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Imaginario de Ibiza: Sa Canal, un poblado de cal y turquesa

Las antiguas viviendas salineras, junto al muelle de la sal, constituyen una pequeña maravilla de la estética y un enclave privilegiado para vivir con la vista encallada en el mar

El poblado de sa Canal. / X.P.

El poblado de sa Canal. / X.P.

@xescuprats

Contemplé tanto la belleza, que mi vista le pertenece (Konstantínos Kaváfis)

Las grandes villas contemporáneas que coronan los acantilados y se encaraman a los montes ibicencos, absorbiendo las mejores perspectivas de la isla, nunca me han despertado envidia. Tal vez sea por lo impersonal de sus estructuras de acero, vidrio y hormigón, o por su tamaño desmesurado, que probablemente requiera de un ego con unas dimensiones igual de contundentes para no sentirse extraño en casa propia.

Ciertamente, algunas de estas construcciones son magníficas, pero cuesta admirarlas más allá de la manera en que se contempla un museo o una catedral; algo que puede ser bello y fascinante desde la perspectiva de la ingeniería, pero inconcebible como hogar para uno mismo. Otro cantar son las casas payesas restauradas con respeto y abiertas al mar, que sí me conmueven y despiertan celos.

Existe, sin embargo, un núcleo poblacional marinero cuyas casas se me antojan la más extraordinaria versión del edén urbano, aunque sean sencillas y sin pretensiones, pero sin renunciar a una ornamentación cuidada. Se percibe la autoría de esas viejas generaciones que construían sin prisa, con los materiales que encontraban a su alrededor, adoptando las influencias de los indianos. No se me ocurre un poblado donde la vida adquiera mayor potencial de resultar placentera que el de sa Canal.

La aldea aguarda más allá de la playa de ses Salines y de la gran nave de piedra que se asoma a sus aguas. Se halla semioculta por la sede de la salinera, exento de gracia al contrario que las pequeñas villas encaladas que la suceden. Impensable anticipar tan pintoresco rincón tras este anodino edificio de dos plantas, con una balconada que abarca todo el ancho del edificio, sobresaliendo por la fachada, y una cubierta de teja a dos aguas con una chimenea tan sobredimensionada que parece capaz hundir el flanco.

Frente a las oficinas, una valla desconchada con contrafuertes y cerrada por varias hileras de alambre de púas carcomidas por el salitre, para que los amigos de lo ajeno tengan más difícil acceder a la zona de carga donde se acumula sal y maquinaria para aprovisionar a los buques que llegan de las conserveras del Mar del Norte. El áncora que se exhibe junto a la tapia, de voluminoso tamaño, es el único elemento que subraya la proximidad del mar, pues aquí, bajo la perspectiva del peatón, la costa resulta invisible.

Todo cambia una vez superada esta transición. El muro opaco evoluciona a verja y después a tapia baja, de esas con sección triangular en la corona, que los ibicencos denominamos d’esquena d’ase. Desde ahí el paisaje marinero por fin se abre en todo su esplendor, con el muelle en primer término y la franja arenosa de ses Salines, los islotes des Freus y Formentera a lo lejos. El paisaje, incluido el toque industrial del modesto puerto, resulta fascinante.

Al otro lado, las casitas salineras, que son un prodigio de la estética que aunaba la arquitectura popular de hace un siglo: columnas estilizadas de aristas esmeriladas y capiteles escalonados, verja de forja cerrando el porche, persianas tintadas en un tono que oscila entre el turquesa y el gris militar, balaustrada indiana con buganvillas que trepan por ella, aceras de cantos rodados y argamasa, escalones de piedra viva y ondular de tejas cerrando cada nivel. En otras fachadas, mampostería vista con grandes ventanales enmarcados en blanco y un precioso porche de arcos en la vivienda que antaño albergaba el bar, cubierto con otra magnífica balconada indiana. Y ese perpetuo aroma a mar y sal, que contribuye a que sa Canal resulte tan idílico. Quién no querría vivir allí por el resto de sus días.

Industria salinera e inmobiliaria

El poblado de sa Canal no constituye el único núcleo urbano de ses Salines, erigido para albergar a los empleados de la industria mineral. En es Cavallet aguarda otro más extenso, que incluso tiene un oratorio: la capella de sa Revista. Con los años, todas estas construcciones y muchas otras repartidas por el entorno de los estanques se han destinado al alquiler.

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