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Historia de Ibiza: Un asesino en serie en la época hippy

El criminal en serie Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, mató a una turista francesa en Sant Jordi en 1967 y un inocente pasó un año en prisión por el crimen

Manuel agarra del cuello al inspector Salvador Ortega para mostrar cómo mató a alguna de sus víctimas. / A.C.G.C.

Manuel agarra del cuello al inspector Salvador Ortega para mostrar cómo mató a alguna de sus víctimas. / A.C.G.C.

@territoriocat

En el libro ‘Dentro del monstruo’, el criminólogo del FBI Robert Ressler explica que el terror que Jack el Destripador provocaba se sustentaba, en gran medida, en el hecho de que «mataba a personas desconocidas, de lo que se desprendía que cualquier individuo normal y corriente que saliera a dar un paseo por la noche debía temer a cualquier extraño que se cruzara en su camino». En el caso del asesino en serie Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, esta circunstancia da otra vuelta de tuerca. No sólo mató a perfectos desconocidos sino que, en el caso del crimen que cometió en Ibiza, se suman casualidades y circunstancias que, sin duda, llevan a pensar que un asesino puede aparecer en cualquier momento y en cualquier lugar.

El Arropiero, fumando un puro en Can Planes durante la reconstrucción del crimen de la turista francesa. / A.C.G.C.

El Arropiero, fumando un puro en Can Planes durante la reconstrucción del crimen de la turista francesa. / A.C.G.C.

El crimen fue en Sant Jordi, no lejos de la carretera de Sant Josep, en una casa denominada Can Planes. Era el 20 de junio de 1967 y no se sabe muy bien qué hacía en la isla aquel vagabundo que se convertiría en uno de los nombres más famosos de la historia criminal española ni cómo había ido a parar, más concretamente, a la zona donde ocurrieron los hechos, en un camino campo adentro con varias casas diseminadas. Pero allí estaba, de madrugada, probablemente buscando una vivienda en la que poder robar.

Manuel Delgado Villegas acaricia un podenco en el porche de Can Planes ante la mirada de todos los que participaron en la reconstrucción del crimen. / A.C.G.C.

Manuel Delgado Villegas acaricia un podenco en el porche de Can Planes ante la mirada de todos los que participaron en la reconstrucción del crimen. / A.C.G.C.

Esa noche, horas antes, el americano Jules Morton Abramovitz ha conocido a la francesa Margaret Hélène Boudrie en el Lola’s. Cuando cierran, él le propone pasar por la vivienda en la que reside (junto a su esposa) para coger algo de LSD y continuar la fiesta en una casa en la que sabe que no hay nadie. De esta forma, un taxista los deja en la entrada del camino que conduce a Can Planes, junto a Can Noguera y, una vez dentro del domicilio, se acuestan en la cama de una pequeña habitación. Allí, charlando y consumiendo drogas, pasarán un par de horas.

El Arropiero saludando a los pies del avión en la pista del aeropuerto de Ibiza

El Arropiero saludando a los pies del avión en la pista del aeropuerto de Ibiza / Archivo Conrado Gallardo Correa

En el exterior, acecha la muerte; Manuel se ha acercado a Can Planes. Oye voces. Y, de pronto, ve a un hombre saliendo de la casa. La puerta queda abierta. Es Jules, que ha dejado a Margaret dormida y ha decidido largarse a su casa.

La comitiva judicial en el aeropuerto de Eivissa. / A.C.G.C.

La comitiva judicial en el aeropuerto de Eivissa. / A.C.G.C.

La puerta abierta. Manuel entra en la casa y encuentra a la mujer en la pequeña habitación. Se coloca encima de ella y la despierta con brusquedad. Ella grita y él la golpea. El agresor quiere que se calle y la asfixia con un cojín. La mata. Y la viola. Cuando ya está muerta, le clava, con escaso arte, un estilete en la espalda y limpia el arma trazando un siete en el colchón. Limpia además el cadáver con el agua de un cubo que había en el porche.

Reconstrucción del crimen de Farraf. El inspector Manuel Alcalá representa el papel de la víctima. / A.C.G.C.

Reconstrucción del crimen de Farraf. El inspector Manuel Alcalá representa el papel de la víctima. / A.C.G.C.

