Literatura

Ficciones para comprender la nueva derecha radical

Tras el alud de ensayos sobre el tema, un puñado de libros de ficción planean ahora sobre el desigual fenómeno de la derecha radical global. Destacan novelas de Salman Rushdie, Chico Buarque, Reinaldo Laddaga, Jérôme Leroy, Mario Cuenca Sandoval, Ricardo Menéndez Salmón y Eiríkur Örn Norðdahl que abordan directamente esta manifestación sociopolítica

'La mente reaccionaria'

'La mente reaccionaria' / Libro Corey Robin

Bernardo Gutiérrez

Después de que el profesor Giovanni Prospero citara a Baruch Spinoza, la sonrisa del director del talk show televisivo se esfumó.

—En mi programa no se permiten poses intelectuales y no autorizo que nadie use palabras difíciles. Este es un espectáculo familiar. Cualquiera que se rompa la espalda durante el día por su familia y por este país tiene todo el derecho a relajarse y no sentirse inferior.

Giovanni Prospero captó al instante su error. Intentó justificar su cita. El público pataleaba, gritaba. El ministro del Interior intervino desde una pantalla: «Pronuncias citas educadas mientras la gente se muere de hambre. ¡Qué vergüenza!». Volviendo a casa, Giovanni descubrió miles de mensajes de amenaza en sus redes sociales. En la puerta de su casa, sin conseguir encender la luz del edificio, chocó contra un cuerpo. Murió asesinado a golpes.

El impactante inicio de Il censimento dei radical chic de Giacomo Papi (Fertrinelli, 2019) marca la atmósfera de una novela premonitoria, publicada cuatro años antes de la llegada de Giorgia Meloni a la presidencia italiana. «Papi describe un futuro oscuro, pero habla de nuestro presente, de un Gobierno nacional populista que encuentra un nuevo enemigo, los intelectuales. Su culpa: hablar demasiado complicado al pueblo, que se siente inferior por eso», asegura el italiano Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI de España Editores, 2021, cuarta edición).

Múltiples registros

Si la llegada de Donald Trump al poder originó una súbita ola de ensayos para intentar comprender la nueva derecha radical, la ficción ha ido procesando el fenómeno con otro ritmo y múltiples registros. Algunas novelas anticiparon la eclosión extremaderechista, como El Bloque, de Jerôme Leroy (publicada en 2011 en Francia; el 15 de mayo en Hoja de Lata), e Illska. La maldad, del islandés Eiríkur Örn Norðdahl (Hoja de Lata, 2018). En otros casos, la ficción llegó al rebufo de procesos político-sociales fulgurantes de países concretos: líderes mesiánicos, nuevos partidos ultra, miedos y odios fuera del armario de forma sorpresiva. La decadencia de Nerón Golden (Seix Barral, 2017), de Salman Rushdie, narra el ascenso de un millonario deslenguado a la Casa Blanca. El músico y escritor brasileño Chico Buarque retrató en Esa gente (Random House, 2021) la radicalización social que propició la llegada de Jair Bolsonaro al poder. Mario Cuenca Sandoval relata en LUX (Seix Barral, 2021) cómo un partido (trasunto de Vox) gobierna autoritariamente España. Los mundos previos eclosionan. Los malestares se canalizan. Algo no previsto dinamita unas elecciones. «Y de pronto todo -escribe Rushdie-, la educación, el arte, la música y el cine, se convierten en razón para ser despreciado».

En La maldad (Hoja de Lata, 2018), el fascismo histórico y la nueva derecha radical están conectados en la historia personal de Agnes. Mientras realiza su tesis doctoral sobre el auge de los populismos xenófobos en Europa, desvela la historia de sus cuatro bisabuelos, originarios de Jurbarkas (Lituania), donde en 1941 los nazis masacraron a los judíos. Su deseo sexual por Arnór, uno de los neonazis que entrevista, agudiza la confusión que le origina descubrir que dos de sus bisabuelos fueron víctimas, y otros dos, verdugos. «No fue un esfuerzo consciente para conectar el fascismo histórico con el movimiento de la nueva ultra derecha. Están conectados, es casi evidente en sí mismo», afirma Eiríkur Örn Norðdahl a este suplemento. En Revancha (Anagrama, 2021), el fascismo histórico está desperdigado en las descripciones que Kiko Amat hace de algunos neonazis: «Gorra con la visera levantada, anagrama de Vox y una sudadera negra con dibujo de águila imperial y rodillera [...]. Se llamaba Benito, Beni. Venía de familia fascista. Era hijo de un mafioso de los bingos o las loterías que militaba en la Guardia de Franco».

