Dominical
Imaginario de Ibiza: Comte, el hormiguero sin hormigas
La llegada de la primavera constituye el inicio de la época en que esta playa paradisíaca se vuelve inhabitable. Sin embargo, aún quedan algunos días de transición para seguir disfrutándola con la mansedumbre de la temporada baja.

La Illa des Bosc frente a Platges de Comte. / X.P.
@xescuprats (*) Cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza
Ningún invierno dura para siempre; ninguna primavera se salta su turno (Hal Borland).
Para el ibicenco, el invierno no sólo es sinónimo de frío, mares embravecidos y, si la buenaventura lo estima oportuno, que cada año se exhibe menos generosa, también de lluvias copiosas. El invierno es ante todo sinónimo de desconexión y evasión del turismo, esa industria dual que nos bendice proporcionándonos un medio de subsistencia y nos maldice sumiendo a la isla en el caos y en la agonía de la superpoblación durante seis meses. Y aún hay quien quiere desestacionalizar…
Sólo en invierno es posible capturar imágenes como la que ilustra esta página, con un mar invernal salpicado de olas que se entrecruzan por el vaivén de la corriente y cubierto por el velo anaranjado del atardecer. Un mar que muere en una ribera vacía de humanidad, con una colección de huellas hundidas en la arena como única prueba de que el hombre continúa habitando la faz de la tierra.
En el instante en que esta página cae en manos del lector, hace al menos tres días que ha comenzado la primavera y, con su advenimiento, el tic tac que arranca el inquietante cambio, algo más lejano esta vez por lo tarde que llega la Semana Santa. En pocos días, este horizonte limpio y despejado, con s’Illa des Bosc en el centro, comenzará a saturarse de barcos, fondeados en hileras sucesivas, superponiéndose unos y otros. Y zigzagueando entre ellos, un enjambre de motos de agua, pilotadas a menudo por un tropel de maleducados, que llegan a poner en peligro a los bañistas de las lanchas. Algunas no sólo zumban con el motor, sino que llevan altavoces incorporados que emanan reggaetón a todo trapo. Un ingenio casi tan diabólico como la pólvora.
También comenzarán a instalarse autocaravanas en la zona del aparcamiento, colonizando por entero la primera línea. Nada como gozar de las buenas vistas durante el desayuno, mientras los bañistas que van llegando para coger sitio en la playa antes de que no quede un palmo libre, te escudriñan como cuando observan a los chimpancés del zoológico rascarse la panza.
El murmullo del viento y la efervescencia de la corriente también quedarán eclipsados por los altavoces del chiringuito, que, como en tantos otros enclaves pitiusos, tiene la potestad de imponer la banda sonora a todos los bañistas, quieran o no. Y ante la inminencia del crepúsculo, volverá a producirse a diario el cruce de muchedumbres. Por un lado, los turistas que se retiran a sus hoteles, extenuados tras un día de playa en el paraíso/infierno. Por otro, aquellos que acuden a la puesta de sol entre un avispero de motocicletas, ya ataviados para la noche. La mayoría tienen acento italiano.
Y en esa transición diaria entre amanecer y atardecer, los atascos del parking, las nubes de polvo en los caminos, los coches mal estacionados en las dunas, las barreras que suben y bajan a capricho del vigilante, los mercaderes de sustancias recreativas, los ticketeros de discotecas y party boats, los cocteleros ambulantes y toda esa fauna cansina que zumba alrededor del turista, impidiendo que cualquier ibicenco con ganas de mantenerse en sus cabales ose plantearse una jornada en Platges de Comte.
Poder contemplar aún el hormiguero sin hormigas constituye una valiosa lección y un sólido argumento para afrontar los meses que nos vienen por delante: la Ibiza de hoy es así, pero en otoño volverá la de siempre.
Las rocas más disputadas
En verano, la marabunta turística ocupa cada rincón de arena y la saturación se extiende incluso a las rocas de la orilla por la falta de espacio. Hasta los rincones más apartados, antaño vacíos, como ses Roques Males, el embarcadero o la zona nudista de es Racó d’en Xic, ahora se colapsan. El cierre del parking grande que existía sobre el acantilado mejoró la atmósfera caótica de hace algunos años en este tramo, pero la orilla sigue colapsándose a diario durante la temporada.
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