Sabemos buena parte de lo que ocurrió porque el asesino lo explicará cuando sea detenido. Pero no será arrestado hasta 1971 y seguimos en 1967. Jules, mientras la muerte hacia acto de presencia en Sant Jordi, está a punto de llegar a Ca n’Escandell —a la casa en la que reside, de una amiga de su esposa—cuando se da cuenta de que ha olvidado su pasaporte en Can Planes, así que regresa, entra en la habitación y encuentra a Margaret muerta y desnuda. La dejó dormida apenas cuarenta minutos antes y ahora está muerta. Se asusta y se marcha corriendo. Cuando por fin llega a su casa, le pedirá a su esposa que declare, si alguien pregunta, que han pasado la noche juntos. Al día siguiente se corta el cabello y se afeita.

Ficha policial de Manuel Delgado Villegas./ A.C.G.C.

Ficha policial de Manuel Delgado Villegas. / A.C.G.C.

Jules Morton Abramovitz no tenía escapatoria. Antes de tres días será detenido y ya en ningún momento negará haber estado con ella aquella noche. Pero jura y perjura que no la ha matado, aunque él mismo es consciente de las inconsistencias de su versión de los hechos. El americano pasará un año en el depósito de detenidos de Dalt Vila —lo conocían como el hotel Naranjo— y será juzgado el 27 de junio de 1968. Y si hasta aquí la historia ya resulta improbable, lo es igualmente el resultado del proceso; Jules fue absuelto por las dudas que existían sobre la causa de la muerte de la joven francesa, es decir, la muerte por sofocación no quedó bien establecida y las drogas que se hallaron en su cuerpo contribuyeron a plantear dudas. Tras esta sorpresiva resolución, la opinión pública forjó la leyenda de que el hombre había salido impune por el dinero de su familia y por la fama de su abogado defensor, el reconocido penalista Octavio Pérez-Vitoria. El recientemente fallecido abogado ibicenco Andrés Tuells ejerció la acusación particular en este caso.

Detención y confesión

Así las cosas, llega el año 1971 y Manuel Delgado Villegas es detenido en El Puerto de Santa María como sospechoso de haber estrangulado a Antonia Rodríguez Relinque, su novia. Manuel tiene 28 años y lleva sólo cuatro meses instalado en Cádiz, en casa de un padre que apenas ha ejercido de padre a lo largo de la vida de sus dos hijos, Manuel y Joaquina, que se largó de Sevilla, de donde es originaria la familia, cuando eran pequeños y los dejó a cargo de la abuela (la madre ya había muerto). El padre se dedica a vender un dulce conocido como arrope por las calles de El Puerto, y, como no quiere que su hijo esté sin hacer nada, le enseña el oficio. Y así, el criminal acabará con el apodo del Arropiero, ligado para siempre a un producto que antaño fue típico de diversos lugares de España.

Durante la reconstrucción del crimen en Sant Jordi, el asesino recordó perfectamente lo sucedido en la casa

El Arropiero no tiene antecedentes que pudieran hacer saltar las alarmas, sólo algún robo, peleas e ingresos en psiquiátricos con los que evitaba la cárcel. Inicialmente, da la impresión a los agentes de ser un simple robaperas, el tonto del pueblo que lloriquea y tartamudea cuando es interrogado. Pero, cuando ya ha confesado el asesinato de su novia y reconoce también la muerte de otro habitante de El Puerto, Francisco Marín, que se consideraba su amigo, se abre la caja de Pandora. Y comienza a relatar crímenes de todo tipo y condición cometidos en distintos lugares del país e incluso en Italia y Francia. Delgado Villegas llegó a confesar 44 crímenes en la comisaría y, en la mayor parte de ellos, las víctimas eran casuales, personas que se cruzaron en su camino y que a duras penas puede entenderse qué motivo tenía para matarlas. De hecho, el primer crimen reconstruido fue el de Adolfo Folch Muntaner, un cocinero al que fracturó el cráneo con una piedra mientras dormía. Es decir, en ningún momento cruzaron una palabra y jamás se habían visto, pero, cuando Manuel lo vio dormido, apoyado en una pared en la playa de Garraf (Barcelona), lo mató y le robó la cartera y un reloj. Fue el 21 de enero de 1964 y el crimen no se resolvería hasta que, siete años después, el Arropiero confesó.

