Cuando Ibiza era otra fiesta

Antonio Molina, la voz de la copla que se quebró

Un efisema pulmonar, causado por el abuso de sus cualidades vocales, fue la causa de su prematura muerte a los 62 años, dejando en sus hijos un importante legado artístico

Antonio Molina fue muy popular desde muy joven

Antonio Molina fue muy popular desde muy joven / EFE

Julio Herranz

Julio Herranz

Vecino de los veranos ibicencos por dos décadas en su casa de Santa Eulària, el popular cantaor malagueño falleció en marzo de 1992 a causa de una fibrosis pulmonar, producida por los esfuerzos realizados en su larga vida como cantante. Padre de una saga de actores (Ángela, Miguel, Paula, Mónica), en septiembre de 1990 tuvimos con él una emotiva charla en su residencia isleña, gracias a la mediación de Pedro Cañestro, amigo y paisano suyo, en la que el intérprete de ‘Soy minero’, ‘Cocinero, cocinero’ y tantos otros éxitos de la copla andaluza, hizo un amplio repaso de su singular biografía, tocada ya por el fatal diagnóstico de la enfermedad que se lo llevaría un año y pico después, con sólo 62 años de edad. Mi buen amigo y pintor Paco Romero, admirador de Antonio Molina, ejerció de fotógrafo en una entrevista bastante especial.

Ya desde la entradilla del ‘Retrato de papel’ de aquel 30 de septiembre de 1990, se nota la admiración y el cariño que me inspiraba: «Este señor de la canción española es uno de los mitos vivientes de lo que se entiende como copla, toda una institución y una personalidad fuera de lo común, cuya forma de cantar, con ese trino afalsetado, la nota sostenida en un desafío físico a sus extraordinarias facultades naturales, ha llenado páginas y páginas de la música popular de este país durante medio siglo (…). No ha parado de trabajar en toda su vida; acaso demasiado.

Me he entregado demasiado al arte, cantando de esa manera tan brutal, con dos funciones todos los días, durante tantos años

Y ese pulso a la vida le ha pegado hace unos meses un buen susto desde un pulmón». Susto fatal que entonces, en la relajada charla en el jardín de la casa, procuramos disimular. Como testigo de honor, su señora, Ángela, en su generoso papel de ángel de la guarda, compañera y madre. Un buen rato entrañable, en el que la emoción humedeció más de una mirada; por ese bache físico que tiñó de nostalgias la conversación, dejándonos al borde de las lágrimas. Como, ay, si todos presintiéramos ya el acoso de la Parca que poco tiempo después desolaría a la querida familia.

QUE SE QUEBrÓ

Entrevista de Diario de Ibiza a Antonio Molina en 1990 / DI

Así, en la respuesta de Antonio Molina a la primera pregunta que le hice («cómo se definiría a sí mismo desde el punto de vista del artista»), se vio a las claras lo consciente que era del abuso que había hecho de sus condiciones naturales para el cante: «Yo me definiría como un animal conmigo mismo, hasta el año pasado. Me he entregado demasiado al arte, cantando de esa manera tan brutal, con dos funciones todos los días, durante tantos años. Ahora, después del susto que me han dado, es cuando me doy cuenta. Pero cuando actúo, aunque quiera no puedo controlarme: voy viendo la respuesta del público, se me calienta el motor y ya no hay quien lo pare. Debería haber sido más prudente, lo sé; pero es que cuando el público está ahí delante y te aplaude, ya tienes que seguir», nos reconoció, como si fuera una una fatalidad , el popular artista andaluz.

QUE SE QUEBrÓ

Noticia del Diario de Ibiza informando de la muerte de Molina en el año 1992 / DI

Entrando en su estilo particular de fundir el flamenco con la copla, Molina tenía claro que lo suyo era perfectamente factible: «Digo, yo lo he hecho toda la vida. Mira, teniendo facultades, buen oído y una voz timbrada, se puede cantar de todo. Los puristas del flamenco no acaban de entender que lo que tiene que hacer un cantante es gustar a la gente; a cuanta más, mejor. Lo demás son tonterías». Y tener detrás buenos compositores que le suministre un buen material que llegue al respetable: «Yo he tenido muchos y muy buenos: el maestro Freire, Montorio Perelló, Gordillo, Legasa, Solano... Muchísimos. Ellos me trabajaban porque ya sabían la tesitura de mi voz. Y yo al mismo tiempo les decía escribidme esto aquí, que voy a hacer algo con la garganta», apuntó el artista, añadiendo que pudiera ser que su estilo singular de cantar tuviera continuidad: «¿Por qué no? Es difícil, pero va saliendo gente, va pegando; y siempre puede aparecer alguno que supere lo que tú haces. Yo creé mi estilo, eso sí; pero vamos, yo no me tengo por un genio, soy normal».

