Diario de Ibiza

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La experiencia de levitar con un arroz a banda

Solo cabe sentir cierta lástima por esa legión de turistas acaudalados que se dejan llevar únicamente por las modas y que abandonan la isla sin haber catado una gastronomía local que rezuma autenticidad y conecta con nuestra tradición marinera.

Arroz a banda. x.p.

Cuando no sepas adónde vas, párate y mira de dónde vienes. (Katherine Pancol)

Dentro de la insólita colección de disparates que genera la burbuja del lujo ibicenco, donde parece que vivimos una competición acelerada para ver quién concibe el mayor latrocinio al turista bajo el camuflaje de la exclusividad, encontramos un invento que se promociona como el restaurante más caro del mundo. Lo cierto es que dicho establecimiento no miente y su principal virtud, en consecuencia, no radica tanto en la experiencia que proporciona o la calidad de la cocina que elabora, sino en el precio que cobra por ello.

El éxito de algunos de estos productos, que en Ibiza se promueven como panacea de la opulencia y la jactancia, tal vez obedezca a que, en realidad, constituyen una terapia efectiva aunque efímera para una patología de nuestro tiempo, escasamente diagnosticada e investigada: la angustia existencial que padecen algunos potentados a consecuencia de las ingentes cantidades de dinero que amasan y la imperiosa necesidad que sienten de quemarlo de una forma que no sea en sentido literal, pero igual de efectiva.

El restaurante en cuestión, supuestamente ofrece una experiencia cibergastronómica que fusiona proyecciones, efectos lumínicos, realidad virtual y otras tecnologías digitales con el universo de las esferificaciones, las gelificaciones y el agar agar. El invento lo diseñó hace ya unos cuantos años un reputado chef madrileño, que sin embargo no ha querido trasladarlo su tierra, reservada exclusivamente para sus proyectos «serios». Aguarda en Platja d’en Bossa y tiene un coste de 1.650 euros por comensal, aunque de vez en cuando se traslada a lugares como Arabia Saudí, que, al igual que esta isla, se caracterizan por aglutinar a una vasta población de individuos aquejados por la enfermedad anteriormente descrita.

El caso de este estrambótico establecimiento, cuyo éxito desconocemos porque lleva años pasando prácticamente desapercibido, no es único y en la isla podemos encontrar otros muchos sucedáneos. En es Jondal, por ejemplo, se ubica otro restaurante donde se pueden encontrar tropecientas maneras de degustar caviar de esturión, lógicamente a precios inverosímiles, y donde se vende una cocina marinera que se elabora sin un solo pescado capturado en la isla, ya que todo su género procede de Catalunya.

Podríamos seguir con la estafa de las hamburguesas de wagyu que se ofertan en múltiples beach club y demás chiringuitos de alto standing, los zumos hipervitaminados al precio de vinos de guarda, los bocados de sushi con oro comestible y otros condimentos irracionales, las botellas exclusivas de vodka o champán que se sirven con bengalas para que todos los presentes se enteren del dispendio y le pongan rostro a su autor, los brunch exclusivos que ingenian chefs estrellados sin demasiados escrúpulos, etcétera. El catálogo ya es infinito.

Lo triste del asunto, más allá del sonrojante derroche, es que seguro que un buen puñado de toda esta tribu de adictos al humo ibicenco acabe marchándose de la isla sin haber catado un bullit de peix en un restaurante familiar y auténticamente ibicenco, junto a la costa, y rematarlo con un sabroso arroz a banda, de esos que sí te hacen levitar, como el que aparece en la foto. Yo les sugeriría que inviertan en esta experiencia real y destinen la sustancial diferencia de precio a ayudar a alguien que lo necesite. Y luego una buena siesta. Igual hasta lo digieren mejor.

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