Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Memoria de la isla

Los catecismos que padecimos en Ibiza

He aquí una frase principal del Catecismo Patriótico Español: «Los enemigos de España son siete, liberalismo, democracia, judaísmo, masonería, capitalismo, marxismo y separatismo. Son enemigos que con la Cruzada han quedado vencidos, pero no aniquilados y ahora, como sabandijas ponzoñosas, se esconden en mechinales inmundos para arrojar su baba y envenenarnos. España no puede dormirse en los laureles. Debe estar vigilante». Y nosotros no entendíamos nada de nada. Afortunadamente.

Nos catequizaron y confundieron. ALBERTO SCHOMMER

Piensa que el sueño es la imagen de la muerte y la cama prefigura el sepulcro. A muchos ha cortado Dios el hilo de la vida mientras dormían y es cosa terrible comparecer ante el tribunal del Señor sin haber implorado antes la ayuda del Ángel de la Guarda». Esta tremebunda advertencia venía en el Manual de Urbanidad Cristiana del P. Gambón, S.J., que nos leyó en clase de Religión sor María del Amor Hermoso. Y como uno era pequeño pero no tonto, le pregunté a la hermana por qué se empeñaba Dios en pillarnos a traición, desprevenidos, mientras estábamos durmiendo y no después de dejar, como ella misma decía, la ropa sucia en el confesionario. Y esta fue la respuesta de la sor: «!Eres el rabo del demonio! ¡Eso eres! ¡De cara a la pared hasta que yo diga!». Desde aquel día no pregunté nada más y le dije, por lo que pudiera ser, que entendía incluso que Dios es uno y tres a la vez.

En las monjas de La Consolación, en las de San Vicente de Paúl y en la Graduada, los niños, en los años 40 y 50 que aquí recuerdo, tuvimos que aprendernos de memoria las primeras oraciones –padrenuestro, credo, salve, señor mío Jesucristo, yo pecador y otras- porque la Religión, que entonces se escribía con mayúsculas, formaba parte de la enseñanza regular. Era preceptivo que todas las aulas, en todas las escuelas, tuvieran detrás de la tarima que ocupaba la monja, el cura o el maestro, un enorme crucifijo colgado en la pared entre los retratos de Franco y José Antonio. Jesús entre dos ladrones, como en el Calvario. No ladrones de cosas, pero sí ladrones de conciencias, porque lo que recibíamos era un estricto adoctrinamiento. Aquel bien avenido matrimonio de Iglesia y Estado, de la cruz y la espada, fue lo que dio nombre al carpetovetónico nacional-catolicismo en el que los niños del 45, como era mi caso, fuimos creciendo. El Concordato de la Santa Sede que sancionaron al alimón el Caudillo y Pío XII oficializó aquel tinglado que quedó resumido en una frase: «Al Gobierno le incumbe profesar, él primero, y amparar después, la única religión verdadera que es la católica».

Los catecismos que padecimos

Fue lo que cumplían al pie de la letra los catecismos que padecimos, el Astete-Vilariño y el Nuevo Ripalda, versión renovada pero asimismo casposa del Catecismo Patriótico Español, de obligada enseñanza en todas las escuelas por Orden del Ministerio de Instrucción Pública.

Cuando sobre los siete años acabábamos la Enseñanza Primaria y pasábamos a la Escuela Pública –yo tuve la de don Ernesto en el edificio del Pereira, frente a la entrada del ‘gallinero’, y luego en la de don Joan des Sereno, en los soportales del antiguo Convento de los dominicos-, todos los niños teníamos que pasar por el acto iniciático de la Primera Comunión que exigía una precisa preparación en la Catequesis que nos impartían, en Sant Elm, el padre Alberto, el padre Ramiro y el hermano Luis, carmelita lego. Aquel salto de la Enseñanza Primaria a la Escuela Pública y cumplir con el rito –sagrado, por supuesto- de la Primera Comunión, significaba que nos expulsaban del paraíso de la infancia –es decir, de la inocencia- y que se nos reconocía uso de razón, sentido del bien y del mal, conciencia, responsabilidad, culpabilidad. En pocas palabras, nos hicieron la puñeta. Y no fue todo. Porque poco después tuvimos la puesta en escena definitiva, la Confirmación que únicamente podía impartirla su Excelencia Reverendísima el señor Obispo. Y aquello imponía mucho.

La tuvimos en el Convento de Santo Domingo. Acudieron chicos de todas las parroquias, fue una gran fiesta y recuerdo que cada postulante llevaba un padrino que presentaba su candidato al Obispo. Antes del acto, un cura nos dio una plática para que entendiéramos de qué iba la cosa. Yo ya lo sabía, -o creía que lo sabía-, porque mi amigo Bartolo que ya había superado el trance, me había dicho que lo peor era la bofetada (sic) que daba el Obispo mientras decía: «Para que te acuerdes de mí, ¡toma!». Pero me engañó para meterme miedo. Lo que pasó fue lo que ahora recuerdo: El Obispo nos impuso las manos sobre la cabeza, nos hizo una cruz en la frente con un aceite que se llamaba Crisma, que olía a demonios y que, según nos decían daba fuerza y carácter. El padre Alberto, supongo que para animarnos, nos dijo que en la antigua Roma ya se ungía con aceite a los gladiadores y que nosotros también seríamos por la confirmación gladiadores, soldados de la fe; y que eso precisamente era lo que el señor Obispo nos diría al imponernos las manos: «Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo para que combatas el buen combate de la fe». La frase no era, efectivamente, la que me había dicho Bartolo, que era un guasón.

El cachete

Lo del cachete no era para tanto, una palmadita en la mejilla como preparación para que después supiésemos aguantar como hombres, sin quejarnos, las bofetadas que da la vida. ¡Qué cosas! Lo que mejor recuerdo fue que el reverendo que nos daba la explicación, para que viéramos lo importante que era el don que íbamos a recibir, nos leyó un texto del Catecismo que explicaba la ceremonia: «La confirmación imprime en quien la recibe una fortaleza espiritual indeleble –‘que no se borra’, nos aclaró el cura- y que da al confirmado, es decir, a vosotros, la facultad y el derecho de realizar acciones sobrenaturales que tienen como fin el combate espiritual contra los enemigos de la iglesia y del alma: mundo, demonio y carne». Aquello de poder hacer acciones sobrenaturales fue lo que más me gustó, porque, aunque no fuera lo mismo, me hizo pensar en los poderes de Supermán.

Compartir el artículo

stats