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Coses Nostres: La sal en tiempos de cambio climático

Como en una reacción en cadena, el calentamiento global provoca escasez de nieve en Europa y reduce la demanda del oro blanco ibicenco, al mismo tiempo que cambia la salinidad de los océanos.

Demostración de cómo se recogía tradicionalmente la sal

Demostración de cómo se recogía tradicionalmente la sal / CAT

@territoriocat

La sal no es sólo el producto que ha marcado la historia de las Pitiusas y ha moldeado lo que antaño —tal vez hace 3.000 años— debía ser una albufera. La sal es un componente básico de los oceános, una de sus propiedades físicas, que le confiere su alta conductividad eléctrica, varía su densidad (mayor salinidad implica mayor densidad) e incluso puede modificar la velocidad a la que se propaga el sonido. La salinidad del agua resulta clave para entender las corrientes oceánicas que modulan el clima del planeta, de modo que hoy sabemos que los aportes de agua dulce del deshielo de los polos, al restar salinidad al mar, lo hacen menos denso y ralentizan los hundimientos y afloramientos de masas de agua que mantienen activo el sistema circulatorio de la Tierra. Por otro lado, un incremento de sal en el agua puede ser fatal para la vida de las algas unicelulares y en Ibiza se ha constatado como la salmuera vertida por las plantas desaladoras degrada las praderas de posidonia. La sal explica muchas cosas.

También la sal conecta muchas cosas. Y si el calentamiento puede provocar que las aguas de los océanos vean reducida su salinidad, ocasiona, asimismo, una escasez de nieve en Europa que, en un efecto cascada, acaba teniendo consecuencias en la producción de sal de Ibiza; este año, la demanda del oro blanco pitiuso ha descendido porque los países que habitualmente la compran para el deshielo en las carreteras no la han necesitado. En declaraciones a los informativos de IB3, el apoderado de Salinera Española, Joan Ribas, explicaba que las previsiones de producción ascendían a 80.000 toneladas, pero «hemos dejado en los cristalizadores entre 35 y 40.000 toneladas». Cada año, desde finales de verano, Salinera Española recoge la sal de los estanques de Ibiza y, cuando llega el frío, Galicia, Inglaterra, Escocia o las islas Feroe, compradores habituales, envían sus barcos a buscar la mercancía, en algunos casos para derretir la nieve de las carreteras y, en otras, para la salazón de pescado. También hay una parte de la producción destinada al consumo humano.

Y a pesar de que la temporada se considera un éxito, parte de la sal se ha dejado en los estanques tanto por falta de espacio —para no aumentar el tamaño de las montañas— como por el hecho de que algunos clientes habituales no han realizado ningún pedido este año, como es el caso de las islas Feroe, el archipiélago entre Islandia y Noruega que ha sido, tradicionalmente, uno de los principales destinos de la sal ibicenca. En las Feroe no sólo usan la sal para despejar las carreteras, sino que una buena parte de ella se destina a la industria de la salazón del bacalao. Pero el bacalao del Atlántico norte (Gadus morhua) también está sufriendo las consecuencias del cambio climático. Este pez depende exclusivamente de una sola especie de copépodo, Calanus finmarchicus, el pequeño crustáceo del que se alimenta. Y resulta que, según explicaba el investigador del ICM-CSIC Albert Calbet en el Nautilus de IB3 ràdio, este crustáceo de aguas frías se está desplazando cada vez más al norte debido al calentamiento, y sus áreas de distribución antes habituales están siendo ocupadas por especies de pequeños organismos de reproducción más baja y, probablemente, una calidad nutritiva diferente. Los efectos que este cambio obligado de dieta tendrán en las poblaciones de bacalao aún están por ver. La vida en el planeta es el resultado de equilibrios frágiles, y romperlos provoca sorprendentes reacciones en cadena.

La densidad del agua

La densidad del agua del mar depende básicamente de su temperatura y su salinidad (aguas frías y mayor salinidad implican mayor densidad), y de las variaciones de esa densidad depende, a su vez, la circulación oceánica que regula, en gran medida, el clima del planeta. De hecho, se la conoce como circulación termohalina, de las palabras griegas termos y halos (caliente y relativo a la sal).

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