Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Siri Hustvedt, escritora:« La historia no es lineal, podemos perder nuestros derechos»

«La verdad, como sabemos, es un concepto filosófico muy complejo. Pero sí me gusta decir que la gente sabe cuándo está mintiendo»

Siri Hustvedt (Minnesota, EE UU, 1955). Alba Vigaray

Siri Hustvedt empezó a escribir a los catorce años, pero tardó largo tiempo en tener esa habitación propia que, desde que Virginia Woolf acuñara el concepto, maravilloso libro mediante, a finales de los locos años veinte del siglo pasado, todas las escritoras aspiramos a construir algún día. La causalidad literaria, la única a tener en cuenta en este oficio en el que la suerte se consigue, pues 'La lotería' es, como mucho, el título de un relato de Shirley Jackson, ha querido que muchos años después la joven que perseguía las letras sin renunciar a las ciencias sea comparada con la autora de Las olas. No les falta razón y hasta les sobran motivos a quienes aseguran que en las páginas de Madres, padres y demás (Seix Barral), la última y magistral colección de ensayos de Hustvedt, resuena, como un eco armónico, la voz de Woolf, su mismo talento. Ella, portadora de un humor fino y contagioso, inteligente, se siente cómoda en el papel protagonista que, después de décadas de reivindicación a base de esfuerzo y trabajo, la crítica por fin le ha concedido. Tras de sí atesora una trayectoria forjada entre la ficción, con novelas deslumbrantes, y la reflexión, con textos ensayísticos abrumadores. Y es que ha llegado el momento de definir a Paul Auster como el marido de.

«Podemos perder muchos derechos» POR Inés Martín Rodrigo

Virginia Woolf, a la que ha sido comparada con su último libro, la colección de ensayos ‘Madres, padres y demás’, publicó ‘Una habitación propia’ en 1929. ¿Cómo han cambiado los cuartos de las escritoras durante todo este tiempo?

El libro de Virginia Woolf describe lo que significa ser mujer y escritora, y aún debemos lidiar con las circunstancias que rodean a esas dos condiciones. Tenemos la impresión de que a medida que va pasando el tiempo se produce un progreso regular, constante, pero todavía queda mucho por avanzar, especialmente en lo que se refiere a los derechos de las mujeres. La historia no es progreso. Esa es una fantasía del siglo XIX, pero está muy arraigada en nuestra cultura. Estamos en 2022 y las cosas no han cambiado. Fíjese en el siglo XX, cómo los nazis llegaron al poder en Alemania. Ahora lo estamos viendo en los movimientos autoritarios en EEUU, lo que ha pasado con el aborto… La historia no es lineal, podemos perder nuestros derechos. La mayoría de mujeres que tienen familia deben hacerse cargo de las responsabilidades familiares, y ahí incluyo a los niños y al marido, las tareas domésticas, el trabajo, escribir... Mi marido [el también escritor Paul Auster] una vez me dijo: puedes hacer dos cosas, pero no tres; es un punto de vista muy acertado. Alguien me preguntó en cierta ocasión cómo me sentía siendo mujer, madre y escritora, y yo le contesté si le preguntaría lo mismo a un escritor.

Nunca.

Así es, nunca.

Comparto su amor hacia la canción de Tom Waits ‘Dirt in the Ground’, cuyo estribillo reza: «Todos seremos tierra en el suelo».

Tom Waits es un gran músico, pero también un gran compositor. Esa letra representa la idea de que lo mejor que podemos hacer es levantarnos y bailar. A mí me recuerda la urgencia de estar vivo, la importancia de cada día. Enfatiza la verdad: todos vamos a morir y seremos parte de la tierra. Y, de algún modo, hay algo excitante en eso, ya que, aunque sea un cliché, nuestros días están contados. En vez de ser algo horrible, es una especie de inspiración hasta que nos llegue la muerte. ¿Por qué estamos aquí, por qué suceden las cosas? Es el principio de la vitalidad.

En ese sentido, en uno de los ensayos asegura que «no podemos tratar los cuerpos de nuestros muertos como la basura que sacamos a la calle». ¿Qué piensa del modo en el que la sociedad occidental se enfrenta a la muerte? ¿Ha cambiado con la pandemia?

