Cuando Ibiza era otra fiesta

Jutta, sin más, tan ibicenca aunque fuera alemana

Con su marido, Emil Schillinger, abrió en 1959 en el hotel Corsario de Dalt Vila la primera galería de arte contemporáneo de Baleares

Con Joan Ribas, gran amigo ibicenco y colaborador. | ARCHIVO JOAN RIBAS

Con Joan Ribas, gran amigo ibicenco y colaborador. | ARCHIVO JOAN RIBAS / julio herranz

Julio Herranz

Julio Herranz

Sí, nunca le ponía el apellido cuando la entrevistaba. No hacía falta, y era demasiado alemán para mi gusto y para una mujer como ella, tan ibicenca militante y apasionada por la cultura popular. Pero bueno, seré ortodoxo aquí y la presentaré como es debido: Jutta von Seht (KieI 1918 – Ibiza 2009) era todo un personaje singular en la isla, que descubrió en 1957, instalándose en ella al año siguiente. Aquí se casó con Emil Schillinger y en 1959 abrieron en el hotel Corsario (Dalt Vila) la primera galería de arte contemporáneo de las Baleares. Base de operaciones del Grupo Ibiza 59, formado sobre todo por artistas europeos de vanguardia. En 1968 abrió Can Negre, para vender y dar a conocer la auténtica artesanía ibicenca, mediterránea y española en general. Y años después abrió una tienda en Dalt Vila, El Mohan, también para promocionar y vender artesanía. Asimismo, estuvo involucrada en la defensa de la vida payesa y con raíces de la isla, así como en una serie de movidas de carácter cultural. «Sólo quiero que la gente colabore, porque sola no puedo llevar para adelante todo. Pero ideas aprovechables no me faltan; te lo aseguro», me dijo en una de las muchas entrevistas que le hice; concretamente, en marzo de 1990, dentro de la serie ‘Retratos de papel’.

La naturaleza de la isla era una de sus devociones.

La naturaleza de la isla era una de sus devociones. / julio herranz

Alta, enérgica y vehemente en la defensa de sus pasiones culturales, el recuerdo que tengo de ella es verla con su báculo de peregrina (costumbre que se le quedó de hacer el Camino de Santiago) ir rápida siempre de un sitio a otro. Por ejemplo, pidiéndome algún favor para dar a conocer en los medios la iniciativa puntual que tuviera entre manos. Como me recuerda quien fuera uno de sus amigos más importantes en la isla, Joan Ribas, pintor ibicenco, diseñador de interiores y más cosas, a quien he recurrido para refrescar la memoria sobre ella y pedirle las fotografías que ilustran estas páginas. Para hacerle aquí y en esta serie un pequeño homenaje más que merecido por su amor a la mejor Ibiza, la de las tradiciones y la cultura de toda la vida. Isla en la que reposan sus restos. Concretamente, en el cementerio de la iglesia de Jesús, donde también está enterrada su madre y el prestigioso arquitecto catalán Josep Lluís Sert, de quien fue buen amigo y quien construyó su vivienda en la urbanización de Can Pep Simó.

En Can Negre, su centro de arte popular.

En Can Negre, su centro de arte popular. / julio herranz

Un personaje plural y muy activo, que no siempre fue comprendida por el público de la isla. Así, le preguntaba uno en aquella lejana primavera de 1990: «Tú has promovido muchas movidas en defensa de la auténtica cultura ibicenca, y en cambio las críticas a tu trabajo no han sido siempre positivas. ¿Crees que se puede deber a la mala conciencia, como si lo tomaran por reproche de algo que debería más bien ser fomentado por los propios ibicencos?». Y su respuesta lo dejaba bien clarito: «Pienso que sí, porque la reacción siempre es la misma: ¿por qué tiene una extranjera que preocuparse por nuestras cosas? Y es que, como en la Biblia, los profetas siempre son de fuera. Nos damos cuenta mejor de lo que deberían ser las cosas. Pero no siempre te agradecen la intención y a veces recibimos reproches, como si no fuera también asunto nuestro. Y lo es, porque yo vivo aquí hace treinta años y quiero a Ibiza como si fuera un ibicenco de los buenos. Por eso, cuando intento hacer cosas, no es con intención de lucirme sino para darles algo que van perdiendo: la autenticidad de sus costumbres viejas, hermosas».

Posando para una entrevista.

