Dominical

Memoria de la isla: La utopía desvanecida

Uno de los placeres que ofrecen las librerías es que podemos entrar en ellas sólo para curiosear, para echar un vistazo a las novedades que se publican y, en todo caso, leer las solapas y algún párrafo de una obra que nos llama la atención para comprobar si la escritura nos atrapa. El reclamo puede ser el autor, el tema, una buena crítica, la belleza de la edición o la originalidad de una portada. Y suele suceder que uno sale con un libro que no buscaba, como si hubiera hecho un gran descubrimiento.

El islote de es Vedrà. / J.A.RIERA

El islote de es Vedrà. / J.A.RIERA

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

En una pequeña librería, repaso las reimpresiones que el librero recomienda y una novela me atrae como un imán. La he leído varias veces, pero no me resisto a comprarla. La imagen de su portada es la del Vedrà y el Vedranell. Y la novela es La isla, de Aldous Huxley, una ficción que recoge las últimas reflexiones y preocupaciones del autor que, por cierto, son un reverso de Un mundo feliz, su novela más conocida. Creo que la editorial acierta al elegir para La isla la hipnótica y poderosa imagen de nuestro icónico islote, una emergencia marina que dispara la imaginación y casa bien con la Utopía, ese espacio mítico que la literatura sitúa siempre en el mar y en las islas.

Se puede trazar un larguísimo inventario con las obras de ficción que transcurren en islas utópicas, La Atlántida de Platón, la Isla de los Bienaventurados de Píndaro, las Islas Afortunadas de Plutarco, el rosario insular de La Odisea, (Eolia, Trinacria, Esqueria, Ogigia, Lamos, Ismaro, Duliquio, Cítera , Ítaca, etc), la Ciudad del Sol en la isla de Trapobane de Campanella, la Utopía de Thomas Moro, La nueva Atlántida de sir Francis Bacon, La tempestad de Shakespeare, la Isla Barataria del Quijote, la isla de Robinson que describe Defoe, Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift, La invención de Morel de Bioy Casares, La isla del tesoro de Stevenson, La isla del Dr. Moreau de H. G. Wells, La fuente de Cesar Aira o las ya citadas de Huxley, Un mundo feliz y La isla.

El mismísimo Dios crea la primera Gran Utopía al este del Edén, en un jardín que es como una isla, donde proyecta una Humanidad feliz, un paraíso donde conviven leones y ovejas, donde todo es inocencia, paz y alegría. Es el retorno a la naturaleza y a la simplicidad, el sueño edénico que el mundo hippy quiere revivir, como recoge el Diario de Ibiza del 6.09.69: «Uno de los espectáculos más hermosos que se pueden presenciar es el baño matutino de estos jóvenes nómadas, en lo que parece un rito venerable. Quien lo ve, piensa que así se despertaban nuestros primeros padres en el Paraíso». El Jardín del Edén es el primer arquetipo de la Utopía, pero también del Paraíso Perdido. Una buena metáfora, porque la utopía no permanece, es un espejismo que borra la terca realidad.

La palabra utopía viene de la griega ‘outopia’, compuesta por ou (que significa ‘no’) y topia (que significa ‘lugar’), de manera que Utopía es un no-lugar, un lugar que no existe, un espacio que imaginamos como el mejor de los mundos posibles. Fueron muchos los que, en determinado momento, vieron Ibiza y Formentera como ese no-lugar en el que todo parecía posible, un espacio colgado en un tiempo-sin-tiempo o, más precisamente, como un lugar en el que el tiempo estaba detenido, donde el Viejo Mundo no había desaparecido del todo y el Mundo Nuevo no había llegado. Pero para nosotros, los habitantes de las islas, no había utopía, había aislamiento y una vida precaria, con no pocas carencias. La utopía sólo estaba en la imaginación de los que llegaban.

Migrantes utópicos

Distintos factores contribuyeron a que, en los años 60 y 70, migrantes utópicos y viajeros de la contracultura eligieran Ibiza y Formentera como refugios paradisíacos en los que creyeron que otra vida era posible. Jugaba en ello la imagen todavía arcaica que veían en las islas, la belleza y virginidad de sus paisajes, la bonanza de su clima, el hecho de poder vivir con muy poco dinero y el talante tolerante de sus gentes que hacían, -hacíamos- gala de un tácito vive y deja vivir.

Nuestras islas se convierten en tierra de asilo para artistas, intelectuales, bohemios y excéntricos melenudos –flowers children-, que desembarcan con las obras de Kerouac en un capacho, con una guitarra o una flauta. Rebeldes con o sin causa, en la utopía que creían posible había un claro rechazo de la sociedad de la que venían, huían de la guerra, de la competencia, del ruido, de la prisa, del consumismo; y en su manera de vivir subyacía, aunque no fueran del todo conscientes de ello, el intento de transformar el sentido de su vida anterior y de conseguir una transposición de modelo, un cambio de paradigma, una contra-sociedad a la medida del hombre. No descubrían el Mediterráneo. Era un viejo sueño que ya estaba en el paradisiaco Edén genesiaco. Y en tiempos más próximos a nosotros, es el sueño que ya vemos, a finales del siglo XVIII, en Paul et Virginie, obra de Jacques-Henri Bernarin de Saint-Pierre, novela que causó un gran revuelo. Era el tiempo de La Enciclopedia, de Rousseau y de Voltaire, un momento en que se derrumban las concepciones tradicionales del hombre y prima la defensa del ‘buen salvaje’, del sentimiento, de un mundo en el que el hombre primitivo vive feliz, acorde con la naturaleza. Es el germen del Romanticismo que, en cierta manera, colea todavía en el mundo hippy que cree –o dice creer- en un mundo en el que todos los males morales, políticos y religiosos, quedan totalmente erradicados.

El mito hace aguas

El sueño duró poco. Y no fue porque las cosas se torcieran como de hecho se torcieron con algunos desmadres que propiciaba la droga, -robos, amenazas, asalto de un cementerio, algaradas con la policía, etc-, ni porque algunos hippies fueran expulsados de la isla, caso que se dio en contadas ocasiones. Si el movimiento hippy perdió fuelle fue porque las circunstancias cambiaron por mor de un turismo masivo, el sistemático destrozo del paisaje y una especulación descontrolada. Ibiza y Formentera se iban pareciendo cada vez más a cualquier otro lugar y el mito arcádico hacia aguas. El espejismo desaparecía. La utopía se había desvanecido.

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