Cuando Ibiza era otra fiesta

Pedro Cañestro quemó sus naves en Ibiza

Entre el teatro y la radio, la popularidad de este singular

y apreciado personaje andaluz fue reconocida y aplaudida por varias generaciones de ibicencos

Julio Herranz y Pedro Cañestro en Radio Diario.

Julio Herranz y Pedro Cañestro en Radio Diario. / J.H.

Julio Herranz

Y eso que su querencia por su sur andaluz nativo, la Málaga soñada de su alma y de su corazón, fue firme y continua hasta el final de su vida. Pero sí, don Pedro, como le llamábamos los amigos, se enamoró de Ibiza y de su gente: Dejó la compañía de teatro con la que llegó a la isla a finales de los 50 para hacer una temporada, de notable éxito; volvió en el 62, y ya decidió que iba a echar raíces en este mediterráneo isleño. Creó el Grupo de Teatro de Artes y Oficios, por el que pasaron varias generaciones de ibicencas e ibicencos bajo su docta y entrañable dirección. Y también se aficionó a la radio, primero en Radio Popular y luego en Radio Diario de Ibiza, donde le conocí; y durante un tiempo compartimos un programa singular de título chocante, Coplerillo, flamenquillo y folklorillo (el nombrecito se lo puso él y no hubo forma de que lo cambiase, por más que insistí), con el que pasamos, e hicimos pasar a la audiencia, estupendos ratos a base de canciones y de unas charlas simpáticas y de choque generacional entre ambos. Amén de algún que otro whisky y de los cigarrillos que se terciasen. Qué tiempos aquellos, tan envidiables vistos desde este presente más bien soso, convencional y tan políticamente correcto.

El dramaturgo de joven.  D.I.

El dramaturgo de joven. / D.I.

Para evocar la figura de Pedro Cañestro, aparte de muchos recuerdos singulares que tengo por el trato personal, recurriré al ‘Retrato de papel’ que le hice el 13 de enero de 1986. Dentro de la serie a la que ya he acudido en alguna otra ocasión; ya que la palabra publicada es más de fiar que mi evanescente memoria de disco duro menguante. A doble página, y currada con ganas por aquello del entusiasmo juvenil, en la sección Cuénteme su vida, que uno redactaba después de una charla más o menos compleja y larga con los protagonistas, don Pedro se me confesaba; y nunca mejor dicho: “Nací en Málaga y desde niño he tenido gran vocación religiosa. Será porque fui a un colegio de monjas y a otro de curas; no sé. Total, que antes de la guerra yo estaba preparándome para entrar en el Seminario”. Pero aquella terrible contienda civil, que tuvo efectos devastadores en Málaga y su provincia, trastocó su vida y planes. Así, pocas veces Cañestro se ponía tan serio como cuando me contaba la criminal acción de los bombardeos de los fascistas desde barcos a los civiles que huían andando por la costa hacía Almería. Salvajada a la que se conoce como La desbandá, y que causó miles de muertos, la mayoría mujeres, niños y ancianos. Un horror. “En la guerra, Málaga quedó en zona nacional y mi padre en zona roja, en Almería, donde estaba haciendo ‘La copla andaluza’, con La Niña de la Puebla y Luquita de Marchena. Cantando, bailando, en fin. Y como yo necesitaba el permiso de mi padre para entrar en el Seminario, entre unas cosas y otras pasó la guerra, se frustró mi vocación y no pude ser sacerdote”, precisaba con cierta nostalgia.

pedro cañestro                     quemó sus naves en la isla

Pedro Cañestro en el Teatro prinicpal de Palma tras recibir un galardón en 2011. / GUILLEM BOSCH

Aunque el hecho de haber nacido en el seno de una familia más bien farandulera, le marcó también desde su más corta infancia: “Desde niño ya había hecho teatro por todas partes. No había una cosa de ese mundillo en donde yo no estuviera presente. Así que me metieron en la Academia de Declamación de Málaga; y ya me fui formando en el teatro profesional hasta que entré de meritorio, como galán joven, en una compañía de Córdoba”, apuntó don Pedro, añadiendo con pesar: “Pasé más hambre que nadie sabe. Encima que me pagaban nada más que la pensión, no lo hacían siempre. Sí, lo pasé bastante mal; pero me fui dando a conocer y poco a poco me fueron contratando mejor y a tener más suerte”. Y así, a trancas y barrancas, nuestro protagonista se fue abriendo camino en las tablas: “En el año 1958 empecé a dirigir la compañía de mi suegro y a hacer los montajes, con mi cuñado, que era primer actor. Y luego ya estuve cinco años llevando yo solo la compañía. Vinimos a Ibiza, nos fue muy bien la temporada. Hicimos todas las Baleares. Y ya en el 62 volvimos a la isla. Entonces ocurrieron unos problemas familiares y ya me quedé aquí, porque me surgió un empleo. Es que a mi mujer, aunque había nacido en el teatro, no le gustaba mucho y añoraba tener su propia casa. Así que ella entonces vio así su tabla de salvación para retirarnos del teatro”, afirmó más bien resignado el actor y director andaluz.

