Tur Costa, la búsqueda del arte esencial en Ibiza

Reconocido como el principal pintor de vanguardia de la isla, de formación autodidacta por las terribles circunstancias familiares que sufrió en la Guerra Civil, el artista ibicenco me contó en 1990 su trayectoria vital y artística

Tur Costa en su domicilio de Jesús. | VICENT MARÍ

Tur Costa en su domicilio de Jesús. | VICENT MARÍ / julio herranz

Julio Herranz

Julio Herranz

El reconocido pintor ibicenco, fallecido en diciembre de 2020, estuvo influido en su formación por los artistas de vanguardia del Grupo Ibiza 59, mayormente alemanes; como su esposa, la ceramista Anneliese Witt. Ambos de actualidad reciente por donaciones de varias obras al Museu d’Art Contemporani d’Ibiza (MACE), al Consell y al Ayuntamiento de Santa Eulària por parte de los hijos de la pareja, que mantienen en el que fuera su domicilio y taller de Jesús un activo espacio abierto, como asociación cultural, para promover la creación en la isla.

Respuesta manuscrita a uncuestionario de entrevista. | VICENT MARÍ

Respuesta manuscrita a un cuestionario de entrevista. | VICENT MARÍ / julio herranz

Nacido en Santa Eulària en 1927, Rafael Tur Costa siempre me pareció un artista próximo a la poesía. Razón por la cual (además de por su cordialidad amable) me resultaba un placer charlar con él. Tanto en privado como en las entrevistas que le hice; una de las cuales me respondió por escrito. «Para pensarme mejor las preguntas», apuntó en el ‘Retrato de papel’ que le hice en julio de 1990; en la que, por ejemplo, le planteaba si estaba de acuerdo con los críticos que señalaban que en su obra eliminaba lo accesorio y buscaba lo esencial: «Es verdad que trato de eliminar lo accesorio y lo anecdótico para llegar a lo esencial. En el fondo, creo que persigo la verdad estética. Una verdad inexistente que sé que nunca voy a alcanzar. Pero lo importante para mí es la búsqueda en sí; y esta búsqueda y su continuo fracaso es lo que me proporciona un nuevo impulso para seguir avanzando en el camino de la creación plástica», apuntó.

El pintor posa en su estudio.  | JUAN A. RIERA

El pintor posa en su estudio. | JUAN A. RIERA / julio herranz

Un mérito notable para un artista que no tuvo «más estudios que los primarios. Mi hermano mayor, Miguel, fue casi mi único maestro: y me inculcó su interés por la lectura. De niño ya me gustaba leer poemas, que aprendía de memoria». Así que reconocía que «como artista me considero autodidacta, aunque de muy joven asistí a clases de dibujo en Artes y Oficios, que dejé pronto porque aquello me aburría». Hasta que en 1955 recibió «el impacto» de un grupo de arte de Berlín que llegó a la isla para trabajar con su profesor: «Entre sus alumnos conocí a una chica de la que me enamoré y más tarde se convirtió en mi esposa. Ella me arrastró a su grupo y compartí con ellos charlas y discusiones sobre arte que duraban hasta la madrugada y a las que se sumaban otros pintores alemanes que ya residían en Ibiza, como Bechtold, Troëkes, Broner, Laabs...». Y entre charlas, copas y el amor le fue creciendo el interés por el arte de vanguardia: «De ellos y de aquella situación recibí el empuje que me volcó a este mundo fascinante de la creación artística. Sobre todo del expresionismo abstracto. Principalmente, el de las Escuelas de París y Nueva York de los años 50 y 60», precisó en la entrevista el entusiasta y enamorado artista ibicenco.

Presentacion de su libro de memoria de la Guerra Civil.

