Imaginario de Ibiza
Imaginario de Ibiza | Cala Bassa y la navaja de Ockham
Los ibicencos del siglo pasado conocían esta playa simplemente como «la Bassa», por la charca anterior a la orilla que, al contrario que ahora, no estaba enlazada al mar mediante un canal recortado en la roca.

La ‘bassa’de Cala Bassa. / X.P.
Cualquier necio puede escribir en lenguaje erudito. La verdadera prueba es el lenguaje corriente (C. S. Lewis).
Seguro que, en la radio, en la televisión, en el cine o en las barras de los bares, han escuchado muchas veces esa expresión que dice que, «en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable». Este principio filosófico y metodológico es conocido como navaja de Ockham y se aplica a multitud de campos, desde la economía a la teología, pasando por las investigaciones policiales.
Su autoría se atribuye al fraile franciscano y filósofo Guillermo de Ockham (Inglaterra, siglo XIV) y su influencia en la ciencia es tan relevante que se utiliza como regla general para guiar a los científicos en el desarrollo de modelos teóricos. Lo de navaja tiene su origen en que se decía que Ockham, con su forma de racionalizar, «afeitaba como una navaja las barbas de Platón», cuya línea de pensamiento era justamente el paradigma de la complejidad.
Una de las derivaciones más interesantes de la navaja de Ockham es el término «economía del lenguaje», que se define como un proceso evolutivo orientado a minimizar el uso de las palabras a la hora de hablar, escribir o expresarnos. En términos literarios, podríamos definir esta idea como la habilidad para emplear los términos justos y necesarios, evitando aderezos superfluos, lo que no significa renunciar a la belleza y musicalidad del lenguaje. Muy al contrario, requiere de un conocimiento profundo de la semántica para llevarlo a cabo. De hecho, si aplicáramos la economía del lenguaje a su propia definición, podríamos concluir que es lo opuesto a la pedantería.
Los ibicencos de antaño, aunque de forma inconsciente, eran totalmente partidarios de la economía del lenguaje. Su forma de vida tan austera también implicaba una traslación al uso de las palabras. Un ejemplo especialmente interesante radica en la evolución de ciertos topónimos, que se han extendido a causa del fenómeno globalizador parejo al turismo. Hoy, lugares como Platges de Comte o Cala Bassa aparecen tal cual en todas las guías de viajes e incluso en las páginas web de promoción turística de las instituciones ibicencas, pero en el siglo pasado los oriundos se referían a ellas exclusivamente como la Bassa y Comte, sin necesidad de etiquetarlas como cala o playa.
Aquella llegada caótica
Antaño, cuando no existía un parking de pago, las llegadas a Cala Bassa siempre constituían una incógnita, por el caos automovilístico que imperaba en todo el entorno. Los coches ocupaban la mitad del ancho de la carretera, se acumulaban entre los arbustos y hasta estacionaban sobre la plataforma irregular de arenisca que precede la charca. Probablemente es la única mejora que ha experimentado la playa a lo largo de medio siglo.
La Bassa se llamaba así por la charca que aguardaba al principio del arenal, antes de alcanzar la orilla. Hoy enlaza con el mar mediante un canal horadado en la roca y se ha convertido en una suerte de piscina natural donde los niños juegan a salpicarse unos a otros. Sin embargo, antiguamente acumulaba agua de lluvia, debido a que la altura de la ribera impedía que ésta bajara al mar.
Era y sigue siendo una de las playas más hermosas de Ibiza, sobre todo en la tranquilidad del invierno. Pero aún resultaba más encantadora en los prolegómenos del turismo, cuando los franceses y catalanes que veraneaban en Sant Antoni acudían a ella a bordo de los llaüts pluriempleados de los pescadores, y los locales, ya unas décadas después, ejercían profusamente el arte del dominguero, degustando tortillas y filetes empanados a la sombra de las sabinas, en el interior de las dunas.
Hoy Cala Bassa constituye un producto turístico mucho más elaborado, con parking de pago, beach clubs, hamburguesas de wagyu, zonas delimitadas con hamacas vip cuya arena sólo puede pisar quien paga por adelantado, servicio gastronómico y de coctelería en la propia orilla, party boat cruzando el horizonte, vendedores ambulantes, ticketeros, dunas reconvertidas en terrazas privadas…
Igual en Ibiza nos convendría aplicar la navaja de Ockham al turismo; es decir, buscar la manera de simplificar un poco las cosas y tender, en la medida de lo posible, a los orígenes, dejando de lado tantas complicaciones.
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