La colección de ‘Podarcis pityusensis’ del Naturkunde
Lagartijas azules (casi negras) de Ibiza en Berlín
El Naturkunde alberga una magnífica colección de lagartijas pitiusas recolectadas por Martin Eisentraut hace 97 años

Sergio G. Cañizares

Frank Tillack se detiene ante el grueso doble portón y deja a un lado el carrito. Se pone serio (más de lo que ya estaba) y me mira fijamente:
Aquí sólo pueden entrar investigadores acreditados. [Por un momento pienso que me voy a quedar fuera]. Pero puedes entrar conmigo. Uff.Instrucciones. En este almacén -prosigue- sólo pueden entrar dos personas a la vez. Aquí sólo se entra de dos en dos. Si sonara la alarma, tenemos 30 segundos para escapar antes de que la puerta se cierre herméticamente.¿Por qué sólo de dos en dos?Por seguridad.¿Y por qué no puede entrar uno solo?Para que en caso de que uno tenga problemas, el otro lo arrastre hasta la salida. Pero en ese caso te recuerdo que sólo tendrías 30 segundos para salir. ¿Y luego?Deberías esperar dentro a que te rescaten, pero lo más probable es que nunca salgas de aquí vivo.
Ni qué decir que la bata blanca que me acaba de entregar no es ignífuga.

Frank Tillack en el laboratorio del Naturkunde junto a 24 frascos llenos de lagartijas ibicencas. / J.M.L.R.
Cuando abre de par en par el portalón lo entiendo todo. Allí dentro se encuentra la colección herpetológica y anfibia del Naturkunde, el Museo de Historia Natural de Berlín, fundado hace 215 años y que alberga joyas como los restos de un Brachiosaurus brancai, el mayor esqueleto de dinosaurio del mundo (tiene 13 metros de altura), y un ejemplar de Archaeopteryx, uno de los fósiles más famosos. Pero lo que me interesa no es ni el saurópodo ni esa ave prehistórica, sino las decenas de lagartijas que el naturalista alemán Martin Eisentraut recolectó entre 1928 y 1930 en las Pitiusas. Siguen, 97 años después, depositadas en ese museo. Y están allí, justo en esa sala y dentro de frascos de cristal que el propio zoólogo cerró con tapones esmerilados tras untar sus bordes con vaselina para evitar que el alcohol se evaporase.
Y tanta precaución es, precisamente, por esos vapores de alcohol. Entiendo al entrar que Tillack, que es el responsable de la colección de anfibios y reptiles del Naturkunde, se preocupe tanto por la seguridad. En la estancia hay miles de frascos que contienen bichos de todos los tipos que están llenos, casi hasta los bordes, de alcohol al 75%: «Si los sistemas de seguridad ‘olieran’ el etanol, se dispararía la alarma y se cerrarían herméticamente los portones. Y si saltara una chispa, boom», explica sin inmutarse. Estoy seguro de que ha escuchado cómo tragaba saliva. Para evitar ese percance, calza unas zapatillas especiales de seguridad antiestáticas. A mí me ha ajustado unas aparatosas cintas en los pies que cumplen esa misma función. Y por esa misma razón, allí dentro no se puede entrar ni con un móvil, de manera que no se pueden fotografiar los armarios donde reposan, desde hace casi un siglo, las decenas de lagartijas que Eisentraut capturó en Ibiza y Formentera.

Estancia donde en 1945 cayó una bomba de 500 kilos que ha sido reconvertida en sala expositiva. / J.M.L.R.
Todo ese material, junto al resto de anfibios y reptiles, lleva allí almacenado «desde el verano de 2010», explica Tillack: «Es un almacén de colecciones de última generación, totalmente climatizado». Y aislado. El suelo está calado, de manera que se puede ver la planta inferior, también llena de armarios que contienen miles de frascos con especies (en ese caso, serpientes y grandes lagartos: los cocodrilos están dentro de tanques especiales) que aguantan el paso del tiempo bañadas en alcohol. Cuenta Tillack que en el museo hay un millón de especies introducidas en unas 233.000 jarras y sumergidas en unas 80 toneladas de alcohol. En la sección de herpetología, Tillack calcula que hay unos 160.000 especímenes. El público sólo puede ver un 1% de esa inmensa colección, que ha sido organizada taxonómicamente.
Las lagartijas pitiusas están cerca de la entrada, en los primeros anaqueles de los primeros pasillos (hay un total de ocho de unos 50 metros de largo cada uno). Pero antes de acceder a ellos, Tillack me muestra uno de los bichos que más le fascinan, una enorme rana Conraua goliath, en peligro, comenta, porque en Camerún cazan indiscriminadamente a las hembras para comérselas, para jugar con ellas en carreras o para venderlas a coleccionistas.

