Gran angular - Cinco años de la pandemia de covid

¿Volveremos a huir de un virus encerrados en casa?

El confinamiento de 2020 perjudicó a la economía y dañó la salud mental de la población, pero los científicos defienden la medida porque «salvó miles de vidas»

La cantante Tori Sparks canta a sus vecinos en el terrado de su casa del barrio de Horta de Barcelona en el confinamiento de la primavera de 2020. /

La cantante Tori Sparks canta a sus vecinos en el terrado de su casa del barrio de Horta de Barcelona en el confinamiento de la primavera de 2020. / / JULIO CARBÓ

Juan Fernández

A la espera de lo que suceda en los próximos años, que están los giros de guion y las sorpresas a la orden del día, quienes sobrevivieron al 2020 siempre podrán contar que asistieron a una experiencia única en la historia de la Humanidad. Epidemias víricas ha habido muchas en los últimos 5.000 años, pero nunca antes habíamos visto la actividad humana paralizándose de golpe y en todo el mundo como si una repentina glaciación hubiera caído sobre el planeta. De todas facetas que tuvo la pandemia de covid-19 –los contagios, la enfermedad, las muertes, la vacuna…–, la del confinamiento fue, por su intensidad y carácter ubicuo, una de las más desconcertantes y que más huella emocional ha dejado en la población.

Todos –ricos y pobres, famosos y anónimos, de una tendencia y la contraria– tuvimos que encerrarnos en casa sin apenas poder salir a la calle, en el caso español durante algo más de tres meses. En el recuerdo, los aplausos de los balcones a los sanitarios y los brindis virtuales a través de las pantallas conviven con los apuros para manejarnos en el mundo del teletrabajo sin haber entrenado antes y con la angustia de no saber cuánto iba a durar aquel maldito secuestro doméstico.

También con la duda de si aquella cuarentena tan severa fue necesaria en los términos en que fue planteada o hubo aspectos mejorables, y si hoy tendríamos que acudir de nuevo a ella si de pronto se presentara otro virus con las mismas hechuras que el SARS-Cov-2. ¿Las lecciones que aprendimos en aquella experiencia, si las hubo, nos permitirían afrontar mejor una nueva pandemia o estamos condenados a pasar por lo mismo si llega otro virus desconocido?

A cinco años de la declaración del estado de alarma, cuyo aniversario se cumplirá el próximo viernes, las respuestas a estas dudas la aporta la foto de aquel momento vista con el filtro de lo que hoy conocemos y entonces ignorábamos acerca de ese patógeno. El 14 de marzo de 2020, cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció que el país entero debía encerrarse en sus hogares, había 4.200 casos identificados en España y 120 fallecidos. Comparados con la magnitud que acabaría alcanzando la pandemia –14 millones de españoles llegaron a contagiarse y 122.000 perdieron la vida–, parecen una anécdota, pero en aquellos días lo que nos condujo al confinamiento no fueron esas cifras sino su progresión y, sobre todo, el desconocimiento que teníamos de su causante.

«La clave fue la transmisión por asintomáticos. Cuando un virus lo contagian pacientes con síntomas puedes cortar la propagación aislando a los enfermos. Es lo que habíamos hecho años atrás con las epidemias de SARS y MERS, que por eso no derivaron en pandemias. Esperábamos un patógeno así. Pero ante un virus silencioso como el SARS-CoV-2, o aíslas a la población o no hay forma de detenerlo», explica el doctor Salvador Peiró, especialista en medicina preventiva y salud pública.

A principios de marzo de 2020 se seguían haciendo test solo a personas llegadas de Asia o Italia con décimas de fiebre, ignorando que en ese avión habían aterrizado también portadores del virus que no mostraban síntomas de la enfermedad. A la confusión tampoco ayudó la creencia errónea de que solo se transmitía por gotas de saliva. Esto concentró los esfuerzos en medidas como el lavado de manos y la protección con guantes, ignorando que un súper propagador podía contagiar a un tanatorio entero con los aerosoles que desprendía al hablar, como supimos después. «Esta información habría permitido adoptar medidas más flexibles, pero la desconocíamos. Cuando echamos mano, el virus llevaba semanas corriendo por el país y no lo habíamos detectado. Estábamos vendidos», recuerda este epidemiólogo.

A aquella indefensión se sumó la falta de mascarillas que padeció el país en las primeras semanas de la pandemia. «Con los contagios disparados y el sistema hospitalario amenazando colapsarse, el confinamiento estricto se hizo necesario. Aquella medida salvó vidas. De hecho, en los países donde optaron por fórmulas más flexibles, como Reino Unido o Suecia, luego se arrepintieron», cuenta el doctor Rafael Bengoa, especialista en gestión de salud pública.

