Imaginario de Ibiza | Los varaderos de es Codolar: la belleza del caos
En el flanco de poniente de la playa de es Codolar existe un conjunto de refugios marineros que, como otros muchos de la isla, se definen por la rusticidad de sus materiales y la ausencia de cualquier atisbo de regularidad y simetría. Ahí, precisamente, radica su encanto

Casetas varadero de la zona de es Codolar. / X.P.
El caos se encuentra en mayor abundancia cuando se busca el orden. El caos siempre derrota al orden porque está mejor organizado
Algunos rincones costeros de Ibiza requieren ser contemplados durante las jornadas de mar regolfada, sin nimbos ni viento, para que desplieguen todo su esplendor y capacidad hipnótica. Son esos lugares donde el piélago adquiere su expresividad atigrada a través de las tonalidades aguamarinas y esmeraldas de los fondos arenosos, que contrastan con los reflejos cetrinos y pardos que desprenden la posidonia y los arrecifes.
Otros, muy al contrario, seducen justamente en las condiciones opuestas, cuando la mar rebulle brava y la espuma de las olas se riza en sus cumbres oscilantes y al golpear la restringa, rociando el aire con salitre. Uno de dichos parajes aguarda en el extremo occidental de la orilla de es Codolar, más allá del ronroneo que producen los cantos rodados con el reflujo, donde se alinean los varaderos.
A pesar de la decrepitud que desprende la zona de tránsito entre la orilla de guijarros y el roquedal sobre el que se asientan las guaridas de los marineros, donde reposan velomares cuarteados, chalanas carcomidas y restos putrefactos de otros botes, los varaderos embriagan por la fusión entre su arquitectura caótica y la exhibición de fuerza que ejerce la naturaleza.
Muchas casetas, tal vez para poder acceder a ellas en los días tempestuosos en que resulta imposible entrar por la parte frontal –o quizás con la intención de generar un paso de corriente que atempere la canícula–, cuentan con una puerta trasera que se abre a un estrecho callejón de tierra. Linda con la tapia que separa la costa de la privilegiada urbanización de adosados, prácticamente aferrados al mar, y un amplio chalet con torre y piscina rodeado por una extensa parcela de bosque. La mayoría exhiben en esta parte posterior los bloques de sus muros y están coronadas por planchas de uralita, chimeneas y, en algún caso, hasta una antena receptora para ver la televisión.
En la parte frontal, las fachadas, ya con las paredes enlucidas, aunque medio desconchadas por el constante vaivén de agua y salitre, resultan mucho más coloridas. Una puerta escamada luce tintada de verde, mientras el resto exhibe el color natural de las lamas de madera, que oscilan de marrones oscuros casi negros a ocres, grises y blancos. Las hay reforzadas con tableros en la base para impedir que el agua que arrastran las olas penetre por los resquicios. Destaca también una fachada tintada de almagre que aporta un toque caribeño al conjunto. Un par de ellas incluso poseen de canalón para recoger el agua de lluvia, que la deriva hacia una cisterna interior.
Disparidad
Los rieles por los que se deslizan las embarcaciones ejemplarizan idéntica disparidad. Tuberías azules de pvc rellenas de hormigón, puntales de pino, listones planos… Algunos están plenamente operativos, otros han perdido parte de su estructura perpendicular al mar y los hay que sólo conservan algunas traviesas. Están dotados de una pendiente más pronunciada de lo habitual, para superar el desnivel que separa las casetas del agua. Y entre los varaderos, terrazas de formas dispares, desportillados muretes de protección y una sucesión de postes desnudos, destinados a sostener rudimentarios toldos.
La austeridad de los refugios de los pescadores, al contrario que las calas turquesas, brilla más cuando se encabrita la borrasca.
Una orilla interminable y mutante
Es Codolar no sólo es la playa más extensa de la isla, con alrededor de tres kilómetros de longitud. También se hace eterna para el transeúnte por la dificultad que entraña caminar sobre los cantos rodados de la orilla, que forman un pronunciado cúmulo. El paisaje de la retaguardia también evoluciona, alternando dunas, un llano de tierra y sabinas, los apartamentos Don Pepe, las pistas de aterrizaje y despegue de la terminal aeroportuaria, los estanques de ses Salines, con sus bocas de aprovisionamiento de agua marina y, por fin, cerrando la orilla por el este, los acantilados de es Cap des Falcó.
(*) Cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza
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