Imaginario de Ibiza: Un paisaje de molinos que se extingue
Desde finales del siglo XIX, el Pla de Sant Jordi se convirtió en un entorno repleto de aspas circulares, con su característica cola, que sustituyeron a las antiguas norias con las que se extraía agua del subsuelo. Alimentaban una tierra fértil llena de huertos y también una forma de vida de la que casi ya no queda rastro.

Molino en el Pla de Sant Jordi. / X.P.

La silueta del molino –erguido aún, a duras penas, sobre la podredumbre de la hiedra y el olvido.
“La pobredumbre del olvido”, esa expresión tan ilustrativa y punzante que el escritor leonés incluyó en su novela ‘La lluvia amarilla’, me remite instantáneamente al patrimonio desdeñado que caracteriza determinados paisajes pitiusos, mientras aguarda inerte a su desaparición, desintegrándose piedra a piedra o siendo devorado por eso que denominan contemporaneidad y progreso. Muros de piedra seca, pozos, cisternas, aljibes, norias, azacayas, torres, corrales, viviendas rurales, campos escalonados y tantas otras señas de la identidad rural ibicenca, que se derrumban sobre sí mismas, carcomidas por el abandono.
Y, por supuesto, también molinos, como todos los que se van extinguiendo año tras año en enclaves donde fueron tan importantes, como en el Pla de Sant Jordi. Hoy por hoy, únicamente resisten aquellos que adornan una rotonda o se hallan en el interior de la finca de algún nostálgico con medios y tiempo libre, que, por fortuna, alguno hay.
En unos años, no quedará de ellos ni la sombra de su esqueleto herrumbroso y nadie sabrá, debido a su ausencia, que alguna vez estuvieron allí y que los alrededores de las salinas no fueron hoteles, chiringuitos, apartamentos, discotecas, centros comerciales y el aeropuerto, sino una planicie fecunda que proporcionaba sustento a sus moradores y un tempo regido por lunas y estaciones, marcando sin concesiones el tic tac del ibicenco rural.
Quien se pierda por los caminos del llano, descubrirá molinos cuyo volumen ha sido absorbido por nuevas construcciones. Y de otros ya no queda rastro en mitad de la huerta que ocupaban o junto a una alberca reconvertida en piscina. Únicamente resta el recuerdo de quienes los conocieron y algún día se marchitará con ellos. Otros, huérfanos de parte o de la totalidad de su abanico de aspas, aún mantienen en pie la torre exterior, desportillada por el tiempo y la inmovilidad.
Esos prismas encalados y desconchados, o de piedra vista, nada tienen que ver con los de estructura cónica que existían en es Puig des Molins y es Soto, y también repartidos por el resto de la isla, como en Puig d’en Valls o sa Punta des Molí. Algunos ya existían en el siglo XIV y fueron construidos para moler cereales, aprovechando la fuerza del viento. Los de Sant Jordi, por el contrario, comenzaron a llegar en el último tercio del siglo XIX desde Mallorca y, posteriormente, irrumpieron otros prototipos norteamericanos que se importaban prefabricados desde la península. Su objetivo era utilizar el viento para extraer agua del subsuelo y muchos sustituyeron a las viejas sénies (norias) que se repartían por la zona. Poseían un mecanismo automático de orientación gracias a una característica cola y en lugar de aspas funcionaban con un círculo hecho con tablas de madera. Un cigüeñal transformaba el movimiento rotatorio en alternativo, accionando la bomba situada en el interior del pozo. El agua que se extraía se acumulaba en una alberca, desde la que se irrigaban los huertos y otros cultivos, y se llenaban los abrevaderos de los animales.
La huella que han dejado y que se extingue constituye otro icono más de una vida ya olvidada por las nuevas generaciones. A veces da la sensación que aquella Ibiza nunca existió.
Un emblema de Sant Jordi
Hubo un tiempo en que había tres símbolos que eran parte intrínseca de Sant Jordi y que podían simbolizarlo con idéntica fidelidad: la iglesia fortificada, con sus almenas que recuerdan a las de los castillos; la retícula de las salinas, que conforman un paisaje único, y los molinos aguadores que se distribuían por todo el llano, alimentando una tierra fértil repleta de huertos. Hoy, dos símbolos se mantienen con la misma fuerza de antes, pero el tercero ya prácticamente nadie lo asociaría a este territorio.
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