Imaginario de Ibiza

Imaginario de Ibiza | Los varaderos más allá de sa Canal

A continuación del poblado salinero y el muelle aguarda un amplio núcleo de casetas marineras, insertadas entre las viejas rampas que proporcionaban cobijo a las barcazas de la industria.

Varaderos de sa Canal. / X. P.

Varaderos de sa Canal. / X. P.

Xescu Prats

El agua siempre va donde quiere y, al final, nada puede oponerse a ella. El agua es paciente. El agua que gotea desgasta una piedra (Margaret Atwood).

Quien transita por la isla sin fijarse un destino, únicamente por el placer de explorar recovecos y paisajes inesperados, difícilmente llegará a alcanzar los varaderos de sa Canal. Muy probablemente se quede a las puertas, seducido por las casitas encaladas que los preceden y que conforman el poblado anexo a las oficinas de Salinera Española, a la altura del muelle de hormigón donde cargan la sal las naves nórdicas que la adquieren por toneladas para las conserveras asentadas en las Islas Feroe y otros reductos del Mar del Norte.

De almacenes a chalets

Junto a las amplias rampas de la salinera, donde cabe suponer que antaño quedaban varadas las barcazas de la sal, un viejo almacén bajo los pinos, en la retaguardia, reconvertido en coqueto chalet. Otra colección de carteles pregona el carácter privado de la propiedad y el paso prohibido a los viandantes ajenos a ella. Ha corrido idéntica suerte que tantos otros inmuebles vinculados a la industria salinera que, de la noche a la mañana, han pasado a formar parte del mercado residencial, en pleno parque natural. 

El extenso pantalán, plenamente industrial, contrasta con la estética rústica y romántica de las villas, con unas fachadas que alternan cal y mampostería carcomida por el salitre. Entre el blanco y la piedra relucen las capas cuarteadas de pintura turquesa que cubren puertas y contraventanas, las balaustradas indianas, las delicadas columnas, las vueltas de los arcos, las verjas de forja y las buganvillas que se aferran a las fachadas, salpicándolas de rojos, violetas y morados entre las hojas verdes.

La belleza de este rincón insólito, la contundencia de la infraestructura portuaria y, sobre todo, la desmesurada cantidad de paneles que prohíben aparcar y que alertan del carácter privado de las propiedades circundantes frenan las ganas de seguir adelante. Lejos quedan los tiempos –aunque en realidad no haga tanto–, en que uno de estos hogares albergaba un café donde cualquiera era bienvenido, aunque al cruzar el umbral se sintiera tan extraño como el recién llegado a un saloon del lejano oeste tras empujar sus puertas batientes.

Aquel que supera las reticencias y continúa por el sendero de tierra pegado al mar, descubre inmediatamente un hormiguero de refugios marineros con vistas al muelle salinero y a los islotes de es Freus. Desde aquí dibujan el tránsito a Formentera torre a torre, faro a faro y escollo a escollo. Una veintena de varaderos al uso, junto con alguna que otra caseta sin raíles, concebida únicamente para disfrutar de un guisat de peix o de una paella dominical junto al mar. Frente a uno de estos refugios, una chalana arruinada cuelga de lo alto del esqueleto de un porche erigido con postes de pino, como si a esta altura estuviera a salvo de la furia de las tempestades. Algunas garitas disponen de sombrajos hechos con hojas secas de palma y numerosas escalinatas con barandas de cuerda o ramas descienden entre las construcciones.

El lugar conjuga cierta belleza rústica con un velo de decadencia creciente. Junto a los varaderos payeses aguardan los de la salinera, mucho más amplios y regulares, con raíles metálicos corroídos por el óxido y la gota malaya de las olas. Hay embarcaciones arruinadas, incluida una vieja barcaza salinera de la que únicamente se conserva la mitad del lado de la proa, y varios rompeolas que protegen levemente este rincón expuesto al siroco.

Más allá, continuando por el sendero que sobrevuela los escollos, donde aún existe un noray de madera y hierro con una gruesa cadena que cae hacia el fondo, aguardan otras cinco casetas alrededor de una hendidura en el acantilado bajo. El mar la ha ido horadando capa a capa en el estrato. Hasta aquí se conserva la sensación de pertenencia al poblado salinero. A continuación, únicamente costa abrupta y bosque frondoso, hacia el canal de s’Olla y las escarpaduras de es Cap des Falcó.

(*) Cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

Junto a las amplias rampas de la salinera, donde cabe suponer que antaño quedaban varadas las barcazas de la sal, un viejo almacén bajo los pinos, en la retaguardia, reconvertido en coqueto chalet. Otra colección de carteles pregona el carácter privado de la propiedad y el paso prohibido a los viandantes ajenos a ella. Ha corrido idéntica suerte que tantos otros inmuebles vinculados a la industria salinera que, de la noche a la mañana, han pasado a formar parte del mercado residencial, en pleno parque natural.

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