Inventario herpetológico y de anfibios en el que Eisentraut anotó sus capturas de 'podarcis' de Ibiza. / J.M.L.R.
Sumergidas en alcohol nueve décadas
Y allí, colocadas sobre uno de los estantes superiores, están, casi todas bocabajo, las lagartijas ibicencas que Eisentraut trajo a Berlín hace casi un siglo. Las primeras que veo son las que recolectó en la isla des Penjats en 1930. El frasco tiene dos etiquetas. En una aparece escrito (Tillack cree que es la letra de Eisentraut) «Isla Ahorcados Ibiza Spanien Eisentraut leg.». En la otra, colocada casi en la base, «Lacerta [en aquella época, las lagartijas pitiusas aún eran englobadas en el género lacerta] pityusensis gastabiensis, Eisentraut», además de la localización (también en castellano) y la fecha («V [mayo] de 1930»). En ‘Contribución a la fauna de lagartijas de las Pitiusas y Columbretes’ (‘Beitrag zur Eidechsenfauna der Pityusen und Columbreten’, que aparece en ‘Mitteilungen aus dem Zoologischen Museum in Berlin’), Eisentraut habla específicamente de ellas: «Durante mi primera estancia en Ibiza en el verano de 1928, tuve la oportunidad de atrapar lagartijas en la pequeña y alargada isla-faro de Ahorcados, al sur, entre Espalmador y Ibiza. Aunque los cuatro animales capturados en ese momento presentaban rasgos característicos respecto a las otras razas vecinas, todavía no me atreví a establecer una nueva raza por falta de material, sino que los coloqué con la L. lilfordi negrae Eisentraut, de la cercana isla Negra. Después de capturar [en 1930] otros 26 especímenes y compararlos con 13 especímenes frescos de [la isla] Negra, ahora me gustaría identificar las lagartijas de los Ahorcados como una nueva raza». La denominó Lacerta pityusensis ahorcadosi subsp y explicó que, en comparación con las de Ibiza, las de Penjats eran más oscuras: «La parte superior varía de verde oscuro a marrón oscuro. Sin embargo, el marrón no está tan oscuro como en el caso de las lagartijas de s’Espardell», de las que tenía ocho muestras. «Algunos animales -comentó entonces- tienen cierta similitud con los de Tagomago». Y a diferencia de las de la isla Negra, «en las que las marcas en la parte superior están muy claramente resueltas, la de Ahorcados todavía presenta rayas longitudinales claras, aunque más o menos interrumpidas».
La prueba de la diferencia
Tenía delante aquellas podarcis que Eisentrauit había descrito hace 95 años, inertes pero con todas sus características intactas. El tiempo se detuvo en sus pequeños cuerpos hace un siglo gracias al alcohol. Desde entonces. La decena que hay en el interior del frasco permanece en la misma postura (bocabajo), alguna con la boca abierta atravesada por el rabo de otra.
Allí están las pruebas recogidas por Eisentraut durante tres años que, según destacó en aquella publicación científica, demostraban que las lagartijas pitiusas eran diferentes a las del resto de Balears: «Durante mi viaje a España de este año [1930], que estuvo dedicado principalmente a estudiar la variación de las lagartijas en islas pequeñas, tuve la oportunidad de recolectar en algunos islotes de los que se conocía poco o nada sobre su población de lagartijas. Se trata de algunas islas situadas al oeste y al sur de la gran isla pitiusa de Ibiza, y también de las Columbretes, que forman un grupo independiente». Todas ellas, especifica en ese texto, «se encuentran en el Museo Zoológico de la Universidad de Berlín», el Naturkunde. A su juicio, las lagartijas de Balears y de las Pitiusas forman «dos grupos morfológicamente fácilmente distinguibles». Las baleares tienen «escamas pequeñas y sin quilla», entre otras características. Las pitiusas, sin embargo, disponen de «escamas grandes con quillas». También existen, subraya, diferencias en la forma de la cabeza: las de Ibiza la tienen «significativamente más roma que las baleares».
Eisentraut aprovecha esa minuciosa descripción para contradecir al herpetólogo Lorenz Müller y establecer, por primera vez, que la lagartija pitiusa era muy especial y diferente a la balear: «[Müller] no considera que estas diferencias sean suficientes para justificar una separación de especies. Si bien inicialmente también uní ambos grupos bajo el nombre común de especie Larcerta lilfordi, ahora me gustaría abogar por una separación de especies de ambos, en vista de las considerables diferencias, como ya se hizo anteriormente», sugiere.

