Memoria de la isla

Memoria de la isla: De nuestro loco carrusel

La Historia de nuestras islas tiene mucho de loco carrusel. Creemos que hacemos la Historia cuando es ella la que nos hace a nosotros y se nos lleva como un río

Estatua romana, tal vez de un emperador (s. II dC)

Estatua romana, tal vez de un emperador (s. II dC) / MAEF

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Ayboshim es relevante desde el primer momento, (s. VI-V aC). Con Gadir al sur y cerca de las factorías fenicio-púnicas del sudeste peninsular, Cartago controla todo el poniente mediterráneo. Nuestra isla proporciona refugio, aguada y avituallamiento a las naves. Irremplazable para la gran metrópoli africana, Ibiza deviene a tal punto plaza fuerte que Escipión el Africano no consigue tomar sus murallas. En los siglos V y IV aC., toda la isla está colonizada, su población es significativa para su tiempo como descubre su Necrópolis y las acuñaciones de moneda en cobre y plata que facilitan las minas de s’Argentera contribuyen a sostener la paga de los mercenarios que en las Guerras Púnicas contrata Cartago. Caída ésta, la isla se resiente. Hispania es ya romana y el Mediterráneo es ya el Mare Nostrum. Como Municipium Flavium Ebusum, la isla mantiene un relativo dinamismo, exporta excedentes de vino, lanas, higos, aceite, sal y salazones, pero no es ya lo que era.

Entre lo púnico y lo romano, la población está dividida y la situación se agrava cuando Roma decae, —en el siglo III, en 20 años se suceden asesinados 27 emperadores—, muchas fincas rurales se abandonan y la ciudad declina. Acaba un ciclo y los bárbaros son la puntilla de Roma. Benjamí Costa llama siglos oscuros a los años de la ocupación vándalo-bizantina, (455-902), que termina con el empuje islámico. Yabisah, la Ibiza árabe, se recupera y siguen 300 años de prosperidad. Aumenta la población en la ciudad y en el campo se multiplican las alquerías y rafals, introduciéndose nuevos sistemas de cultivo con norias, aljibes, pozos, molinos de agua y nuevas formas de irrigación que tienen su mejor ejemplo en ses Feixes de Vila. Se incrementa la ganadería, se explotan las Salinas y, por primera vez en nuestra Historia, tenemos noticia de que la isla da personajes relevantes, médicos, botánicos y poetas. Se podría decir —salvando el paréntesis de romanos, vándalos y bizantinos—, que la isla mantiene la herencia oriental de su origen semita, un legado que dejará huella en muchos aspectos, dispersión del hábitat rural, arquitectura, costumbres, etc.

Paradójicamente, la conquista catalano-aragonesa de la isla el 1235 conlleva un significativo retroceso y un empobrecimiento general. La ciudad pierde población y fuelle, el campo sufre abandono, la instauración de un régimen feudal no facilita las cosas y la relación entre el poder político y religioso es una olla de grillos. La mano de obra es a tal punto escasa que se intenta la repoblación ofreciendo ventajas a quienes desde tierras catalanas vengan a la isla.

Mientras las islas mayores prosperan, Ibiza atraviesa una situación insostenible en la que se suceden epidemias, hambrunas y ataques del Turco que, tras tomar Constantinopla, convierte en un nido de abejas el Mediterráneo, un mar interior que queda en segundo plano porque todo el interés se desplaza al Atlántico con la conquista del Nuevo Mundo. Lo que tenemos, por tanto, en los siglos que siguen, XIV, XV y XVI, es una recesión que no mejora. Y de poco sirve el esfuerzo que supone la construcción de las murallas. La centuria que sigue, s. XVII, sigue siendo de transición y de dificultades. Los ataques berberiscos castigan nuestras costas y lo siguen haciendo en el siglo XVIII. La falta de alimentos se hace endémica, el campo sufre una tremenda presión por los gravámenes que impone la ciudad y el siglo acaba con las primeras revueltas campesinas.

Intervalos entre temporales

Me sorprende reconocer -la impresión es subjetiva, por supuesto- que la historia de las islas, vista en perspectiva, tiene más penurias que tiempos felices. Uno diría que las encalmadas son pequeños intervalos entre temporales. En cualquier caso, si tuviera que elegir los mejores momentos de nuestro pasado, serían los de la Aybosim del siglo V y IV aC., y los 300 años de la Yabisah islámica. Los tiempos que van del siglo XIII a mediados del XX no son para tirar cohetes. A partir de los años 60, con la llegada del turismo de masas, las islas dejan atrás el Viejo Mundo y hacen una meteórica remontada, la mayor transformación de su Historia. Ibiza y Formentera son desde entonces ‘islas mutantes’ y pagan por su prodigioso despegue un altísimo precio del que todavía no somos del todo conscientes. Aún así, no diré que todo tiempo pasado fue mejor. Es mejor el ahora, mucho mejor. Pero mucho me temo que dejamos una isla mucho peor que la que heredamos.

El supuesto reformismo del siglo XVIII no cambia nada y la rebelión de los payeses se repetirá, 1689, 1749, 1806, 1810 y 1821. Los intentos ilustrados consiguen un claro aumento demográfico y cierta renovación urbana (fuente pública, lavadero, escuelas, mercado y pescadería con sus plazas, atarazana de sa Riba, Hospicio, Hospital de pobres, Matadero, nuevo muelle, etc., pero la miseria sigue siendo estructural y generalizada. El comentario que en 1845, tras su visita a la isla, hace don Joaquín Maximiliano Gibert, Jefe Político Provincial, es demoledor: «Las islas se hallan en el mismo atraso, quizás mayor, que cuando fueron conquistadas por las armas de Aragón a los sarracenos». La isla deviene destino obligado de prisioneros de guerra franceses, italianos, polacos y refugiados políticos de variado pelaje, deportados, confinados, desterrados, liberales, republicanos, carlistas, incluso absolutistas.

Mediado el siglo, muchos ibicencos emigran en busca de una vida mejor. Lo harán hasta bien entrado el siglo pasado, primero a Argelia y después a tierras americanas. A finales del siglo XIX, en un contexto postromántico, en busca de mundos perdidos, llegan los primeros viajeros. Si el Archiduque Luís Salvador mira la isla con buenos ojos en Die Balearem, Gastón Vuillier en Les Illes Oubliées y Victor Navarro en ‘Costumbres de las Pitiüsas’ se pasan tres pueblos en la crítica que hacen, cosa que aprovechará Blasco Ibañez en su demencial ‘Los muertos mandan’, una mala novela que, con razón, cabrea a más de uno en la isla.

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