Presentacion de su libro de memoria de la Guerra Civil. / julio herranz

La luz unifica los colores

Precisamente, le pregunté si se traslucía en su obra la presencia de Ibiza como realidad anímica, de carácter: «El paisaje de la isla es áspero; sus árboles, leñosos; olivos milenarios con sus troncos abiertos. Sus campos de secano, encerrados entre muros de piedra seca. Todo parece estar roto, despeinado, deshilachado», evocó poético, añadiendo: «Pero ese paisaje también es todo lo contrario: dulce, armonioso, suave. Los perfiles de las montañas, sus aguas apretadas en las calas, sus salinas, la arquitectura rural, el color de los fondos marinos... Y luego está la luz, tan intensa, que borra los colores, que lo unifica todo. Es posible que mi obra pueda reflejar algo de todo esto, de tanto contraste. Es posible. No lo sé», confesó dudando, a la vez que afirmaba su optimismo por la situación de la pintura en aquella Ibiza de hace unas tres décadas: «El momento presente lo veo bien para la pintura. Hay una gran cantidad de pintores, y algunos de ellos me interesan mucho. Creo que, cada cual dentro de su propio estilo, estamos trabajando siguiendo una misma estética. Y hay varios pintores jóvenes con mucho talento. Por lo tanto, el relevo generacional está asegurado, y eso es algo importante», aseguró convencido en su respuesta escrita a mi pregunta. Como lo hizo a la que le formulé sobre si su obra, hasta entonces, tenía ya fijados los límites de su búsqueda o si seguía todavía desarrollando su afán creativo: «Pienso que siempre estaré en camino. Pese a mis años me considero un artista joven y creo estar en un buen momento creativo». Y sí que lo estaba. Y lo siguió estando en los bastantes años vitales y artísticos que tenía aun por delante nuestro exigente, y modesto, y honesto, protagonista de esta semana en esta serie nostálgica.

En el apartado ‘Cuénteme su vida’, Tur Costa me daba detalles de su despertar en el camino creativo: «Mi vocación por el arte creo que la adquirí de mi hermano Antonio, segundo en edad; tres años más joven que Miguel. Él estudió pintura y cerámica en Madrid, por lo que el arte fue siempre tema de discusión en nuestra casa». Una casa humilde en la que hubo bien pronto varias desgracias como consecuencia de la Guerra Civil: «Mi padre era funcionario del ayuntamiento y fue asesinado en 1936 por los caciques de turno. Yo tenía entonces ocho años. Mi madre, viuda con seis hijos, nos llevó a vivir a Sant Miquel, en la casa del abuelo paterno, que había quedado vacía pues él también fue asesinado. El abuelo era sindicalista, fundador de la Central Obrera de UGT de Ibiza». Y me siguió relatando sus penurias familiares: «Mi hermano mayor, Miguel, acababa de terminar sus estudios de maestro de primera enseñanza. De su escaso sueldo y de algunas frutas y cereales que recogíamos en la finca del abuelo pudimos salir adelante a duras penas. Pero pese a todo, tengo muy gratos recuerdos de mi niñez en aquel pueblo. Allí aprendí muchas cosas útiles que nunca enseñan en la ciudad. Sobre todo a amar con pasión a la naturaleza».

Hasta que produce un cambio importante de su escenario vital: «A principios de los años 40 vinimos a vivir a Vila, donde pronto descubrí la Biblioteca Pública de la Caja de Pensiones, y en ella a mis autores favoritos de entonces, como Julio Verne o Salgari. Por cierto, la Caja me premió con una libreta de ahorros y algo de dinero en ella por buen lector», recordó con orgullo. Y siguió con el sucinto relato de su biografía: «A los 16 años empecé a trabajar en una tienda de tejidos para ayudar un poco al mantenimiento de la familia. Y por las noches, al salir del trabajo asistía a clases de dibujo en Artes y Oficios. Doce años más tarde me pude independizar montando un pequeño negocio, que todavía poseo y del que vivo, pues la pintura no da para tanto», señaló en aquel lejano verano de 1990.

También me contó otros episodios de su vida, alguno de ingrato recuerdo por las circunstancias políticas: «Presté el servicio militar en Palma, pese a que por sorteo me había tocado quedarme en Ibiza. Vamos, que me desterraron a Mallorca, digamos, por considerarme rojo. En fin. Qué más: como te dije, me casé con Anneliese en 1960 y tenemos dos hijos. Vivo en mi casa de Jesús con mi esposa y mi hijo menor; y allí tengo mi estudio de trabajo». Rematando así el breve relato de su vida hasta entonces: «He viajado bastante por Europa y creo conocer sus ciudades más importantes. ¿Y qué más puedo decirte de mi vida que tenga un ápice de interés? Si acaso, que gozo de buena salud, soy un empedernido fumador de puros y no me interesa el alcohol ni ninguna otra clase de drogas», concluyó, ajustándose al espacio que le había ofrecido para la entrevista.

De la que terminaré recordando algunos ‘Acentos’ de un cuestionario común a todos los entrevistados de mi serie ‘Retratos de papel’: «En mi tiempo de ocio escucho música, leo bastante y veo un poco de televisión. Ah, y mi partida de cartas con los amigos en Bar Domingo no me la quita nadie». «A una isla desierta me llevaría una caña de pescar y una sartén». «No sé si habrá otra vida. Si la hubiera, el cielo debe ser muy aburrido y el infierno demasiado caliente. Prefiero que esto acabe en la tumba. No se debe estar tan mal», ironizó.

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