La maldad describe cómo la mayoría de los investigadores y de los medios ponen énfasis en diferenciar el fascismo histórico de las nuevas extremas derechas. «Lo que le choca a Agnes es que la gente pasa más tiempo discutiendo que Hitler y Le Pen son diferentes en lugar de explicar sus semejanzas y cómo tenemos que luchar contra ellos», matiza Örn Norðdahl. Para Daniel Álvarez, editor de Hoja de Lata, la fusión de las incertidumbres económica y vital produce monstruos que creíamos superados, como el fascismo: «El modelo productivo está en una carrera desaforada que ha llevado a la ruina al planeta y genera tremendas desigualdades que reventarán. Por eso nos interesan los autores que reflexionan sobre ello y nos mantienen en alerta».

El Bloque ficciona una Francia en la que el extremaderechista Bloque Patriótico está a punto de entrar en el Gobierno. Tras años generando un clima de violencia y odio, y unos resultados electorales mejores de lo esperado, trata de eliminar a los elementos más radicales del partido para civilizar su imagen y cerrar un gobierno de coalición con la derecha tradicional. «La novela y la película posterior, Chez nous, levantaron ampollas en Marine Le Pen y el Frente Nacional, que se vieron reflejados en ambas», subraya Álvarez.

El presidente del partido ultra LUX, que un día conquistó el Gobierno de España en la novela de Mario Cuenca Sandoval, es «un hombre de acción». Su gran plan: el Escudo de la Moral, basado en el pensamiento político de Richard Coudenhove-Kalergi, filósofo austriaco casi desconocido. La política pública del partido alimenta a un entusiasta movimiento nacional. Todos los viernes, grupos de hombres drogados se lanzan a la caza de brujas, gais, pobres, negros. Las palizas transmutan en asesinatos y desaparecidos. «Los hombres hundidos y humillados son nitroglicerina», escribe el narrador de esta novela trepidante que relata cómo una masa empobrecida aprendió a reconducir su ira no hacia los de arriba, sino hacia los de abajo. «Intentaba comprender el modo en que ciertos discursos contribuyen al enrarecimiento del clima y, con ello, abren puertas a lugares siniestros», detalla Cuenca Sandoval. Al final, el narrador recuerda cómo se derrotó a ese movimiento de extrema derecha gracias al cara a cara, a las charlas en la calle que madres de desaparecidos tejieron con desconocidos. «La solución tenía que ser también discursiva, proceder del campo de la palabra y no de la imagen, de la comunicación tú a tú, lejos de las redes, del espectáculo político».

La fabulación de un mundo distópico también es el mecanismo que hilvana Horda (Seix Barral, 2021), la novela de Ricardo Menéndez Salmón en la que un régimen autoritario ha instaurado el silencio como norma y una nueva religión de la imagen emite estímulos visuales sin descanso. «Bebe de George Orwell y Michael Foucault: la narratología aplicada a la política. Quien detenta el discurso detenta el poder, y quien detenta el poder detenta la capacidad de reconfigurar la realidad», asegura Menéndez Salmón. El autor defiende que la literatura es capaz de anticiparse a fenómenos sociales y políticos que están cobrando forma pero que no acaban de eclosionar: «Esa capacidad de diagnóstico es una de sus mayores fortalezas. El escritor, en realidad, es un sismógrafo que anticipa los terremotos por venir». Y de la ficción en general, que en los últimos tiempos tiene aroma digital y está articulada en episodios. «¿No encontramos algo de todo esto en las series distópicas? Years and years, Black mirror, El cuento de la criada... Las series se han convertido en las novelas por entregas que se publicaban en los periódicos hace un siglo y pico», asegura Steven Forti. No es casual que la serie El cuento de la criada, basada en la novela de Margaret Atwood, haya sido interpretada por muchos como el retrato más despiadado de los EE UU de Trump.

