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Cuando Ibiza era otra fiesta: Vicent Calbet y algún sarao en Can Puvil

Las fiestas que organizaba el gran pintor ibicenco en su casa eran únicas: te podías encontrar a victoria vera o a txiki benegas

Txiki Benegas (en el centro), a punto de adquirir un Calbet. A la izquierda, el gran artista ibicenco. CARLOS R. FUENTES

Es lo que tiene cuando hurgas con tiempo en papeles viejos: que te puedes llevar toda una grata sorpresa y un subidón añejo de adrenalina indebida: pero qué barbaridad, no puede ser, la madre que nos parió, esas sí que eran fiestas... Porque aunque la memoria haya borrado las huellas, ahí están esas fotos como clamorosos testigos de cargo de que aquel sarao veraniego, tan movidito, artístico y bailón fue algo digno de vivirse, y hasta de contarse públicamente. Como contrapunto, acaso, de las tan cacareadas fiestas discotequeras del estío ibicenco, que ya por aquel entonces eran el no va más en desmadre y alboroto sonoro de los cuerpos más divinos que imaginarse pudiera uno. Según proclamaban a los cuatro vientos los medios de medio mundo y parte del otro medio. Porque no nos hacía falta marketing alguno ni reclamos sofisticados de tarifas abusadoras para ponernos la noche estival por montera y gozarla hasta el amanecer. Con un ambiente festivo propicio; unos invitados que dieran la talla y supieran estar a la altura de lo deseado; unos discos variados, de ayer y hoy, con la calidad como santo y seña; algo, claro, de material líquido y solido para entonar las ganas; y un generoso anfitrión artista que abriera las puertas de su casa-estudio-refugio a los alegres convocados, ya estaba garantizado el éxito.

Me explico. El reportaje apareció en el número 7 del suplemento dominical de este Diario, La Voz de Ibiza. Era el verano de 1988 y uno era colaborador de la revista, mayormente de temas culturales, que es lo mío. El reportaje se titulaba ‘Entre lo jet y lo payés’; y como subtítulo: ‘Vicent Calbet, un anfitrión de prestigio’. Las fotos están firmadas por Carlos R. Fuentes, que ahora no recuerdo quién era. Lo siento. Y muchas gracias. Sobre todo por la que estoy bailando, sudado y entregado a tope, con la actriz Victoria Vera. Con este elocuente pie de foto: Victoria Vera en brazos de Julio Herranz y a los sones del Bolero de Ravel. Toma ya, no me lo puedo creer. Y verme de tal guisa y en tal compañía me ha subido la autoestima pretérita a cotas de babeo evidente. Qué maja y animada la gran actriz, tan guapa y encantadora ella. Cómo fue que vino a parar a la fiesta de Vicent Calbet. Misterio, desde luego. Y qué más daba. En aquellos tiempos no se preguntaban ese tipo de cosas. Era una más y se comportaba con la misma alegría, desenfado y entrega que el resto.

El sarao en pleno apogeo. | C. R. FUENTES

Porque si visto ahora me sorprende la presencia de Victoria Vera, sobre todo, ya digo, por tan halagadora fotografía; también es bien llamativa la presencia del político vasco Txiqui Benegas, toda una autoridad; ya que en aquel tiempo era el número tres del PSOE, el partido que cortaba más bacalao que nadie en España en aquella década. Y aunque ahora tampoco recuerdo bien los detalles, creo que algo tenía que ver con los propietarios de la famosa discoteca KU. Pues nada, allí estaba el prohombre tan ricamente, disfrutando como el que más. Así lo refleja uno mismo en el texto del reportaje: “El señor Benegas, a quien no tenía el gusto de conocer, animado por las músicas de su época, rápidamente perdió el estiramiento que debe a su cargo político y fue uno más, disfrutando y bailando como hacía tiempo que no lo hacía. Me lo confesó personalmente y no paraba de hacerme peticiones especiales (Julio, ponme otra vez aquella de Paul Anka; y una rumba). Y uno intentaba complacer a todo el mundo”. Aclaremos la cosa, que suena algo raro : es que uno oficiaba de pinchadiscos de la velada. Algo que ya se había vuelto habitual en los saraos que, no sólo en verano, se montaba mi querido amigo Vicent Calbet, uno de los grandes pintores ibicencos, con quien siempre sentí una sintonía especial. Por supuesto, no sólo en cuestiones de gustos musicales (abiertos a cualquier época y estilo, siempre que fueran de calidad), sino en sensibilidad artística y humana. Por eso sentí tanto su muerte, en el lejano Japón durante un viaje tan atípico para realizar una exposición que le organizaron unos amigos del país nipón que frecuentaban Ibiza.