pedro cañestro                     quemó sus naves en la isla

Pedro Cañestro junto a su grupo teatral en Sóller en (2013). / D.I.

Pero lo que llaman los aficionados el veneno del teatro estaba ya bien instalado en sus venas, por lo que Pedro Cañestro no tuvo que esperar mucho hasta que pudo compaginar su actividad laboral con la pasión de su vida: “Al poco tiempo me llamaron para formar el cuadro artístico de Artes y Oficios. Y como uno tenía ya por dentro el gusanillo del teatro, acepté. Con mucho gusto, pues me encontré con gente que me ayudó mucho y a la que estoy muy agradecida. Así he estado estos veinte años compaginando el trabajo con el grupo, enseñando a muchísima gente y disfrutando con el teatro, que es mi verdadera vocación, lo que más me gusta. Y así pienso seguir mientras el cuerpo aguante. Si Dios quiere”, recordó en aquel lejano invierno de 1986.

Sorprende ahora bastante leer lo que dice Pedro Cañestro sobre la afición que había en la isla por el teatro cuando vino por primera vez: “Hicimos una temporada muy buena, de siete meses, llenando tarde y noche. La gente se interesaba entonces realmente por el teatro; y nuestra compañía era de repertorio, muy bien conjuntada. Llevábamos muchos años juntos, con mucha vocación y ganas de trabajar. Una compañía de provincias, sí, pero de primera. Eran tiempos en los que la gente respondía. Como siguen respondiendo ahora si le das cosas buenas que les interese. Y se lo toman en serio cuando les gusta, cuando no son cosas para minorías que la mayoría no entiende”, precisó.

Afición por la radio

En cuanto a su afición por la radio, don Pedro reconoció que tiene bastantes puntos de encuentro con el teatro: “Por lo menos en lo de tener una dicción clara y una voz más o menos agradable. Lo que pasa es que son cosas diferentes. Un actor sabe inmediatamente la respuesta del público; por un murmullo, una risa, algo, capta inmediatamente lo que sucede a su alrededor. Pero el locutor en cambio se dirige un poco al vacío y se tiene que guiar por su intuición; apoyándose en músicas y procurando llegar a la gente, aunque no tenga ni idea de cómo está reaccionando a su trabajo. Es más difícil, creo”, apuntaba. Aunque puedo asegurar que don Pedro tenía un claro don también para la comunicación radiofónica, pues al ser más bien pequeño su ámbito geográfico de acción, recibía fácilmente el feed-back de la audiencia; con lo que su popularidad era bien notable. No había más que darse un paseo con él para comprobarlo.

A ello contribuía bastante su forma de ser, natural y directa. Por ejemplo, a la hora de buscar aficionados para sus montajes: “Yo soy muy modesto, de verdad, y no selecciono a los actores. Todo el que viene al grupo es admitido. Hasta dicen que soy capaz de hacer actores de las piedras. No lo sé; pero yo no me puedo permitir el lujo de hacer una Escuela de Arte Dramático. No tengo tiempo ni medios. Sencillamente, cuando queremos montar una obra, me apaño con la gente que tenga. Voy enseñándoles, les meto en sus personajes, cómo han de moverse, cómo han de hablar y demás. En el físico, en cambio, no pongo demasiado interés, pues me parece secundario”, aseguró, añadiendo con una sonrisa: “Quizá porque veo mi caso, pequeñito y poquita cosa; pero siempre me he adaptado al personaje que me daban. Con mayor o menor fortuna, claro. No es tan difícil. A no ser que tengas que hacer de galán. Ahí ya me calló”, apuntó echándose a reír con ganas.

Y es que la risa de don Pedro es el eco que mejor resiste cuando me acuerdo de los programas que hacíamos al alimón, disfrutando de nuestras músicas y de nuestra buena amistad.

Suscríbete para seguir leyendo