Memoria de la isla

Notas y recuerdos de Sant Elm

En los años 50 y 60, Sant Elm fue la iglesia de nuestra Catequesis, de la Primera Comunión, de las misas de los domingos y fiestas de guardar

Salvador en Sant Elm

Salvador en Sant Elm / David González

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Marinera en la Marina, la iglesia de Sant Elm ha sido desde hace siglos la parroquia de las gentes de la mar. Y lo ha sido con todo derecho. Se construyó literalmente en las orillas de la bahía, las aguas acariciaban sus muros y en ellos amarraban las barcas que entraban por la acequia del carrer del Mar.

Aunque casi todas nuestras iglesias tienen un aire castrense, —la de Sant Jordi se erigió almenada y las de Santa Eulària, Sant Antoni y Sant Miquel con torreones artillados—, los templos que tuvieron una vida más expuesta fueron los que se construyeron extramuros, cuando la isla todavía sufría razias berberiscas que arramblaban con personas y bienes. En esta delicada situación estaban las capillas de santa Llúcia, l’Esperança, la Mare de Déu del Socors, Sant Elm y Ntra Sra de Jesús. Sólo las dos últimas han sobrevivido. Yo recuerdo sobre todo la de nuestra infancia y adolescencia en la Marina. No se trataba, por supuesto, del templo que dejó en cenizas y ruinas la Guerra Civil.

Lo subrayo porque la anodina arquitectura de la iglesia actual no se parece en nada a la anterior, más parecida a las iglesias rurales que eran a un tiempo fortaleza y templo. Por lo que podemos ver en viejas fotografías, aquella primera iglesia tenía una altura considerable, muros ciegos y poderosos contrafuertes en sus lienzos laterales. El nuevo Salt Elm que ya fue nuestra parroquia y que proyectó el arquitecto Josep Alomar, como dice discretamente Marí Cardona, «no buscaba cap estil determinat». Tal vez, su único mérito sea su discreta volumetría que no difiere de los otros edificios de la Marina.

Cuando llegué a Ibiza, en 1949, hacía sólo dos años que había bendecido el templo don Toni Cardona, el bisbe Frit. La iglesia tiene una sola nave con bóveda de cañón y siete capillas. Tenía ocho, pero una se suprimió en su levante para hacer una puerta. En la trasera del templo y a media altura, recuerdo el coro con un modesto armonio en el que hacía milagros don Victorino, director de la Banda Municipal. En lo más alto del templo, a 10 o 12 metros sobre la nave principal, y en sus dos lados, unas insólitas galerías con arcos rebajados eran para nosotros, niños entonces, como las lunetas del cine Pereira, un magnífico refugio y un oportuno mirador. Nos permitía ver sin ser vistos y nos evitaba la pejiguera de las composturas y gestos de rigor en las liturgias, aquello de santiguarnos, arrodillarnos y levantarnos no sé cuántas veces, además de responder a los crípticos latinajos del oficiante. Participábamos, eso sí, con efusión en los amenes. Tanto, que un día nos pasamos de la raya en la exclamación que levantó todos los ojos de la feligresía hacia nosotros que, a cajas destempladas, nos vimos expulsados del templo por el hermano lego que, para más inri, pasó parte de la felonía a nuestros padres. Aquella semana me quedé sin el estipendio dominical, es decir, sin pirulís ni tebeos.

Cómo saltarse la misa

Otra bribonada de aquellos años fue un truco que mientras duró funcionó bien. Para que no nos saltáramos a la torera la misa del domingo, en casa solían preguntarnos de qué color era la casulla del cura que oficiaba la misa. Una ingenuidad de nuestros probos y santos progenitores, porque nos bastaba ver el inicio de la misa y ya podíamos escapábamos a cazar ranas en ses Feixes o pulpos en el Botafoc. Cuando se nos vio el plumero, la cosa cambió: teníamos que pasar a la sacristía al acabar la misa y el Padre Alberto nos daba una estampa en la que anotaba la fecha del día que certificaba nuestra asistencia. Acabé coleccionando aquellas estampas que, por cierto, eran de unos santos rarísimos.Todavía conservo las de santa Prisca, san Augurio, san Avito, san Saturio,san Arsacio y san Melecio.

Y no me olvido de un simpático sucedido que alarmó a la feligresía. El 1969, siguiendo el Decret d’erecció parroquial de 1785 que dedicaba la iglesia a la ‘Transfiguración del Señor’, se encargó una imagen del Salvador resucitado al escultor mallorquín Horaci Eguina. La sorpresa del personal fue tremenda cuando vio sobre el altar la talla gloriosa de un efebo que, separado del muro, —y digo separado del muro porque la sujeción de la imagen se hizo por detrás y no se veía—, levitaba ingrávido en su ascensión a los cielos. Lo que desconcertaba, sobre todo, era la figura atlética de la talla, un adonis desnudo. La imagen espectacular y festiva se apartaba de los trágicos, tópicos y mayúsculos crucifijos de los que tanto abusan las iglesias y que nos presentan siempre a un Dios vencido. Pero el caso era que aquel Salvador victorioso nos descolocaba y escandalizaba.

La clave | Parecía un hippy

En mi casa decían que la imagen no invitaba al rezo, que parecía un hippy y que parecía pedir, más que padrenuestros, tambores y flautas. Al final nos acostumbramos, pero durante un tiempo la imagen resultó tan escandalosa que los carmelitas llegaron a pensar en sustituirla. El día grande de Sant Elm, sin embargo, no era el de Sant Salvador, sino el de la Virgen del Carmen, el 16 de julio, sobre todo por la procesión marinera que con muchísimas barcas hacíamos hasta Botafoc y más allá, mientras sonaban las sirenas de los barcos amarrados en los muelles. Todos los pescadores querían llevar a la Virgen en su barca y hubo algunos años de tan enfervorizada porfía que acabó siendo el remolcador de la Salinera, el viejo ‘Salinas’, el que embarcó la imagen delante de la timonera. Y de Sant Elm -si no lo digo reviento- tengo también un mal recuerdo, el de un bendito cura que en confesión se empecinaba en preguntarme aquello de ‘cuántas veces’, ‘con quién’ y cosas así, además de propinarme algún pescozón y penitencias de aquí te espero. Pero, mira por dónde,un buen día, aquel santo varón colgó la sotana y se largó de la isla con una señora casada. Durante varios meses me declaré ateo, pero después se me pasó.

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