Imaginario de Ibiza | La maraña de ses Salines que ya tendría que haber desaparecido
A pesar de que el Plan Rector de Usos y Gestión del Parque Natural que se aprobó en 2002 establecía que debían soterrarse los tendidos eléctricos y las líneas de telefonía, los estanques siguen atravesados por un barullo de cables que afean el paisaje y afectan a la fauna.

Tendidos que sobrevuelan los estanques. / X.P.
El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza, como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro
Cada cierto tiempo, se producen tragedias que nos dejan estupefactos y pegados al televisor. Lo hemos vivido recientemente con los terribles efectos de la dana en los municipios valencianos, pero también cuando se hundieron las torres gemelas durante los atentados terroristas de Nueva York, cuando la lava del volcán de Cumbre Vieja arrasó parte de la isla de la Palma o cuando estallaron varias bombas en los trenes de Cercanías madrileños que se dirigían a la estación de Atocha.
En aquellas ocasiones en que la destrucción la ocasiona la fuerza de la naturaleza, nos identificamos con el dolor de las víctimas, pero asumimos la impotencia del hombre frente a ella. Cuando el daño irrumpe por el odio y la visceralidad que generan las tensiones entre religiones, etnias o fronteras, es decir, entre enemigos, nos parece aún más terrible porque se produce a voluntad. Igual de incompresible nos resulta cuando ese ansia de destrucción se orienta hacia objetos y símbolos, por pura estrategia propagandística, a costa de poner en peligro o directamente destruir parte del patrimonio de la humanidad.

Postes y cableado por doquier. / X.P.
En este contexto, uno de los sucesos que más me han impactado en la vida fue la voladura de los budas gigantes de Bāmiyān, en Afganistán, a manos de los talibanes, porque los consideraban ídolos de otra religión y el Corán supuestamente prohíbe su existencia. En 2001, utilizando cartuchos de dinamita y obuses de tanque, dos moles de 55 y 37 metros de altura, talladas en un acantilado hacía más de 1.000 años, fueron arrasadas por completo, dejando huecas las colosales hornacinas que los albergaban.
Recientemente, hemos asistido también a otros atentados fallidos al patrimonio artístico del mundo, perpetrados por fanáticos que, sin embargo, habían tenido acceso a la educación y a todos los privilegios que caracterizan la sociedad del primer mundo. Ahí tenemos a esos dos activistas contra la industria petrolera que lanzaron sopa de tomate a Los Girasoles de Van Gogh, en la National Gallery de Londres, o aquellos otros que arrojaron una tarta a La Gioconda, el famoso cuadro de Leonardo Da Vinci, en el museo parisino del Louvre.
Sin embargo, se producen otros atentados contra el patrimonio que no son fruto de la ira ni la intencionalidad, sino que ocurren por pura desidia y falta de interés. El elemento más importante que conjuga patrimonio y naturaleza al mismo tiempo que tenemos en Ibiza son las salinas, una industria con 2.500 años de antigüedad, que se desarrolló a partir de la edad media, conformando una retícula de estanques, con canales, norias y bocas de alimentación de agua marina, que constituye una maravilla de la ingeniería antigua, conformando un paisaje extraordinario.
Sin embargo, ni siquiera la condición de Parque Natural ha hecho posible que este enclave único sea tratado por las administraciones con la importancia y el respeto que merece. A la insólita presión humana que recibe, a la que tantas veces nos hemos referido, se suma la indolencia de permitir que una infame maraña de postes eléctricos, líneas de alta tensión y cables por doquier, siga esperando a ser enterrada. Tal infraestructura no sólo deprecia un paisaje que debería de ser inmaculado, sino que además provoca la muerte de múltiples aves que se refugian en el humedal durante las migraciones, muchas de ellas protegidas. Salvando las distancias y pese a su reversibilidad, lo que ocurre en ses Salines representa nuestro particular e irracional atentado al patrimonio.
El Plan Rector de Usos y Gestión del Parque Natural de ses Salines, que el Govern balear aprobó en el año 2002, establecía que las empresas operadoras de los tendidos aéreos, tanto de telefonía como de red eléctrica, tenían la obligación de proceder al soterramiento de la totalidad de estos tendidos, en un plazo máximo de 10 años. Han pasado 22 años y se han producido diferentes conatos, incluso tratando de recurrir a fondos europeos, pero ses Salines sigue exactamente igual y sin una solución en el horizonte.
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