazados como linces, águilas, halcones, o grandes búhos. También pueden ser presas de las ginetas.
Finalmente, volviendo al gran amigo de Bambi, no es casual que fuera bautizado como Tambor, ya que los conejos muestran un comportamiento que se denomina tamborileo, que consiste en usar las patas traseras para golpear repetidamente el suelo o el tronco de algún árbol, a menudo amplificando el sonido con el hueco que pueda haber en ese tronco o el de una madriguera. Se trata de una forma de comunicación con la que suelen advertir de algún peligro a sus congéneres. Tal vez en la empresa Duracell también conocían este comportamiento al convertir en emblema de la marca a un conejito tocando el tambor.
Mascota de los monasterios
Curiosamente, aunque por un lado es una especie cinegética común, también es un animal domesticado como mascota, aunque es una de las domesticaciones más recientes, ya que se considera que fue hace unos 1.400 años que comenzaron a ser considerados como animales de compañía. Y fueron los monjes de los monasterios los que iniciaron este proceso al percatarse del carácter afable de los conejos.
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