Bueno, habrá que verlo. En EEUU han muerto un millón de personas y ahora hay una especie de amnesia. En realidad, es algo que ya sucedió en la pandemia de 1918, cuando se estima que fallecieron 50 millones de personas. En Nueva York, en esta pandemia, sólo se contabilizaba a la gente que moría en el hospital, pero ¿y los que fallecieron en casa? Un amigo científico dice que la mejor forma de determinar el número de fallecidos es comparar las cifras de muertos con las de cualquier otro año. Cuando mi madre era niña en Noruega, y también durante mi infancia, los niños iban al colegio con un brazalete negro si alguien había muerto en su familia para evidenciar la pena, para que se supiera. Ahora está esa idea de que hay que superarlo. Pero no se supera, es así. Mi madre tenía 96 años cuando murió y la echo de menos cada día.

Claro, y seguirá siendo así hasta el último día de su vida.

Por supuesto. No se trata de: «Ya he pasado mi año de duelo...».

No, es algo con lo que debes aprender a convivir.

Así es. Además, a los muertos ya no se les vela en casa. Esa conexión con la muerte ahora tiene lugar a menudo en un hospital, lo que implica que no se siente la realidad de la muerte, se esconde, se oculta.

Es conmovedor el ensayo en el que escribe sobre la muerte de su madre. Dice que nunca había experimentado una pena tan pura y habla de que le visitó en un sueño.

Sí. La esperé, pero no vino de inmediato. Fue un sueño maravilloso. De repente, mi madre apareció y supe que en el sueño estaba muerta. La abracé, sentí sus huesos, y fue el sentimiento más real de lo que era abrazarla cuando estaba viva. Y pensé: ¿no es el fantasma más maravilloso y hermoso que he visto nunca? Mi madre era muy activa, le encantaba viajar, siempre estaba de un sitio para otro. En el sueño tenía que coger un tren para ir a algún lugar de Noruega, pero yo no podía ir con ella, así que le hice la maleta y la llevé al tren. Es la parábola de la muerte. A veces soñamos muy bien, los sueños ponen de manifiesto todo tipo de ansiedades.

¿Qué piensa de la relación entre los sueños y la escritura?

Bueno, el gran ejemplo es Kafka. De algún modo, fue capaz de crear historias que eran como si estuviéramos soñando; Un médico rural es el ejemplo más claro. Creo que escribir, especialmente ficción, es como soñar mientras estamos despiertos. Los escritores trabajan en un nivel óptimo donde el trabajo onírico va implícito. ¿De dónde viene todo ese material? Tiene que estar generado por algo parecido al mecanismo de los sueños. Creo que los sueños y la escritura están estrechamente relacionados. La mejor ficción se produce así. Piense en el material de una novela o de un relato; no se elige de manera consciente.

Por supuesto que no.

¿Por qué algo está bien o mal en una obra de ficción? No es porque hagas un análisis consciente o estructural, simplemente sientes que está bien así. Y ese sentimiento es lo que te hace avanzar en la escritura. Es algo emocional, un juicio emocional y también físico, que tiene que ver con ritmos y con todas esas realidades encarnadas que mueven una obra, que te llevan a escribirla.

Escribe sobre la omisión deliberada, lo oculto, y cómo puede definir la vida de las familias, sus relaciones. ¿Qué me dice de la omisión en la literatura? Porque es algo que nos define, también.

Eso creo, sí. Es algo que puede resultar obvio, pero al mismo tiempo no lo es tanto. Piense en la omisión de, claro, las mujeres. En la Inglaterra del siglo XVIII, había gran cantidad de mujeres escritoras, incluso más que hombres, pero con el tiempo desaparecieron. Ahí hay una gran omisión. Pero, además, en términos filosóficos, me fascina cómo el nacimiento no aparece, está desaparecido. En la filosofía hay una constante represión del comienzo y una obsesión con el final. Hay un gran número de textos importantes que suprimen la realidad del embarazo, la omiten. Y eso teniendo en cuenta que todos venimos del cuerpo de otra persona, ese es el origen de todo el mundo, todos fuimos fetos.

Bueno, es el origen de la vida.