Otra faceta artística que tuvo cierta relevancia en la vida de Antonio Molina fue el cine: «He hecho 14 películas, que tampoco son muchas. Mi Ángela tiene ya 68. Y no es porque sea mi hija, pero la veo como una gran actriz, aparte de ser una buena madre y buena hija. Todos mis hijos son muy buenos, pero no me gusta hablar de ellos», descartó con modestia sin darle mayor importancia: «¿Que cómo me tomaba el éxito que tuve en el cine? Pues la verdad es que nunca me he tomado las cosas muy a pecho. He sido un hombre tranquilo, pero al mismo tiempo muy nervioso, muy temperamental. Para mí, el cine era una continuación de lo que yo hacía. Siempre cantaba unas canciones muy bonitas que me dieron mucha popularidad». Entre ellas, destacó, «por cariño más bien, un fandango que le escribí a mi mujer y a mis hijos cuando estaba en Buenos Aires y tenía mucha nostalgia de ellos». «Sí, conozco toda América, y allí tuve el mismo éxito que en España. Pero yo era un hombre muy enamorado de mi mujer, y lo sigo siendo; como de mis hijos y de mi hogar. Por lo que no me gustó nunca estar mucho tiempo lejos de ellos».

«He visto los cuernos al toro»

A estas alturas de la charla, las confidencias de Antonio Molina ya fueron alcanzando un grado notable de confianza e intimidad, propiciado por el relajado ambiente que estimulaba la presencia del amigo Pedro Cañestro, siempre apoyando con su gracia habitual lo que nos contaba su paisano. Confianza y buen rollo que nos emocionó a todos cuando el cantante ya se sinceró sin disimulo alguno: «Pues aquí estamos, hasta que el cuerpo aguante; que no sé, la verdad, si será ya por mucho tiempo. Por primera vez le he visto los cuernos al toro; y aunque me cuido, parece que no quiere irse de mi vera. Tiene mucha guasa este toro; me voy a ir sin ponerle las banderillas. Pero te lo digo con alegría; yo me encuentro bien de todo, sólo es esto del pecho. He sido un hombre al que le ha gustado mucho reírse, la gracia; y esto me ha cogido por sorpresa. Lo que quisiera es poder ver crecer a mis nietos, verlos casados. Y más que nada, estar a la vera de mi mujer», aseguró el artista mirándola de una forma que nos dejó callados de emoción.

De la sección ‘Cuénteme su vida’, destacaría, por ejemplo, los recuerdos que tenía de su niñez en la barriada malagueña de Los Guindos: «De los 10 a los 14 años me movía en lo alto de un burro lleno de cántaros de leche. Era lechero y la repartía por las casas de Málaga». «A los 17 me fui voluntario a la mili, en Madrid. Y me escapaba a veces a buscar trabajo, a cantar. Y acababa en el calabozo, pero me sacaban rápido para que cantara en la boda de la hija de un coronel, y cosas así. Se portaban muy bien, me querían mucho». «Mi debut profesional fue en en el Gran Teatro de Córdoba; de ahí pasé al teatro Fuencarral de Madrid, y después al Calderón, ya de figura. Sí, subí muy rápido, porque la gente lo quiso; pero con un miedo espantoso. Por la responsabilidad, me entraban temblores. Es que yo tendría entonces sólo unos 20 años». «Los micrófonos de entonces sonaban a lata, la verdad; y como yo tenía capacidad y la gente quería escucharme al natural, no me permitían usarlos. Ni en las plazas de toros. Pero se escuchaba perfectamente, porque no se oía ni una mosca. Era una maravilla». «La pena es que yo salí en una época muy dura y difícil, en la que no se ganaba nada. Pagaban mal y tarde. Igualito que ahora... Pero a cada uno le toca su tiempo, y a pesar de todo puedo decir que he podido hacer lo que me gustaba, que ya era mucho. Dios me ha protegido siempre, y he disfrutado de la vida y del arte, ¿no?, pues ya es bastante», concluyó el gran Antonio Molina, como si quisiera reconfortarnos con su conformidad en el balance improvisado que nos hizo de su vida en aquel lejano otoño de 1990 y en su estupenda residencia ibicenca.

Suscríbete para seguir leyendo