Dos ejemplares gigantes de ses Rates y es Vedranell. / J.M.L.R.
Cuenta Valentín Pérez Mellado, catedrático en Zoloogía de la Universidad de Salamanca, y el principal experto en Podarcis pityusensis, que en aquella época se produjo «una auténtica carrera» por describir las subespecies pitiusas: «Eisentraut, que solía trabajar en los trópicos, vio en un momento dado que era un filón y compitió directamente con el herpetólogo Lorenz Müller, aunque se tenían un gran respeto mutuo». Se las tuvo que ver con el fisiólogo Karl F. Buchholz, que era «muy agresivo y tachaba a Eisentraut de lamarckista, lo cual no es estrictamente cierto». Todos andaban a la gresca por fijar y describir subespecies y todo valía con tal de ser el primero, de pasar a la posteridad: «La carrera fue tan brutal que empezaron a sacar sus descripciones en revistas de tercera categoría con tal de que se las publicaran rápidamente y ser así los primeros. Eran revistas de aficionados a la acuariofilia (como ‘Acuarology’) y a la terrariofilia. Hubo poblaciones de podarcis de Ibiza de las que se publicó en tres ocasiones en el mismo año, en tres revistas y por tres autores diferentes».
En los estantes de la colección herpetológica del Naturkunde, donde se mezclan frascos que Eisentraut rellenó con lagartijas ibicencas con otros de otros lares de Balears, también hay varios recipientes que contienen bichos de es Vedrà y es Vedranell. Y lo de bichos es porque esa palabra los describe perfectamente: en ambos casos son tan enormes, tan gruesos, con un gigantismo tan acusado, que Eisentraut sólo introdujo un ejemplar (macho, muy oscuro, de vientre azul oscuro casi negro) de es Vedranell en un frasco, en este caso más alargado que ancho. No caben más allí dentro.

Ejemplares que llevan sumergidos en alcohol desde 1928. / J.M.L.R.
Pulso con Müller
Eisentraut utilizó aquel magnífico reptil que capturó en es Vedranell en 1928 para contradecir a Müller: «En los folletos para la ciencia de terrarios y acuarios, Müller describe las lagartijas de la isla de es Vedranell, cercana a es Vedrà, como una nueva raza vedranellensis, que se caracteriza por colores más claros que los de la raza de Vedrà, no sólo en la parte superior sino también en la parte inferior. Durante mi primera estancia en las Pitiusas pude visitar las islas de es Vedrà y es Vedranell y recoger material de lagartijas, aunque sólo un ejemplar adulto de este último [el coloso que aún reposa en un frasco del Naturkunde]. La parte inferior de este animal era mucho más oscura que la de los animales de es Vedra que tenía entonces para comparar. Durante mi actual visita [ya en 1930] a ambas islas capturé cinco ejemplares en cada una, dos de los cuales eran juveniles. Ahora también resultó que los lagartos de es Vedranell eran ligeramente más oscuros que los animales de comparación capturados en es Vedra, es decir, exactamente lo contrario de la información proporcionada por Müller», indicó Eisentraut en su informe. Atrapó aquellas lagartijas el 26 de febrero de 1930, tal como apuntó en uno de los frascos, que contiene varios reptiles de tamaño pequeño, no tan descomunales como el de 1928. El naturalista advierte en esa publicación que «aparte de que la diferencia de color entre las dos poblaciones de lagartijas [que él mismo capturó] es exactamente la contraria a lo que afirmó L. Müller», no considera «adecuada una distinción en la nomenclatura» entre las dos lagartijas, «especialmente por el considerable rango de variación en las lagartijas de es Vedrà», donde comparó «más de 100 ejemplares». «Si se combinan los hallazgos que hice sobre las lagartijas de es Vedranell (generalmente tonos más oscuros) con los hallazgos de Müller (generalmente tonos más claros), resulta evidente que las de es Vedranell también varían de tonos más claros a más oscuros. Por lo tanto, me gustaría considerar a los reptiles de ambas islas como una sola raza, L. pityusensis vedrae», expone.