Posando para una entrevista. / julio herranz

Y en ese sentido siguió la charla con la querida Jutta; pinchándola por mi parte para que se desahogara sin trabas. Como se aprecia en la siguiente pregunta que le hice: «¿Piensas que tu apasionamiento cuando emprendes alguna actividad choca con la indolencia general de la isla hacia todo lo que no sea obtener un beneficio importante y rápido?». «Sí, porque les hago sentirse incómodos al pretender moverlos cuando ellos no quieren moverse. Hace poco un payés me dio una explicación que me pareció bastante cierta: ‘¿Crees, Jutta, que hubiéramos podido resistir tantos siglos si no hubiéramos tenido siempre la misma postura? Tú a lo tuyo, yo a lo mío y no nos metemos con nadie. Por eso no puede nadie con nosotros; siempre seremos ibicencos’». Y el asunto la sacaba de sus casillas: «Me desespera esa pasividad, esa resistencia, porque quiero juntarlos y hacerles ver que lo de ahora es grave, que puede que de esta invasión última no se recuperen tan fácilmente como en siglos anteriores. Pero no lo entienden. Lo que me consuela algo es cuando vienen amigos extranjeros o de la Península y me dicen que no encuentran una casa más ibicenca que la mía. Eso me compensa de la falta de comprensión de algunos, no todos, ibicencos de toda la vida», matizó la emprendedora alemana mientras degustábamos una buena sobrasada payesa en la terraza de su casa de Can Pep Simó y disfrutábamos del hermoso paisaje con Dalt Vila al fondo.

Jutta conoció Ibiza en 1957.

Jutta conoció Ibiza en 1957. / julio herranz

Y claro, la siguiente pregunta que rescato de aquella entrevista, también me parece que era bien previsible: «Si te nombrasen conseller de cultura, ¿qué medidas tomarías para activar y potenciar la cultura popular de la isla?». «Trataría lo más rápido posible de hacer una Escuela de Oficios, llevada por artesanos, diseñadores y arquitectos. Combinar el pasado con el presente, aprovechar la sabiduría de los artesanos viejos y que sus enseñanzas fueran aprendidas por los jóvenes de hoy para que con técnicas industriales reproduzcan los objetos y puedan ser puestos a la venta, respetando las formas originales, pero haciéndolas en serie para que resulten baratas y tan bellas como las que se han hecho por los siglos de los siglos». «No es una idea sólo mía. Lo vi bien claro en un libro magnífico, ‘Artesanía (Arte Popular)’, de Francesc Vicens, del grupo de Joan Prats, una autoridad en Cataluña. Ahí queda recogida la manera inteligente que se puede llevar a cabo la puesta al día, con las técnicas de hoy, de la riqueza tradicional que tenemos casi olvidada. Y aunque no me gusta la palabra, porque luego salen las ambiciones personales, también podría ser un negocio para mucha gente. Se podrían exportar esos objetos artísticos, como se hace ahora con tanto éxito con la moda Adlib, por ejemplo», comparó con lucidez la vieja amiga.

Nacionalizada española, en su DNI (me enseña el amigo Joan Ribas una copia) aparece escrito su nombre así: Yutta von Seht, que queda fatal. Vivió 91 intensos años, con recuerdos cuyo impacto en su vida (algunos) estaban aún frescos en 1990: «De pequeña, los más hermosos fueron mi pasión por los caballos, lo que no era raro, ya que por tres generaciones mi familia fueron criadores. Nunca perdí la afición y tengo trofeos hípicos. Todavía me encantan». «Cuando tenía diez años mi familia se trasladó a Bogotá, donde pasé unos años muy felices. En el 47 conocí a Sert y a Le Courbousier, que por aquel entonces trabajaban en un plan regulador para Bogotá. Conocerles fue algo especial; me influyeron mucho en mi forma de ser y de ver la vida. Desde entonces empecé a interesarme por el arte popular y su influencia en las civilizaciones». Influencias que la llevaron, por ejemplo, a organizar en 1967 en el Corsario una exposición de arte popular colombiano. O que en 1974 el Fomento del Turismo le pidiera que colaborara en el montaje del pabellón de Ibiza de la Expo-Balear, me recordó Jutta mientras se iba poniendo el sol y brindábamos con unas hierbas artesanales para que la isla mirase más y mejor a su pasado y así orientarse hacía cómo debería ser un futuro que la inquieta y creativa amiga deseaba que no perdiera su identidad. Pero mejor, desde luego, no especular, con lo que Jutta diría de la Ibiza del siglo XXI.

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