Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Cuando Ibiza era otra fiesta

El desplante justo de Camarón

El triste recuerdo de la última actuación de Camarón de la Isla en Ibiza, celebrado en agosto de 1989 en el hipódromo de Sant Rafel

Cuando se cumplen treinta años de la muerte de Camarón de la Isla, me ha venido el triste recuerdo de su última actuación en Ibiza, a finales de agosto de 1989; cuando ya estaba bien tocado del ala que le llevaría a la tumba casi tres años después. Un concierto infausto que tuvo lugar en el Hipódromo de San Rafael, que seguro que ninguno de los que lo vimos hemos olvidado. Y qué pena y qué indignación me vuelve a remover por ser la última vez que vi a tal leyenda del flamenco, ya entonces un mito de renombre y fama internacional, cuyo eco no ha parado de crecer en las tres décadas pasadas desde su muerte. Una indignación por el cúmulo de circunstancias que se dieron en la velada, que tenían que haber sido evitadas por la penosa organización y, máxime, por el manager del cantaor de San Fernando, que consintió que un artista de su talla aceptara actuar en tan penosas condiciones. Por respeto al público, que había pagado la entrada a dos mil quinientas pesetas, y por respeto al propio Camarón y a su guitarrista y escudero, otro de los grandes del flamenco, como ha demostrado y sigue demostrando ya en solitario, Tomatito.

El caso lo tenía más o menos fresco en el recuerdo, pero no con tanto detalle como observo en la crónica de la velada que publiqué en estas mismas páginas el 28 de agosto de 1989 con el irónico título de ‘Un camarón a precio de langostino’. Me copio algunos datos: «Un escenario de tablao barato, como un cajón forrado con unas estridentes cintas de colores que daban grima. Y un equipo de sonido de barracón de feria que desvirtuaba cualquier sonido, guitarra o voz, que saliera tras los micros. Yo tenía la sospecha de que Camarón no iba a actuar en esas condiciones. Hubiera sido más digno y la gente, creo, lo habría agradecido más. Con la devolución del dinero al personal, claro». Pues a pesar de tanto en contra, actuó; o al menos los dos artistas lo intentaron contra viento y marea y a unas horas, las dos de la mañana, en las que el respetable estaba ya de los nervios y la cosa tenía ya pinta de que podría acabar como el rosario de la aurora. Como así fue.

Hablando del respetable, una curiosidad que no puse entonces en la crónica. Nunca fue uno amigo de las letras negritas para llamar la atención del lector. Y si lo hago ahora es porque todavía recuerdo el mosqueo que también tenía la pareja que tenía a mi lado, Imanol Arias y su chica de entonces, Pastora Vega. No venían conmigo, sino con un amigo común, Jaime Romo, de Radio 3; por eso nos sentamos juntos, en peña con otros camaroneros locales, como el pintor Paco Romero o la periodista Carmen Bermúdez. Todos con la mosca detrás de la oreja desde que arrancó la velada, lenta hasta el agobio, con unos teloneros que había olvidado hasta volver a leerme: «El hermano de Camarón (no recuerdo el nombre), que cumplió bien y que puede llegar; más una ‘Greca’ lamentable que desafinaba con saña». Y me pregunto hoy: ¿quién sería aquel hermano de Camarón de quien no he vuelto a saber nada? Misterio. Lo de la Greca sí está claro; una de las dos chicas que cantaban aquello de Te estoy amando locamente. La otra había muerto, por el tema de las drogas, no sé si del mismo tipo (la maldita heroína, el caballo) que a la larga le costó la vida al gran cantaor andaluz y a tanta gente joven de aquellos tiempos, tan desinformados.

Sonido terrible

Pero sigo con mi crónica, porque creo que, treinta años después y dadas las circunstancias del concierto de marras, tiene su gracia recordarla para entender lo que nos supuso para los aficionados el último concierto de Camarón en Ibiza. Así, entrando ya en la actuación: «Tomatito que arranca tímido y con cara de circunstancias; miradas inquietas al maestro, que no acaba de decidirse a abrir la boca. Al fin lo hace, y a pesar del terrible sonido, un escalofrío en la masa. Por alegrías, luego fandangos, unas bulerías... Como si de un toro imposible se tratara, guitarra y voz capeaban el temporal, con leves destellos de buena faena; vítores entonces y con los cuernos demasiado cerca para soportarlo mucho tiempo. No lo medí, pero no me pareció más de media hora. No había nada que hacer, aquello no podía ser. Entre aplausos y bronca, una escapada a los camerinos y no salió más. Para rematar la crispación, un cuadro flamenco para guiris cerrando el espectáculo». Y bueno, como muestra una de las fotos del amigo Joan Costa, la policía tuvo que protegerle de las iras de algunos y algunas que a eso de las tres de la madrugada esperaban al ídolo para verle y no sé si para gritarle algunas lindezas por la triste faena que habían presenciado.

Lamentable, pues, muy lamentable. En eso pensaba el pasado septiembre, cuando en mi primera salida ‘pandémica’ de la isla para ver a la familia en mi querido Rota (Cádiz), me acerqué a San Fernando a ver el nuevo y magnífico museo que han construido para honrar la figura de su ilustre paisano. Está construido pared con pared junto a la Venta de Vargas, un restaurante y tablao histórico de la zona, donde el niño (guapo y rubio) debutó a los once o doce años para el disfrute de los buenos aficionados de la baja Andalucía, que ya se maravillaban del arte en ciernes del gitanillo canastero que al cabo de pocos años renovaría el arte del flamenco, que desde hace más de una década ha sido declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Un museo que recomiendo su visita a los que bajen al Sur, porque allí están reunidos los mejores recuerdos del Camarón de la Isla, en fotos, vestuario, guitarras, grabaciones, vídeos, fetiches varios y hasta el Mercedes blanco que usó un tiempo para hacer sus giras por toda España. Por cierto, que entre tanto recuerdo figura una grabación de uno de sus más famosos conciertos en las fiestas patronales del madrileño San Isidro al que tuve el placer de asistir. Es de unos años en los que uno tenía esa grata costumbre, cuando aún la Movida estaba viva y el programa de conciertos era variado, exigente y de campanillas: pasar una semana en los Madriles para disfrutar de lo bueno y lo mejor. Cuando, entre tantos otros de gran nivel, pude disfrutar de Tina Turner, Radio Futura, James Brown o el único e irrepetible José Monge, El Camarón de la Isla.

Compartir el artículo

stats