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Coses nostres

Los talladores de piedras

El bloque de marés tallado de ses Salines, protagonista de muchas fotos turísticas, reabre el debate sobre si el arte debe instalarse en plena naturaleza

El tótem de ses Salines fotografiado en una noche de luna. CAT

Hay un debate abierto –que no es nuevo– entre científicos, medioambientalistas y naturalistas sobre la conveniencia o el desatino de introducir el arte, o las expresiones artísticas, en la naturaleza. Si bien es sin duda positivo que la naturaleza inspire al arte, que el medio natural sea el lugar para una instalación artística es, cuanto menos, cuestionable. Porque el arte necesita a la naturaleza, pero la naturaleza, sin duda, no necesita al arte. El debate tiende a prolongarse hasta el infinito si se trata de decidir hasta qué punto podemos calificar de expresión artística cualquier modificación que se lleve a cabo en un espacio natural. Y la consideración varía, asimismo, si la instalación tiene carácter permanente o desaparecerá en cuestión de días sin dejar rastro y si la instalación es una simple ‘colocación de objeto’ o incluye la transformación de un elemento natural como puede ser la roca de pedra marès tallada a modo de tótem en ses Salines.

Salvando las distancias entre las obras, podrían incluirse en el debate tanto el tótem de ses Salines como las columnas de basalto que el artista australiano Andrew Rodgers instaló en Cala Llentia a modo de esquema planetario. También pueden sumarse los círculos de piedras que –cada dos por tres y con coartada espiritual– se disponen en los acantilados de Cala d’Hort, los árboles pintados de Sant Josep e incluso los dibujos y frases tallados en las rocas de Punta Galera. O el letrero que intentó instalarse en la orilla de una playa, en el agua, con el pretexto de que se hacía para concienciar sobre la necesidad de conservar el medio ambiente. De hecho, tal pretexto es el más usado para justificar cualquier intervención en el medio natural. Y es así desde que nació el land art, en los 60, como una corriente pensada para que los artistas dejaran su huella en el paisaje con la intención de estrechar lazos con la naturaleza.

En aquellos tiempos, las obras eran grandes instalaciones, a menudo en desiertos de Estados Unidos, aunque la más famosa fue la creada en abril de 1970 por Robert Smithson en el Gran Lago Salado de Utah. Se titulaba Spiral Jetty. Usando rocas, algas y tierra, Smithson formó una enorme espiral que se adentraba hacia el lago. Quizás podrían establecerse paralelismos –salvando de nuevo las distancias y el tamaño– entre el desplazamiento de piedras que realizó este artista americano y los círculos que ‘artistas’ anónimos forman con piedras en los acantilados de Cala d’Hort para sentarse a meditar en contacto con una naturaleza que consideran que debe modificarse.

Cabe preguntarse si los montones de piedra –los caramulls que a menudo aparecen por distintos rincones de las islas y que alteran el terreno y causan graves daños a flora y fauna– son también considerados expresiones artísticas por sus autores.

En campañas turísticas

A menudo, desde luego, estas intervenciones más o menos artísticas, además de resultar polémicas y a veces perjudiciales para la naturaleza, pueden entrar en conflicto con alguna normativa de protección del territorio. Paradójicamente, y agravando el problema, instituciones y asociaciones llegan a usar imágenes de estas instalaciones en sus promociones y campañas turísticas, lo que puede animar a más personas a usar la naturaleza para dar a conocer sus inquietudes artísticas.

No hay que olvidar, en este debate, que en el fondo del mar algunas construcciones se han convertido en bellos arrecifes artificiales que, además de promover la vida marina (incluso protegiéndola de las redes de pesca ilegales), son un atractivo importante para el turismo de buceo. Tal vez este tipo de instalaciones puedan considerarse excepciones, y también puede haberlas en tierra, pero entonces se revela otra amenaza, y es que las excepciones se conviertan en normalidad mientras crece el número de posibles artistas dispuestos a modificar el paisaje. Y, como todo el mundo sabe, el arte es subjetivo, aunque solo lo sea hasta cierto punto.

La clave

EL SILLAR ABANDONADO

El artista desconocido que se entretuvo tallando las figuras de la roca de ses Salines usó lo que debía ser una de las piezas que se recortaron siglos atrás en la cantera de piedra marès, de arenisca, que existe en el lugar.  

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