Memoria de la isla
Memoria de la isla: 1949
Llegué con mi familia a la isla en 1949. Me faltaban unos meses para cumplir 4 años. A veces me pregunto si uno puede acordarse, más de 70 años después, de aquellos primeros días en la isla. ¿No será que recordamos lo que nuestros mayores nos cuentan de aquel entonces, imágenes de las que nos hemos apropiado? Algo habrá de eso, pero si retenemos vivencias que se produjeron cuando nuestros padres no estaban presentes, tienen que ser propias, no pueden ser heredadas.
Miguel Ángel González
No me sorprende que quienes salimos del cascarón el 44 y 45 recordemos algunas cosas de aquellos años, cuando yo retengo –y perdonen si personalizo- imágenes que son incluso anteriores. Recuerdo un pueblo alcarreño y me veo con un pequeño triciclo rojo entre las patas de los mulos que, a riendas de sus amos, antes de salir al campo, acudían a beber al enorme pilón circular que tenía la plaza. Y de entonces me bailan algunos nombres, Sixto el barbero, don Tiburcio el boticario, don Amalio el practicante, doña Gregoria, vecina besucona a la que tenía manía y Encarnita, una niña de mi misma edad a la que don Amalio le puso una inyección con tan mala fortuna que se rompió la aguja ya clavada y nunca supe si se la sacaron; dijeron, según me cuentan, que si la aguja no se movía y no le molestaba, mejor era dejarla donde estaba. ¡Qué cosas! También recuerdo sitios del pueblo, el Puntío, la Solana, la calle del Zacatín, la Fuente de los Tres Caños y la Bujeda.
Como me acuerdo de otro pueblo al que nos trasladamos y desde el que vinimos a Ibiza, Almonacid de Zorita, donde luego se construiría la primera Central Nuclear. Allí estuve a punto de ahogarme, con razón no se me olvida Almonacid. Me caí en un aljibe al que, cuando jugaba con otros chicos haciendo castillos de barro, fui a buscar agua con un pequeño cubo. Recuerdo que me hundía con los ojos muy abiertos, que quise decir algo y no podía, que el agua que tragaba sabía a jabón porque allí las mujeres lavaban la ropa, que alguien me sacó de un tirón y que en casa me arroparon con una manta porque no dejaba de tiritar.
Siendo estos recuerdos anteriores al 49, es creíble que los de mi quinta podamos recordar algo de la Ibiza de aquellos años. Supongo que aquel escenario de infancia sería borroso o lo habríamos olvidado de no haber sido porque fueron los espacios en los que crecimos. Después fueron cambiando y desde entonces no han dejado de cambiar, pero, incluso ahora, gracias a que han resistido calles, edificios y fachadas, nos basta cerrar los ojos para recuperar todo lo que el viento se ha llevado, rostros, voces, sonidos y olores.
Lo que se ha perdido para siempre es el relato, dejándonos sólo flashes, imágenes aisladas que desfilan sin hilatura. En mi caso, el colegio de las Agustinas, la casa-cuartel de la Benemérita con los caballos en la cuadra, los carros por la calle de las Farmacias, muchísimas bicicletas, una hilera de coches acharolados que tenían parada en Vara de Rey, los camiones que iban y venían entre Vila y los pueblos, doña Luz en la Imprenta del Diario, que me dejaba hojear algunos tebeos, el Catón Moderno, los lapiceros Alpino y el cuaderno de caligrafía con sus líneas paralelas, como rieles para que no descarrilaran nuestras letras, una calle todavía de tierra, con los guás que hacíamos para jugar a canicas, la cuba del agua que en verano y a mediodía regaba la tierra caliente de las calles que humeaba, la guarnicionería de can Afro que olía a pieles y a resinas, la alpargatería que olía a esparto, el colmado de Juan que olía a sardinas de casco y al aceite que se vendía a granel, el pregonero que en la esquina de ca es Saboner soltaba su clarinetazo con avisos de bodas y funerales, del precio del cordero añal en can Miquelitus. Recuerdo, en fin, los juegos al salir de La Consolación, a piola, a Barrabás, a fer oli. Y que nuestros gritos se mezclaban con los chillidos de las golondrinas; y que todo se acababa cuando, con las últimas luces, los murciélagos se apoderaban de la calle y nuestras madres nos llamaban desde los balcones.
Circos gallísticos
He revisado por curiosidad las noticias que estos papeles publicaban aquel año, 1949, cuando llegué a la isla. Me alegra saber que en aquellas fechas nacía l’Institut d’Estudis Eivissencs con un objetivo claro,«la investigación científica de todos los elementos de la cultura en Ibiza y Formentera», con las secciones de Arqueología, Arte, Historia, Letras, Ciencia, Geografía, Etnología y Costumbrismo. Leo que Ibiza pasa a ser Sede Episcopal y que está prácticamente acabada la Gallera, el Circo Gallístico que se construye al lado de La Consolación con un aforo de 500 personas, «un reñidero en el que demostrarán su valentía los gallos de raza ibicenca, muy heridores como antaño demostró el Gall d’en Bernat en los circos gallísticos mallorquines». Firma la nota un tal ‘Espolón’, seudónimo muy acorde con la noticia. También se comunica el hallazgo de una losa ibérica funeraria que reza ‘Tirtanos Apulocum Kietintum osculi kios’. Supongo que Tirtanos era el finado.
Y me sorprende la noticia que se da del algodón, cultivo que se hace, con excelentes resultados, asociado al de la patata. Se inaugura la línea área Barcelona/Ibiza/Barcelona, «aterrizando magistralmente el avión en es Codolar y despegando después majestuosamente». Los adjetivos ‘magistralmente’ y ‘majestuosamente’, referidos al aterrizaje y despegue, descubren la admiración que todavía provocaba que un aparato metálico pudiera volar. Muy poco después nos visitaba por primera vez el barco-correo ‘Ciudad de Ibiza’, se inauguraba el Balneario de Talamanca, se pescaba un calamar gigante en la Cova d’en Cabrit de Formentera, aparecían platillos volantes en Sant Joan y Marià Villangómez publicaba, después de Elegies i paisatges y Terra i somni, su tercer libro en catalán. Estas son las cosas que sucedían en mis primeros días en la isla.
En el Diario de Ibiza la alcaldía prohibía los vocablos extranjeros, pasaba visita el Dr. Don Jaime Escalas, director del Manicomio de Palma, en el cine Serra se proyectaba ‘Sin novedad en el Alcázar’ y los anuncios eran, entre otros, del Insecticida DDT, la Clínica Madrileña del Dr. Alcántara, el Bar Restaurante Alfredo y el Estomacal Flor de Ibiza y el Palo de la Fábrica Maripol. Todo aquello es ‘Lo que el viento se llevó’, películón que, por cierto, aquellos días se estrenó en el Pereyra.
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