Lagartijas de Tagomago que capturó en 1929. / J.M.L.R.
De aquel almacén extraemos 24 de los recipientes rellenos con lagartijas llevadas por Eisentraut a Berlín. Hay muchos más esparcidos en esos anaqueles. Tillack desconoce el número exacto de frascos porque no los organizan «según coleccionistas, eventos de coleccionismo o expediciones, sino de forma científicamente sistemática». ¿Cuántas trajo el biólogo alemán? Tampoco lo sabe porque, «lamentablemente, esta parte de la colección (Lacértidos) aún no está digitalizada». Cree que en la colección «hay aproximadamente 450 ejemplares de Podarcis pityusensis», de las que Eisentraut recogió «al menos 160 (probablemente más)», indica.
Los colocamos en el carro y nos dirigimos al piso de arriba (hay que dar una gran vuelta porque están en obras), donde Tillack tiene su despacho, donde hay colgadas dos cabezas de tortuga y varios grabados de ofidios, y que comparte con una serpiente rinoceronte (Gonyosoma boulangeri) viva que repta en un terrario: «Soy un snakeman». Se denomina a sí mismo así porque le encantan las serpientes, de las que ha descrito numerosos ejemplares durante su carrera, muchos de ellos del sureste asiático y del Himalaya. También acaba de describir un gecko de Nepal: «No te preocupes, no es peligrosa, no es venenosa», indica sobre su mascota. No le ha puesto nombre («nunca»), pero es su mascota. Allí, con tranquilidad y sin miedo a que el etanol nos convierta en churrascos, se puede observar de cerca (parte de) la increíble colección de Eisentraut, como las lagartijas que recolectó en el islote de ses Rates (hay una sola gigantesca en un frasco que capturó en 1928 y que tiene el vientre azul claro). Las hay de es Malvins (1929), del islote de Cala Salada (atrapadas en octubre de 1928 y en marzo de 1930), de es Canar (20 de septiembre de 1929), de Murada (1928 y 1929), de sa Conillera (septiembre de 1929), de s’Espartar (julio de 1928) y del Escull de s’Espartar, de na Gorra (1929, azul añil, casi negro), de Tagomago y de es Trocadors (muy clara, capturada en Formentera en julio de 1928).

Una podarcis gigante de Tagomago. / J.M.L.R.
«Anuncio de experimentos»
Y Eisentraut no sólo investigó en cada islote, sino que además hizo algo que en la actualidad está terminantemente prohibido: hizo experimentos en ellos. Aquella publicación de 1930 contiene un capítulo titulado «Anuncio de algunos experimentos naturales». Se trata de una advertencia pública de los experimentos que realizó en islotes «con escasa vegetación» y que creía que no albergaban lagartijas. Los hizo, por ejemplo, en «el peñón Escull de Tramontana, el situado más al norte del grupo de ses Bledes; en el alto peñón triple de Vechell [es Vaixell], entre Gorra y es Bosc (…); en el alargado islote rocoso de sa Galera, al norte de es Vedrà; en en el sudeste, en la roca Daus Gross, que se encuentra en el puerto de Ibiza y tiene un faro independiente, y en el islote de Negra». En esas pequeñas islas «se liberaron varias razas de lagartijas con fines experimentales», especifica. Por ejemplo, «lagartijas de Ibiza [la isla grande] en las tres primeras islas mencionadas (24 de ellas en el Escui de Tramontana; 51 en es Vaixell, y 20 en Galera), 50 en Negra (…) y, finalmente, en es Dau Gross ocho machos de Escull Vermell y 20 hembras de Ibiza [de la isla grande]». Anunció esas «intervenciones naturales» con el fin de «evitar errores», es decir,para que otros investigadores que vieran esos bichos correteando por esos islotes no creyeran que acababan de descubrir alguna nueva subespecie.

