Imaginario de Ibiza: Las ruinas del embarcadero de los túnidos

El decrépito muelle de la Xanga, al pie de la torre des Carregador, constituye otra importante metáfora del patrimonio ibicenco que va quedando en el olvido. Formó parte de dos industrias esenciales en la isla: la exportación de sal marina y una conservera de atunes de almadraba

El muelle de la Xanga. x.p.

El muelle de la Xanga. x.p. / xescu prats

Xescu Prats

Xescu Prats

¿Cuánto durarán las nuevas mansiones de nuestro único dios, construidas sobre las ruinas de no uno, sino mil dioses? (Carlos Fuentes)

En el litoral ibicenco solo se conservan siete torres de defensa, construidas en el siglo XVIII para proteger a la población local de las hordas berberiscas que saqueaban los campos ibicencos. Dichas atalayas permitían avistar a las embarcaciones enemigas que se aproximaban y, desde su cúspide, alertar con señales de humo o destellos de espejo a los pueblos del interior. Algunas estaban dotadas de cañones, que se detonaban para ahuyentar a los filibusteros. Otras, por el contrario, ocupaban nidos de águila tan aislados que armarlas representaba una misión imposible.

Habitualmente se erigían a considerable distancia, cubriendo el máximo territorio. Sin embargo, hay dos excepciones: las torres de ses Portes y des Carregador, situadas a no más de tres o cuatro kilómetros en línea recta. Ambas forman parte del Parque Natural de ses Salines y fueron levantadas dos siglos antes de que la Corona española pusiera en marcha su plan de defensa costera para Ibiza, aunque luego fueron remodeladas.

El segundo baluarte, el de ses Portes, dicen que se construyó para salvaguardar a los marineros que faenaban en la almadraba que existía frente a la punta del mismo nombre, o tal vez un poco más lejos, en es Freus, según la fuente histórica consultada. El objetivo de la primera, la des Carregador, hay que deducirlo desde su cúspide, tras ascender la imponente escalera de caracol que la atraviesa en vertical, y observar a sus pies, más allá de las casetas varadero, las ruinas del viejo muelle salinero que existía entonces y que, al parecer, permaneció relativamente bien conservado, con su estructura íntegra, hasta los años 50 del siglo pasado.

Del aspecto de este montículo de piedras, que se adentra en el mar como un cabo a lo largo de unos 50 metros, puede deducirse la importancia que tuvo. En él amarraban goletas y jabeques, que distribuían la sal marina ibicenca, destilada en los estanques aledaños, por todo el Mediterráneo y hasta el norte de Europa. También desde aquí se exportaban los lomos de los inmensos atunes que quedaban atrapados en la almadraba y que se conservaban embadurnados con la propia sal de las salinas.

Este rincón insólito, conocido por los ibicencos como la Xanga por los bancos de madera sobre los que eran despedazados los túnidos (chancas), aglutinaba, por tanto, una industria doble: conservera de atunes y distribución de la sal de la salinas, probablemente las dos iniciativas exportadoras más destacadas de la isla durante un largo periodo de tiempo.

Plaza empedrada

A esta infraestructura se unían otras que aún son visibles, al menos parcialmente, como la enorme plaza empedrada, de unos 6.000 metros cuadrados, donde se amontonaba la sal antes de cargarla en las barcas, operación que debía de requerir una plantilla importante de estibadores. Hoy solo queda una parte recién restaurada, pues la otra ha sido engullida por los chalets vecinos. También había grandes depósitos de agua para limpiar el pescado.

Hoy, a pesar de su extraordinario valor histórico, la Xanga permanece solitaria, ignorada incluso por el inusual viajero interesado en el patrimonio isleño, pues nada indica aquí la importancia histórica del lugar, salvo algún que otro cartel viejo y aislado que determina el significado de algunas piedras, pero sin aportar el contexto necesario para definir el complejo industrial que existía.

De estar en Italia o Francia, la Xanga sería un monumento de imprescindible visita, con espacios musealizados y guías expertos, donde poder acariciar la historia con las manos.

Indiferencia frente a las ruinas

Los bañistas que hoy se zambullen en la orilla pedregosa de la Xanga suelen apoyarse en los sillares arruinados del viejo malecón para adentrarse en el agua sin tropezar, mientras contemplan la superficie abombada, casi plana, de s’Illa de Sal Rosa, que copa buena parte del horizonte. Ninguno de ellos, probablemente ni siquiera los ibicencos que aquí se refugian huyendo de la multitud, sospechan la trascendencia histórica que esconde este desvencijado muelle. 

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