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Las mil teorías sobre el asesinato de Kennedy
El anuncio de Trump de que desclasificará los documentos del magnicidio ocurrido en 1963 ha avivado las múltiples elucubraciones que rodearon el suceso. Muchas de ellas han alimentado ensayos, novelas y películas.

Imagen de John F. Kennedy y su esposa, Jackie, minutos antes de que el presidente fuera asesinado en Dallas (Texas) el 22 de noviembre de 1963.
Alberto Garrido
La decisión del presidente Donald Trump de desclasificar los miles de documentos relacionados con el asesinato de John F. Kennedy en Dallas (Texas) el 22 de noviembre de 1963 induce la vuelta a interrogantes abiertos que nunca fueron cerrados. Pervive en la memoria colectiva de EEUU la muerte de un joven presidente a quien un periodista que lo siguió en la campaña de 1960 describió como un «personaje cautivador que atrapa a todo el mundo». Y es imposible responder sin dudas ni reservas a la gran pregunta: ¿quién mató a Kennedy?
A la espera de las luces que enciendan los documentos que se desclasifiquen, cabe solo acogerse a la versión oficial, a las diferentes teorías de la conspiración y a la sinuosa aportación que en su día hizo Robert F. Kennedy, a la sazón fiscal general de Estados Unidos: no fue «él», Lee Harvey Oswald, quien asesino a mi hermano, dijo, sino que fueron «ellos», según se recoge en La conspiración, de David Talbot, publicado en 2007.
A partir de los datos de los disparos, el libro pone en duda la versión del informe oficial, elaborado por una comisión que creó el presidente Lyndon B. Johnson, dirigida por Earl Warren, presidente entonces del Tribunal Supremo. Las 888 páginas del informe de la comisión, entregado a Johnson el 24 de septiembre de 1964, desembocan en tres conclusiones: los tres disparos que acabaron con la vida del presidente los realizó Oswald desde el sexto piso del almacén de libros escolares de la plaza Dealey; el asesinato de Oswald por Jack Ruby, propietario de un club nocturno de poca monta, dos días después del de Kennedy, cuando estaba bajo custodia policial, fue una iniciativa personal; y la bala que hirió a Connally fue una de las tres que alcanzaron a Kennedy.
Lo cierto es que desde el principio las conclusiones del informe no convencieron a muchos. Pero la falta de imágenes del atentado desde diferentes ángulos, la propensión inicial a dar por buena la versión de la comisión Warren a partir de la película rodada por Abraham Zapruder y el testimonio de personas que se encontraban en la plaza Dealey, donde no había ningún dispositivo especial de seguridad, parecieron zanjar el caso.
Sin embargo, la insistencia del fiscal de Louisiana James Garrison, que llegó a procesar a Clay Shaw –fue absuelto–, empresario de Nueva Orleans, por su presunta implicación en el asesinato, acaso cabeza visible de una trama internacional para matar a Kennedy, alimentó toda clase de teorías. Las fotos de poca calidad obtenidas por Mary Moorman con una Polaroid, en las que aparecen personas no identificadas bajo unos árboles, proporcionaron nuevos ingredientes a los escépticos. Finalmente, la opinión de varios especialistas fue considerar imposible que Oswald fuese el único autor de los tres disparos con un fusil Carcano de carga manual.
La película JFK, de Oliver Stone, suma todos esos elementos y otros de ficción, necesarios para armar el argumento, describe –a veces solo insinúa– una trama poliédrica en la que coincidieron diferentes entornos decididos a castigar a los Kennedy, empezando por algunas familias mafiosas, siguiendo por anticastristas radicales que creían que el presidente estaba dispuesto a acordar con Cuba alguna suavización de las sanciones, y acabando –una incógnita más– con un supuesto plan urdido por La Habana para vengar la operación de bahía de Cochinos de 1961. Un mosaico de fuerzas contradictorias a las que cabe añadir que el orbe racista profesaba un odio cerval a Kennedy.
La bala
Por si faltara poco, el libro de memorias de Paul Landis, The Final Witness, publicado el año pasado, ha dado pie a nuevos supuestos sobre qué sucedió realmente y plantea nuevas dudas. Landis tenía 28 años en 1963, formaba parte del dispositivo de seguridad asignado a Jacky Kennedy y ha explicado ahora que fue él quien colocó la bala que apareció en la camilla en la que evacuaron al presidente. No son pocos los que sostienen que tal proyectil, que encontró Landis sobre el coche en el que viajaba Kennedy, desmonta la teoría de la bala mágica, que hirió a Connally después de a Kennedy tras cubrir un extraño recorrido lleno de rebotes. Y no solo eso: aporta información complementaria a cuantos sostienen que en la plaza Dealey se apostaron al menos dos tiradores; la teoría de los tres tiradores se antoja inverosímil.
Responder a la pregunta de quién mató a Kennedy implica desvelar la identidad de quién apretó el gatillo y el perfil de quiénes hicieron el encargo. Mientras tanto, vale la pena leer Yo maté a Kennedy, de Manuel Vázquez Montalbán, que cumple medio siglo.
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