Fachada del Naturkunde. / J.M.L.R.
En es Vaixell cometió un error: sí había una población autóctona, como Pérez Mellado demostró nueve décadas después tras realizar unos estudios genéticos. Las parejas que Eisentraut soltó no prosperaron allí probablemente porque las dejó en la parte inferior, donde bate el mar, no en la cumbre del islote. Y quizás por esa razón, por no haber subido hasta lo más alto (algo para lo que se precisan cuerdas y métodos de escalada alpina), no sabía que allí ya residía una lagartija endémica. En es Dau Gross sí salió adelante y la población resultante, como comprobó el zoólogo salmantino recientemente, es, genéticamente, una mezcla de las de los islotes del norte y las de Ibiza, si bien prevalece el azul oscuro de las primeras.
Tillack cree que las etiquetas de los frascos fueron escritas por Martin Eisentraut porque esa letra coincide con la que aparece en el inventario de esa época (‘Reptilien-Amphibien-Katalog Band 5’), que se supone que rellenó con su puño y pluma. En ese libro se puede apreciar, además, la caligrafía de otros muchos científicos que puntualmente daban fe de sus capturas. Lo trae como si fuera un tesoro, y no son para menos esas ocho páginas en las que se describen con pelos y señales las correrías de Eisentraut por los islotes ibicencos (Rodona, s’Espardell, Portinatx, ses Margalides...), pero también sus viajes a Menorca (Colom, isla del Rey), Cabrera, Mallorca (islote de los Frailes, Dragonera) y Columbretes. Legado de una época fascinante que el Naturkunde guarda como oro en paño y que ha sobrevivido a las vicisitudes históricas por las que ha pasado.
De es Pouàs al Naturkunde: el mordisco de la lagartija hace 16.000 años
La importancia de las lagartijas pitiusas que se conservan en el Naturkunde radica en que son los tipos y holotipos de las Podarcis pityusensis. Es decir, son los ejemplares originales con los que Eisentraut describió las subespecies de las Pitiusas. «Cada tipo -explica Valentín Pérez Mellado- es exactamente el ejemplar físico con el que el autor hizo su descripción». Es el patrón con el que se comparan otros modelos: «Cuando describes una nueva subespecie estás obligado a designar un ejemplar como tipo. Y una serie (los ejemplares capturados para realizar esa descripción) como paratipos». Algunos frascos de la colección contienen, precisamente, esas denominaciones, escritas en color rojo.
Y a esa colección están recurriendo actualmente varios investigadores, como Steffi Woodgate, bióloga de la Universidad de Oxford que prepara su tesis doctoral con Johannes Müller, profesor de Paleozoología que trabaja en el Naturkunde. En esa tesis colaboran Pérez Mellado y la doctora Ana Pérez: «Compara cómo son las poblaciones actuales de las lagartijas pitusas con cómo eran hace 16.000 años. Para eso utilizan, en colaboración con Josep Antoni Alcover, paleontólogo del Imedea, los restos del yacimiento de s’avenc des Pouàs», explica Pérez Mellado.
Estudian, por ejemplo, «las características morfológicas de las mandíbulas y de los cráneos de las lagartijas, las cuales indican, con una serie de datos de isótopos estables, qué es lo que comían en es Pouàs hace 16.000 años. Y eso lo comparan con lo que comen y con cómo son las lagartijas ahora en Eivissa, en la isla principal y en algunos islotes». El resultado dará «una visión de cómo han evolucionado las lagartijas en miles y miles de años». El investigador principal es Johannes Müller. Es quien «coordina todo». «Investigan -detalla Pérez Mellado- cómo era la fuerza del mordisco en las lagartijas de hace 16.000 años. Y eso lo hacen a partir de la morfología de los huesos fósiles que encuentran, que comparan con radiografías y con TACs de las lagartijas actuales».