Consumismo individual

Todo va a mejorar (Tusquets, 2022), obra póstuma de Almudena Grandes, continúa por la senda de distopías futuras. La escritora recrea el Gobierno del Movimiento Ciudadano ¡Soluciones Ya!, un nuevo partido dirigido en la sombra por un millonario (el Gran Capitán) que gestiona el Consejo de Ministros como una empresa. Todo va a mejorar contiene finos apuntes, intuiciones, chispazos-visiones de una nueva derecha populista que huye del fascismo histórico. Una derecha radical cuyo verdadero leitmotiv es el consumismo individual. En la novela, tras la Segunda Pandemia, el Gobierno de España establece un rígido control de internet, que compensa con un incentivo desaforado del consumo. «No pretendía convertirse en un caudillo, y estaba convencido de que el fascismo no representa una solución, sino una amenaza. El poder no le atraía como proyecto personal. Lo concebía como una simple herramienta para ganar tiempo», escribe el narrador.

A contracorriente de la línea de los futuros distópicos, el argentino Reinaldo Laddaga narra un confuso pasado mítico para describir el trumpismo en Los hombres de Rusia (Jekyll & Jill, 2019). Actualiza aquí la técnica narrativa del manuscrito encontrado: un documento aparecido en un foro de la derecha radical estadounidense amalgama lo hipermoderno con lo arcaico, la actualidad con mitos históricos de dudosa fiabilidad. «En los espacios de discusión de ultraderecha, en tiempos del ascenso de Trump, mezclaban la pasión por los videojuegos en línea con alusiones al mundo grecolatino clásico, al chamanismo siberiano y a las prácticas alucinógenas en los desiertos americanos», afirma por mail. En el libro, «personajes de la historia efectiva, textos de un archivo heterogéneo, sucesos y lugares, delirios personales y alucinaciones colectivas se combinan para formar un mundo posible».

Efectos colaterales, miradas laterales. El estallido de la nueva extrema derecha ha provocado un efecto colateral: una relectura del fascismo histórico, también desde la ficción. La celebradísima trilogía novelada de la vida de Benito Mussolini de Antonio Scurati -ya se han publicado los dos primeros volúmenes, M: el hijo del siglo (Alfaguara. 2020) y M. El hombre de la Providencia (Alfaguara, 2021)- difícilmente habría sido un éxito internacional hace unas décadas. Por su parte, la francesa Dominique Manotti, maestra de un subgénero de suspense izquierdista denominado polar, recrea en Marsella 73 (Versátil, 2021) la ola de asesinatos xenófobos que se llevó la vida de más de 50 argelinos en 1973. Por otro lado, Santander, 1936 (Anagrama, 2023), última novela de Álvaro Pombo, cuenta la historia de Alvarín, un joven que se afilia con entusiasmo a la Falange en 1934. Y la memoria histórica, el camino más habitual para diseccionar los efectos de la extrema derecha, está presente en novedades como Cuando no quede nadie, de Esther López Barceló (Grijalbo, 2023), y Carcoma, de Layla Martínez (Amor de Madre Editoras, 2021)

Estos títulos de ficción, más que proponer respuestas, despliegan preguntas. ¿Tras todo ascenso llega la caída: Trump, Bolsonaro...?, ¿el consumismo es el nuevo fascismo, como dijo Pier Paolo Passolini?, ¿neoliberalismo radical?, ¿neofascismos tech?, ¿es ultraderecha, nueva extrema derecha o derecha radical? «No sé si yo hablaría de nueva extrema derecha, en algunos casos tiene raíces profundas y continuidad histórica», señala Örn Norðdahl.

Preguntando, titubeando, la última cosecha de novelas sobre la vieja/nueva extrema derecha parece formular un extrañamiento, una alerta sobre una realidad que se derrumba. El narrador de Rushdie en La decadencia de Nerón Golden, describiendo la tragedia ocurrida, advierte al lector: «El mito fundacional había quedado tirado y pisoteado en las cloacas de la intolerancia y el supremacismo racial y masculino, donde las máscaras de los estadounidenses habían sido arrancadas para revelar las caras de Joker que había debajo». Y da un recado final para que la tragedia no se repita: «Sesenta millones. Sesenta millones. Y noventa millones más que no se habían molestado en votar».

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