Esas fórmulas «flexibles» se pusieron en práctica en España en la segunda ola. Ante el repunte de casos que hubo en otoño, el Gobierno declaró un nuevo estado de alarma nacional el 28 de octubre, pero esta vez la limitación de movimientos se acotó a la noche –estaba prohibido circular entre las 22:00 y las 6:00– y a la propia comunidad autónoma, de la que fue imposible salir durante varios meses.

En ese tiempo el país ya sí contaba con stock de mascarillas y la población había incorporado hábitos pandémicos a sus rutinas diarias, como el respeto de la distancia de seguridad, que se impuso hasta en las aulas, y la preferencia de los lugares abiertos o aireados para celebrar encuentros. «En la primera ola, con toques de queda no habríamos podido parar los contagios, y probablemente tampoco se habrían respetado. El confinamiento fue una medida muy radical, quizá excesiva, pero fue efectiva para detener el virus y concienciar a la población del problema al que nos enfrentábamos», apunta Peiró.

El precio del confinamiento

Paralizar un país durante 99 días no sale gratis. Los indicadores económicos permiten ponerle precio al confinamiento: el PIB nacional se hundió un 17,8% en el segundo trimestre del año; 3,5 millones de trabajadores se vieron afectados por un ERTE; el gasto medio de los hogares bajó un 30%; y el turismo, que es la principal industria nacional, se desplomó un 98%. Pero en esas cifras no computa el precio emocional que pagaron 47 millones de españoles al verse tanto tiempo encerrados en sus casas, a veces en forma de serias dolencias de salud mental.

«El confinamiento salvó miles de vidas, pero también causó un daño emocional importante y afectó a la economía. Los científicos pedíamos cerrar, pero los políticos tenían que atender a otros factores, y ese equilibrio no es fácil. España optó por ser estrictos al principio y flexibles después. Otros países hicieron lo contrario y luego lo pagaron», analiza el médico e investigador Salvador Macip, que se muestra crítico con la «falta de coordinación» que hubo en las olas posteriores. «No tenía sentido aplicar unas normas en Aragón y otras en Catalunya porque el virus no entiende de fronteras, pero se hizo, igual que se permitió viajar entre países con distinto control del virus, lo que facilitó su propagación», apunta el autor del ensayo Lecciones de una pandemia.

Los epidemiólogos coinciden en que más pronto o más tarde un nuevo virus volverá a traernos de cabeza –«hoy por hoy, el principal candidato es el de la gripe aviar, que ya ha saltado a los mamíferos y es más letal que el del covid», avisa Macip– y que la única manera de parar su propagación es alejando a sus posibles portadores, que es lo que persigue el confinamiento. Sin embargo, también reconocen que no estamos igual que en 2020 de cara a una hipotética nueva pandemia.

De entrada, el sistema público de salud parece haber aprendido de la experiencia. «En julio de 2022 se aprobó la estrategia de salud pública, en junio de 2024 entró en funcionamiento la nueva red de vigilancia y en breve se pondrá en marcha la agencia estatal de salud pública. Estas herramientas, junto a los stocks de mascarillas, respiradores y otros materiales que hoy tenemos y hace cinco años no, nos permitirían afrontar mejor una situación similar», señala Javier Padilla, secretario de estado de Sanidad.

Tampoco la investigación científica está hoy como entonces. Si el hallazgo de la vacuna del covid en 10 meses fue una proeza histórica, los investigadores aspiran a acortar aún más ese margen temporal a través de iniciativas como Enfermedad X, un proyecto científico internacional que persigue tener disponible una vacuna antivírica en 100 días. «Al final, los cientos de virus candidatos a atacarnos se pueden reunir en unas 25 familias. Si tenemos identificada su genética, podremos actuar antes en caso de que un miembro de una de esas familias mute y nos contagie», explica Rafael Bengoa.

Bengoa, Macip y Peiró se hartaron de dar entrevistas durante la pandemia para orientar a la población. También Padilla, que por entonces era médico de familia en un centro de salud de Madrid y se hizo divulgador a la carrera. Los cuatro coinciden en que el confinamiento de 2020 fue necesario y que es la herramienta más efectiva que tendríamos para parar el primer golpe de una nueva pandemia, aunque dan por hecho que el recuerdo de la experiencia del covid nos permitiría adoptar cuarentenas menos estrictas.

Sin embargo, advierten de un peligro añadido que hoy existe y hace un año no, y que está relacionado con la política. Se llama Donald Trump y su secretario de Salud, Robert F. Kennedy. «Tener a un negacionista de la pandemia y a un antivacunas al frente de la principal potencia del mundo y en contra de la OMS y la comunidad científica puede hacernos perder el camino que hemos andado en estos años», advierte Bengoa.

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