Antigua sepultura del Barón Rojo en el Invalidenfriedhof. / J.M.L.R.
Las vecinas del Barón Rojo que sobrevivieron a los soviéticos y al Muro
«La Segunda Guerra Mundial dejó huella en el edificio y, aunque el museo no sufrió daños tan graves como otros inmuebles del centro de Berlín, los bombardeos aliados se cobraron un precio considerable», se explica en la web del propio Naturkunde. En el trayecto desde la entrada de personal hasta su despacho, Frank Tillack me muestra el lugar donde una bomba lanzada por los aliados dejó un agujero inmenso que no fue reconstruido hasta el pasado decenio. Allí hay ahora un prisma delimitado por estanterías ocupadas por miles de recipientes que contienen decenas de miles de animales sumergidos en etanol. Los visitantes pueden pasear al alrededor de esa monumental exposición de frascos cuyo contenido aparece explicado, en ocasiones, mediante cartelas.
En 1942, en plena guerra, el personal del museo comenzó a guardar en el sótano los objetos más valiosos de la colección, como los voluminosos esqueletos de dinosaurios recogidos durante la expedición a Tendaguru (Tanzania) en 1906. Un año más tarde, por ejemplo, gran parte de la colección ‘húmeda’ (la sumergida en etanol) y la colección de insectos fue almacenada en el sótano o en lugares considerados seguros, e incluso se utilizó la caja fuerte de un banco para proteger los objetos más valiosos. Aun así, ese mismo año parte de los esqueletos del Tendaguru y la sala de serpientes gigantes fueron destruidos tras varios ataques aéreos con bombas incendiarias. Peor fue lo ocurrido el 3 de febrero de 1945, cuando se produjo un ataque diurno de bombarderos de Estados Unidos que dañó seriamente el museo. Una bomba de media tonelada impactó en el ala este y derrumbó hasta los cimientos de esa parte del edificio, justo donde ahora está la sala repleta de frascos de etanol. Hasta causó muertos en el refugio antiaéreo del sótano del museo. Destruyó, además, la biblioteca, la sala de anatomía y una exposición de esqueletos completos de grandes mamíferos. Los intensos bombardeos de artillería de los últimos días de abril, cuando los soviéticos ya luchaban calle por calle en Berlín, perforaron las paredes de las salas de exposición, hasta entonces indemnes. En la fachada aún se aprecian las heridas del desmoronamiento que vivió aquellos días la capital alemana: el hormigón añadido en la fachada del ala este, los agujeros de bala de la fachada delantera, la cúpula de la fachada principal que, tras ser destruida, no se volvió a levantar... El Naturkunde conserva una imagen que resume la devastación de aquellas jornadas, la del esqueleto de un enorme cetáceo dañado y rodeado de escombros tras uno de esos bombardeos.
Pero las lagartijas pitiusas sobrevivieron a aquel apocalipsis, a los bombardeos por tierra y aire que convirtieron la capital de Reich en una escombrera. Los reptiles pitiusos fueron parte del 75% de la colección que consiguió salvarse: «La colección herpetológica fue cuidada tan bien en esa época que, en general, apenas hubo pérdidas durante la guerra», apunta Tillack. El Naturkunde fue el primer museo de Berlín que reabrió sus puertas tras la capitulación: el 16 de septiembre de 1945 ya estaba listo para recibir visitas.
Eso sí, el museo quedó en la parte este de la ciudad, en la que gobernaban los soviéticos. Parte de los casi 120 kilómetros de muro que separó la zona occidental de la oriental fue construido a 400 metros del Naturkunde, bordeando el canal que da al Nordhafen y que desemboca en el Spree. Allí fueron instaladas torres de vigilancia y de tiro (aún se puede ver una), alambradas, campos de minas… El muro atravesaba en esa zona el Invalidenfriedhof, el cementerio donde estaba enterrado el Barón Rojo, Manfred von Richthofen, caído el 21 de abril de 1918 en Vaux-sur-Somme. Su tumba (trasladada en 1976 a Wiesbaden) quedó entre el canal y el muro. Otras muchas sepulturas fueron profanadas. Justo cerca del Naturkunde falleció un soldado del este cuando intentaba impedir que un alemán cruzara a nado al oeste, y murió también, acribillado, un joven que intentaba abandonar la zona soviética.
Eso sí, Frank Tillack cree que durante aquella época soviética, parte de la colección de Eisentraut acabó en Budapest. A la revolución húngara le siguió la entrada de los tanques rusos y la destrucción de parte de la ciudad, como el Museo de Ciencias Naturales. Según Tillack, el Naturkunde ‘ayudó’ a sus colegas del este húngaros (todos vivían ‘hermanados’ bajo el amparo del telón de acero y del Pacto de Varsovia) entregándoles «en los años 60 parte de la colección de anfibios de Eisentraut. Quizás siga allí», sugiere.
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