Diario de Ibiza

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Iboshim entre guerras

La fundación de Iboshim como colonia cartaginesa en el 653-654 aC., nos puso en el mapa entre las ciudades más antiguas del Mediterráneo. El motivo de tan temprana entrada en escena fue su estratégica situación, que facilitaba la escala a los navegantes que cruzaban el mar occidental. Pero el asentamiento púnico de nuestra isla, además de razones comerciales, tuvo motivos geoestratégicos y políticos en la dura competencia que se dio entre las principales potencias de la época por controlar el Mediterráneo. Los fenicio-púnicos se las vieron primero con los griegos y después con los romanos.

Casco y greba (siglo V I aC). MUSEO ARQUEOLÓGIO DE CÁGLIARIBRAZLE

Los helenos estigmatizaron a los fenicios y sus políticos se empeñaron en expulsarles del Mediterráneo, pero se rompieron los dientes al intentar morder a Cartago. Los acontecimientos que dan lugar al nacimiento del imperio marítimo cartaginés están sobre todo influidos por un factor importante que tiene lugar a finales del siglo VIII aC., la expansión griega hacia el oeste. Los helenos controlan el mar septentrional que queda sobre la línea Gibraltar-Sicilia-Chipre, mientras que los púnicos dominan el sur del Mediterráneo, pero es inevitable que acaben a la greña porque se disputan las mismas rutas y las mismas plazas. Mayores transacciones exigen mayor producción propia y materias primas que Grecia no tiene, de manera que muy pronto manda sus barcos a buscarlas a los mismos lugares donde las consiguen los púnicos, caso de la bahía de Nápoles, emporio del cobre etrusco. Dicho esto, conviene recordar que los fenicio-púnicos de primera hora son comerciantes, no guerreros. Tanto era así que sus primeros establecimientos están mínimamente fortificados. Viven más en el mar que en tierra firme, que les sirve sólo como estación de paso. Llegan a cualquier lugar, realizan sus transacciones y se van como han venido.

Son los Pueblos del Mar y su ubicuidad desconcierta a sus competidores. Originarios del desierto, en el mar mantienen su nomadismo. Un mar abierto y tendido, con olas como dunas, inabarcable y cambiante, no es muy distinto del desierto. Lo que los fenicios hacen cuando se les queda pequeña la franja litoral en el codo oriental del Mediterráneo –las actuales tierras sirio-libanesas de Arados, Biblos, Sidón y Tiro-, es cambiar los camellos por barcas y venir al Far West, el Lejano Oeste que los primeros viajeros mitificaban. En su navegación este-oeste crean pequeños establecimientos, su expansión mosquea a los helenos y se desatan las trifulcas por el dominio del mar. Es entonces cuando los púnicos se militarizan para mantener su estilo de vida y sobrevivir. Fortifican sus puertos, crean una poderosa flota y un ejército que, siendo un pueblo pequeño, se nutre principalmente de mercenarios. Y lo hacen tan bien que los griegos no entienden cómo un pueblo tan insignificante consigue dominar casi todo el espacio comprendido entre Gibraltar y las costas libanesas.

Y no lo entienden porque ese imperio no es aparentemente tangible, se manifiesta menos en grandes ciudades y extensos territorios que en una enmarañada red de rutas marítimas, sólo visibles por la estela que dejan las quillas de sus embarcaciones. Los navegantes que pasan frente a los establecimientos púnicos pueden distinguir almacenes, algunas torres de defensa, los edificios sobresalientes de gobierno o tal vez de un templo, pero nada comparable con las poderosas metrópolis griegas.

El caso es que, a finales del siglo VII, los helenos dominan la bota italiana, disputan a los fenicio-púnicos el occidente mediterráneo y en pocos años ocupan Naxos, Cumas, Catania, Megara, Gela, Siracusa, Agrigento, Himera, Selinunte,Tera y Cirene, subiendo en el noroeste continental a Masalia (Marsella) y Ampurias. En tan formidable internada helena hacia el oeste, Ibiza es un punto estratégico en la esfera de influencia que Cartago necesita mantener en el mar occidental, aunque la verdadera competición político-comercial está en el centro del Mediterráneo. En el norte, la pieza básica cartaginesa durante 400 años es Cerdeña (Sulcis y Tharros), mientras que Sicilia, pieza clave, púnica en el oeste y helena en el este, es el escenario de luchas encarnizadas entre las dos potencias. Es, por así decirlo, la primera Guerra Mundial en el Mediterráneo. Se suceden los choques, que en algunos momentos quedan en tablas, hasta que a finales del siglo III aC., muertos Alejandro y Pirro, el Oriente helenista, sin liderazgo, pierde fuelle y entra en escena Roma. En un principio -arranca el siglo IV aC.-, romanos y púnicos se respetan y temen. Es bien conocida la frase de Catón cuando deja caer unos higos en el Senado y añade: «El país en donde crecen estos higos está a sólo tres días de Roma. Cartago debe ser destruida».

Aníbal

Durante 200 años firman tratados para conjurar complicaciones, pero Roma se los salta a la torera y estalla la primera guerra púnica. Pero la contienda se eterniza, Roma se pone nerviosa y ataca Cartago, donde sufre un serio revés. Pasan más de 20 años y en Sicilia continúa la guerra con distintas suertes, hasta que, en el 241 aC., los púnicos son derrotados en un choque naval, pierden Sicilia, Córcega y Cerdeña.

El tablero mediterráneo ha cambiado y Cartago, recluida en su territorio africano, aborda la conquista de Iberia –Gadir, Cabo Blanco (Alicante) y Cartago Nova (Cartagena), subiendo hasta Sagunto (219 aC)- con la idea de reforzar posiciones, desquitarse por la pérdida de Sicilia y plantarle de nuevo cara a Roma. Así llegamos a la segunda guerra púnica, la ‘guerra de Aníbal’, que con sólo 26 años va de victoria en victoria en una gesta de leyenda. Desde Cartagena se planta en las puertas de Roma, pero los romanos contraatacan, invaden Iberia, vencen en Malta, Capua y Siracusa, se anexionan Gadir, saltan al norte de África, toman Túnez y vencen en Zama. Aníbal vuelve en auxilio de Cartago, pero sus tropas derrengadas fracasan y los romanos no tardan en exigir su cabeza. Pies para qué os quiero, Aníbal huye a Tiro y a Bitinia, pero sufre una nueva derrota y se suicida.

Mientras duran las contiendas, Iboshim es fiel a Cartago, aprovisiona a sus naves y ayuda a Magon, pero pintan bastos. En el 149 aC tiene lugar la tercera guerra púnica en la que Escipión Emiliano no deja de Cartago piedra sobre piedra. La Ibiza púnica, con buen criterio, reconoce la victoria romana que, afortunadamente, no toma represalias con la isla que, pacíficamente, pasa a ser Insula Augusta y su establecimiento urbano, ciudad confederada. La romanización pasará de puntillas y los pitiusos podrán mantener su estilo de vida.

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