La comitiva judicial cerró siete de los 44 crímenes que había confesado

El criminal, que se autoproclamaba como «el asesino más importante de España», llegó a hablar a los sorprendidos agentes de El Puerto de 44 crímenes, pero, años después, aseguró a su abogado que la cifra era de 48. Finalmente, sólo siete asesinatos fueron resueltos, en una investigación sin precedentes que llevó a crear una comitiva judicial (juez, tres policías y funcionario judicial) que viajó a distintos lugares de España para reconstruir los casos de los que se hubieran recabado más datos. En el proceso, los agentes entablaron una relación con el asesino que incluso calificaron de amistad; lo llevaron a comprar ropa al Corte Inglés, visitaron el Tibidabo y comían con él en restaurantes sin que, en ningún momento, fuera esposado. De esta forma, se ganaban la confianza del criminal. En aquel momento, el término asesino en serie aún no se había popularizado y la famosa Unidad de Ciencias del Comportamiento del FBI aún no había iniciado la sucesión de entrevistas a criminales seriales que llevarían a introducir la psicología en la investigación de delitos (un capítulo de la criminología que refleja la serie de Netflix ‘Mindhunter’).

Cuando Manuel Delgado Villegas aterrizó en el aeropuerto de Ibiza para reconstruir el crimen de Can Planes (también conocido como el crimen de los beatniks), lo hizo como una estrella de rock, vestido de negro, con sombrero de cowboy y gafas de sol. Las fotos que se conservan del grupo en Ibiza —que acompañan este reportaje— revelan las especiales circuntancias del caso; parece un grupo de amigos de vacaciones en la isla. Y, durante la reconstrucción del crimen en Sant Jordi, el asesino recordó perfectamente lo sucedido en la casa. Reconoció el porche y la pequeña habitación del crimen. Comentó algunos cambios en la ubicación de los muebles y sorprendió a todos cuando aseguró que el colchón que había en el cuarto no era el mismo; el viejo se guardaba en un desván y aún conservaba el corte en cruz que hizo para limpiar su estilete.

En aquellos días, en los juzgados de la isla, lo más comentado del caso podría condensarse en la frase «menos mal que aquel americano no fue condenado por el asesinato».

La comitiva judicial reconstruyó crímenes en Ibiza, Cádiz, Barcelona, Mataró y Chinchón y cerró siete de los 44 crímenes que el Arropiero había confesado hasta ese momento. Y aunque aún se podría haber tirado de algunos hilos, la Justicia española consideró que ya se habían destinado demasiados recursos al asunto y obligó a los policías a devolver al criminal a Carabanchel y despedirse de él. La causa no se cerró, pero quedó en un limbo judicial que se prolongó hasta más allá de la muerte de Franco. Hasta el año 77, El Arropiero no tuvo abogado y nunca fue juzgado. Manuel Delgado Villegas —psicópata, disléxico, borderline y carne de terapias de electrochoque— languideció entre La Modelo, Carabanchel, Fontacalent y el sanatorio de Santa Coloma de Gramanet, donde murió el 2 de febrero de 1998 por una afección pulmonar.

Portada del libro.

Portada del libro. / CAT

La deconstrucción del monstruo

La editorial Balàfia Postals acaba de editar el ‘El Arropiero. La deconstrucción de un monstruo’, que se presenta como el trabajo más completo sobre la historia del criminal, una combinación de hechos, análisis criminológico y disección de un asesino, con multitud de declaraciones de personas relacionadas, de una u otra forma, con Manuel Delgado Villegas y sus crímenes. Desde que, hace un par de años, los autores anunciaran que estaban trabajando en el caso, hablaran del proyecto —que incluye una serie y una película— en distintos medios y crearan una página de Facebook para ir informando de su evolución, el Arropiero ha vuelto a la actualidad. En este tiempo, intentando aprovechar la coyuntura, se han publicado recopilatorios que incluso han plagiado el título con el que inicialmente se presentaba el libro, pero que no aportan las declaraciones, la investigación y el análisis que contiene ‘El Arropiero. La deconstrucción de un monstruo’.

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