El espectáculo de contemplar Ibiza a vista de pájaro

En ocasiones, cuando el piloto se ve en la obligación de retrasar el aterrizaje por necesidades operativas, el viajero disfruta de una vuelta a la isla desde las alturas. No hay aperitivo más jugoso para despertar expectativas

El espectáculo de contemplar Ibiza a vista de pájaro

El espectáculo de contemplar Ibiza a vista de pájaro / Xescu Prats

Xescu Prats

Xescu Prats

Dios amaba a los pájaros e inventó los árboles. El hombre amaba a los pájaros e inventó las jaulas. (Jacques Deval)

A pesar del pesimismo que encierra esta frase del dramaturgo y cineasta francés Deval, sus palabras describen el ansia de propiedad del hombre y su necesidad de compartimentar el territorio, transformando la tierra. Sin embargo, el mismo ser que encierra a las aves para admirarlas y deleitarse con su canto, ha logrado imitarlas y conquistar el cielo hasta acostumbrarse a la insólita experiencia de contemplar el mundo a vista de pájaro, como si fuera un dios que otea su creación desde las alturas. Y qué increíble se divisa el planeta desde allá arriba. 

Cuando un avión se aproxima a la isla, lo habitual es enfilar directamente hacia la pista del aeropuerto, sobrevolando Platja d’en Bossa desde gregal o es Codolar por el lebeche. A veces, por el contrario, los pilotos se ven obligados a demorar el aterrizaje por cuestiones operativas y entonces, si el día acompaña y la atmósfera está límpida, el viajero tal vez asista a una circunvalación completa a la isla, arrancando por el lado de poniente con los islotes de es Vedrà y es Vedranell como primeros y llamativos accidentes geográficos. El trayecto continuará por los islotes de poniente y Sant Antoni de Portmany, bordeando después los valles cubiertos de pinos, los altiplanos encarnados por la tierra labrada y los vertiginosos acantilados de roca desnuda que abundan en todo el territorio de es Amunts.

Poco antes de que la isla llegue a su fin, el aeroplano dará un giro de 180 grados justo a la altura de la costa norte de Santa Eulària, para iniciar la aproximación al aeropuerto. Tagomago, Cala Llenya, es Canar, Cala Martina, es Puig de Missa con la abigarrada villa a sus pies, Siesta, Cala Llonga, el costurón de la cantera de ses Planes, Talamanca y, por fin, el puerto de la ciudad, con sus enormes plataformas ganadas al mar, allá donde en las postales antiguas aparecían playas y arrecifes. En este lado norte de la bahía, definido como la milla de oro de la ciudad, los apartamentos se arraciman constreñidos por el territorio abandonado aunque protegido de ses Feixes, otrora huerta y vergel legado por los árabes, hoy escombrera y basurero. 

De frente, a lo lejos, tres estrías grises. Apuntan hacia Santa Eulària, Sant Antoni y Sant Josep. La del medio es tan recta que parece trazada con escuadra y cartabón. Parecen huir del batiburrillo blanco que conforman los pisos de los barrios periféricos, hasta adentrase en el verdor del campo y los bosques que lo envuelven. 

El dique viejo, con su minúsculo faro y una goleta de época que ejerce como chárter en temporada, anticipa la maravilla que corona la capital: las murallas, con sus extraordinarios y escalonados baluartes, el castillo, la catedral y los demás edificios históricos, que contrastan con los anodinos panales de viviendas que conforman los barrios del ensanche. Ni tan siquiera estos o las moles cercanas, como la humeante fábrica de luz o el nuevo hospital de Can Misses, empequeñecen el prodigio renacentista. 

Tras ses Figueretes y es Viver aparece Platja d’en Bossa, anodina y triste desde las alturas, sobre todo fuera de temporada, salvo por los esmeraldas de la orilla en contraste con la arena, y por fin se toma tierra en el aeródromo. 

Pese a los innumerables borrones, difícilmente se puede encontrar mejor carta de presentación que contemplar Ibiza desde el cielo, un día bonito.

Aviones con vuelta o sin vuelta

La experiencia de sobrevolar Ibiza resulta tan impresionante para todo aquel que no lo ha hecho nunca que habría que ofrecer esta posibilidad al viajero. Si cuando se viaja en ferrocarril se nos brinda la opción de elegir un tren con paradas u otro directo, los pasajeros hacia la isla deberíamos poder elegir el avión con vuelta o directo a es Codolar. Sería fabuloso. 

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