Sí, y todos lo sabemos, pero nadie habla de eso. Kierkegaard, por ejemplo, usa constantemente metáforas sobre el embarazo, pero nunca escribió sobre su madre. Es algo fascinante. Merleau-Ponty, que es uno de mis filósofos de cabecera, tiene la idea de la intercorporeidad, pero nunca la relaciona con el nacimiento. Es una omisión, es fascinante cómo algunas cosas tan obvias han sido dejadas de lado, apartadas.

A ese respecto, para mí, las palabras lo son todo. Les concedo un gran valor y las cuido, cuido de sus significados. Y es así porque creo que lo que no se nombra no existe. ¿Está de acuerdo?

Estoy de acuerdo en parte. Creo que lo que no nombramos no existe desde un punto de vista conceptual, en nuestra realidad, en nuestro marco de trabajo. Pero eso no quiere decir… A ver cómo lo explico… En la historia del ser humano ha habido descubrimientos que nadie sabía que estaban ahí. Por ejemplo, ahora sabemos que el sol no gira alrededor de la Tierra, pero no parece que haya ninguna diferencia. En el campo de las ciencias pasa constantemente. Pero tiene razón en que nombrar es tremendamente importante para la realidad conceptual.

Me encanta el ensayo titulado ‘El futuro de la literatura’. En él sostiene que «el futuro es la tierra de nuestras expectativas, esperanzas, fantasías y proyecciones, en otras palabras, el futuro es una ficción». ¿Y qué me dice del presente? ¿Es el reflejo del pasado?

El filósofo William James tiene un concepto maravilloso. Él lo llama presente sospechoso, y viene a decir que el presente no existe. Por tanto, para poder vivir, coges el pasado y te anticipas. Creo que el presente, tal y como lo experimentamos, es una etapa anticipatoria, y por eso la percepción es siempre parcial.

Parcial y conservadora.

Esa es una buena apreciación. Exactamente, la percepción es muy conservadora. Todos tenemos experiencias perceptivas que son fascinantes. Muchas de nuestras percepciones están influidas, determinadas por las emociones que en ese momento estamos sintiendo. Sospechar de nuestras percepciones es algo razonable, es algo que debemos hacer. Adoptar un cierto escepticismo es sano, porque te permite mayor pluralidad en tu interpretación de cómo vivimos en el mundo.

Lo dice en el libro: leer es un acto de amor, lo mismo que escribir. Tanto el lector como el escritor se entregan a otra persona. Pero me temo que la lectura y la escritura no pueden resolver los problemas de nuestra sociedad...

Soy una pluralista, una pluralista epistemológica. Creo firmemente que debes adoptar muchas aproximaciones para plantear la misma pregunta. Pero lo que está arruinando el mundo es que la gente siente que está en posesión de la verdad, sea eso lo que sea.

El problema es que la ficción también puede falsear la verdad.

De hecho, estamos viviendo con lo que mucha gente considera ficciones extravagantes, teorías de la conspiración, y muchas de ellas tienen formas muy antiguas. Algunas son inconscientes, pero otras muchas muy conscientes.

¿Y cómo podemos preservar la verdad? ¿Podemos salvarla?

Bueno, la verdad, como sabemos, es un concepto filosófico muy complejo. Pero sí me gusta decir que la gente sabe cuándo está mintiendo. La gente normal, no la que sufre alucinaciones, sabe cuándo miente. Por lo tanto, preservar la verdad es preservar esa realidad no mentirosa, pero es complicado, porque la verdad, tal y como la conocemos, está fabricada por un tipo de consenso cultural. Cuando condenaban a las brujas, la gente creía en brujas, era un consenso compartido que esos hechos demoníacos podían suceder. Parte del problema es que la fragmentación de la cultura es tal que, cuando todas esas múltiples verdades se dividen tanto, ¿qué es lo que las une?

Pero, como defiende, el artista no busca verdades literales.

No, no.

Lo importante es la libertad.

La libertad y la verdad emocional. Un buen libro es bueno porque te dice algo sobre tu propia experiencia humana que no podrías haber reconocido sin ese libro. Creo que eso es lo que puede hacer el gran arte, y lo que le distingue de otras muchas experiencias.

Compartir el artículo

stats