Diario de Ibiza

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La casona y los lienzos de Agudo Clará

Agudo Clará, Ignacio. (Zaragoza, 1880 - Ibiza, 1966). Cursa la carrera de Violín y Piano en el Conservatorio de Música de Barcelona y estudia dibujo y pintura en l’Escola de Belles Arts de la Llotja. Casado con la acuarelista Pura Ortí Pastor, ante la amenaza de la Guerra Civil, en 1936 recala en Ibiza y se dedica a tiempo completo a la pintura. Ejerce de profesor en l’Escola d’Arts i Oficis y entre sus alumnos figuran quienes luego serán relevantes pintores, Vicent Calbet Riera, Adrián Rosa, Antoni Pomar, Paco Riera Bonet, Ferran Lorenzo Bofill...

Retrato. | A.C.

Paul Valéry decía que deberíamos pedir disculpas por atrevernos a hablar de pintura. Yo las pido. No consigo entender lo que me ha sucedido con las pinturas de Ignacio Agudo Clará. Aunque de ellas sólo llegué a ver una pequeña muestra que expuso en su casa-estudio de Dalt Vila a finales de los años 50, sus imágenes me persiguen. No en sentido negativo. Simplemente, no he podido olvidarlas. Yo era entonces un niño y supongo que me impresionaron. A estas alturas, sin embargo, más de 60 años después, ya no sé si los lienzos que vislumbro borrosamente son los que vi, los que creo que vi o los que recreo y sólo imagino. Tanto da. Si todavía me dicen algo tal vez sea porque les debo estas notas.

Resulta extraño que no recuerde al pintor al que ni tan siquiera reconozco en las fotografías y que en cambio retenga algunas imágenes de sus lienzos, un universo fantástico, idealizado y de mitológicas querencias en el que muy bien podían aparecer héroes, dioses, santos y demonios. Eran pinturas de una gran potencia expresiva y enfebrecidos tonos crepusculares que recuerdo tan atractivas como amenazadoras. Después he sabido que el pintor estaba influenciado por el romanticismo alemán y de ahí, posiblemente, sus motivos oníricos que ahora me hacen pensar en Caspar David y, si apuro un poco, en los paisajes brumosos de J.M. W. Turner. Creo recordar que en aquella exposición de Clará en la que dominaban los paisajes había también algunos retratos, pero el único que retengo es el de un anciano de bíblica testa, barbado, profético, tremendo como un Dios Padre. Con cierto parecido, por cierto, con el retrato que de Narcís Puget Viñas, en preciosa acuarela, nos dejó su hijo.

El caso es que yo tendría nueve o 10 años cuando alguien, no sé quién ni por qué, me llevó a la casona palaciega en la que el pintor –creo que vivía allí- tenía expuesta una muestra de las pinturas que tan vivamente me impactaron. Aunque no sólo me impresionaron las pinturas, también me sorprendió la casa y el escenario de la exposición. Tal vez porque yo era pequeño, todo en aquella mansión me parecía excesivo, muy grande, como si fuera una casa de gigantes. Las puertas de dos hojas eran enormes, los techos muy altos y las habitaciones espaciosas como salas de baile. La mayoría de las pinturas de Clará colgaban como es usual en las paredes, pero algunas otras, como si acabaran de salir del taller del pintor, estaban colocadas sobre caballetes, los que por lo visto utilizaban los alumnos que recibían en su estudio clases particulares y de los que había también algunos cuadros, bodegones, composiciones florales, paisajes y naturalezas muertas. Por las persianas entrecerradas de los balcones que daban a la calle Mayor, la que lleva a la Catedral, se colaban oblicuas lanzadas de luz que focalizaban los últimos rincones de las dos salas de exposición. En el aire flotaba ese evanescente polvillo que descubren los contraluces y el resto de las estancias quedaba en acusada penumbra. El día en el exterior era radiante, de manera que cuando entramos en la casa mi impresión fue que nos introducíamos en otro mundo. En la exposición había, creo yo, -eso lo pienso ahora- cierta teatralización, una intencionada puesta en escena. Para mí tengo que Clará no sólo era romántico en su pintura, tuvo que serlo en su propia vida. Aquella atmósfera irreal, en cualquier caso, casaba bien con los motivos de sus cuadros, alucinadas ensoñaciones que eran como fogonazos.

Reconocimiento

La vivencia infantil de aquellas pinturas, su recuerdo, me lleva ahora al pintor. Porque, ¿qué se ha hecho de Agudo Clará? Me hago la pregunta porque creo que entre nosotros no ha tenido el reconocimiento que merece. Y no lo entiendo. Fue un pintor más que notable, pero fue también un extraordinario dibujante. Se han estudiado poco, por ejemplo, las carpetas de tintas y aguadas que le compraba un turismo incipiente, que hoy son una rareza y que sólo de tarde en tarde aparecen en subastas como láminas sueltas. Pero no sólo sobresalía en sus óleos y dibujos. Fue en sí mismo un personaje singular, poliédrico y casi de novela, que, sin embargo, después, incomprensiblemente, se apagó en poco tiempo. En la movida pictórica que vivió la isla quedó como arrinconado y su nombre se fue diluyendo hasta casi desaparecer.

Es un olvido que luego no hemos corregido y que me sorprende, siendo que su sola biografía tiene un enorme interés. Es cierto que fue un pintor de vocación tardía, pero no es un detalle menor que tuviera como maestro en Barcelona al padre de Picasso, José Ruíz Blasco; que llegara a ser primer violín en el Gran Teatre del Liceu (1934-1935); que la crítica musical de La Vanguardia (17.07.1928) lo calificara como ‘eminente pianista’; que ilustrara en 1930 ‘L’Atlàntida’, de Verdaguer; que creara obras musicales como ‘A la Victoria’, ‘Boira en el Monseny’ y algunas otras piezas de música religiosa; y por si todo ello fuera poco, que escribiera trece novelas que se publicaron en Alemania y que, por lo que yo sé, siguen inéditas aquí. Visto lo visto, no entiendo que su huella en la isla haya quedado desdibujada y que sólo en pequeños círculos se le recuerde.

Recuperar a Clará

Deberíamos recuperar a Clará. No sólo por su obra pictórica, sino como profesor de pintores que luego han sido relevantes. Y por su talante, siempre atento a cualquier aspecto que interesara al Arte y la Cultura. Y también, por supuesto, por sus singulares iniciativas. ¡Lo que yo hubiera dado por asistir a las tertulias musicales que, con la pequeña orquesta que creó, celebraba en su casa todos los miércoles por la tarde! 


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