Victoria Vera en brazos de Julio Herranz y a los sones del Bolero de Ravel. C.r.fuentes

Invitados

Victoria Vera, Txiqui Benegas... Algunos otros nombres que no recuerdo; y, claro, un buen número de amigos de la isla, muchos de ellos relacionados con el mundillo artístico y cultural: Albert Ribas, Pep Marí, Pep Costa, Catina Sa Nostra, Cati Verdera o Toni Roca, gran amigo de Vicent, siempre servicial y devoto de la casa y de la causa, que fue quien me pasó el recado de la invitación: “Acuérdate. Y no te comprometas con otra fiesta, que te conozco. Además, ya sabes que eres el disc jockey oficial. Te lo has ganado a pulso”. Preciso en el reportaje de La Voz de Ibiza, añadiendo para el lector curioso: “Una de las gracias de las fiestas de Vicent Calbet (tiene muchas) es que el tipo de música que ponemos se sale del tópico chim-pún con el que nos machacan todas las discotecas de la isla. Y es que (con poquísimas excepciones) los dj carecen de imaginación. Así que resistir en una discoteca al uso se está convirtiendo para muchos en un suplicio difícil de soportar por más de una hora”. Buff, y estábamos en el verano del 88, cuando uno solamente tenía 40 años. Así que ni me acuerdo de la última vez que pisé una discoteca. Bueno, mentira. Claro que he he estado en bastantes discotecas ibicencas desde entonces. La mayoría de las veces tan sólo por compromiso. Si vives en Ibiza y te ves más o menos obligado a hacer de cicerone de familiares y amigos que te visitan en verano, no tienes más remedio que acudir a dichos templos del ocio, que son los mayores responsables del prestigio que tiene la isla en todo el planeta. Lo que pasaba (ya cada vez menos, desde luego) es que uno entraba con los amigos o familiares en cuestión, pues lo tenía más fácil de saltarse la entrada y tal, pero tras una copa los abandonaba con gran alivio, pues me resulta bastante insufrible soportar la música que ponen. Con las excepciones de rigor, insisto, que uno ha tenido (y sigue teniendo) varios amigos dj; algunos realmente buenos y entendidos. Pero el negocio es el negocio y es lo que les piden y/o obligan a poner. Los gustos cambian y hay que adaptarse a los tiempos que vengan. Sin ir más lejos, así me lo reconoció en una entrevista de hace ya mucho tiempo Ricard Urgell, el fundador de Pacha.

Pero no me apetece abundar en tan espinoso tema, siempre sujeto a opiniones para todos los gustos y algún que otro disgusto. Mejor cierro evocando la fórmula musical que utilicé aquella noche algo mágica de tan lejano verano: “En Can Puvil dimos marcha atrás al reloj, sin perder tampoco la noción del presente. Y jugando con la complicidad de la nostalgia (un valor sólido cuando los recuerdos tienen un peso específico), hicimos que la gente se moviera con viejos furores y unas energías que muchos creían ya perdidas. Desde rocks añejos al sentimental bolero, pasando por tonadillas, salsas, sambas, sevillanas y algún que otro toque folklórico autonómico. Melodías y ritmos al servicio de la edad y la euforia que el alcohol y las sabrosas viandas iban depositando en los ánimos de la concurrencia”. Y así mismo, hasta lo que aguantaron los cuerpos.

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