Diario de Ibiza

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Yo alquilé tres coches a Bob Marley en Ibiza

"Bob Marley y su corte estrafalaria me gustó; y al verlos salir con sus maletas, sus guitarras y su buen rollo me vinieron las ganas de asistir al concierto que Bob Marley y su grupo, The Wailers, iban a dar en la Plaza de Toros de Ibiza"

Bob Marley sale del aeropuerto de Ibiza en 1978. Francesc Fàbregas

La reserva de tres de los vehículos más grandes que teníamos no estaba a su nombre, como es natural; y los tipos a los que les hice el contrato, pese a las pintas cantarinas que lucían, tampoco me llamaron mucho la atención. Era verano, final de junio de 1978, y en los cuatro años que llevaba en la isla ya estaba curado de cualquier espanto estético. El león de Abisinia, uno de los apodos con los que se le conocía, fue el último en salir. Con su señora y algún hijo, si mal no recuerdo. Mi memoria suele ser más bien frágil en general. Y entonces sí que caí en la cuenta, claro. Su imagen la conocía bien desde hacía cinco o seis años antes, cuando trabajaba de camarero en Birmingham. Casi todo el staff juvenil del hotel eran entusiastas del reggae y, claro, yo también me aficioné a ese ritmo algo lánguido y perezoso; a las melodías pegadizas de algunos de los éxitos que sonaban en la radio todo el santo día. Sobre todo de Bob Marley, al que la crítica y el público joven ya había coronado como el Rey del reggae: ‘Is it love’, ‘No, woman no cry’, ‘Three little birds’, ‘Wake up, Stand up’... Temas en los que tocaba tanto la vena sentimental como asuntos de cierta enjundia de crítica social y política. Con unos estribillos que se pegaban a las neuronas como sellos; y que si ibas subido en la nube de los dulces humos que emanaban alrededor de sus fans, te los creías a pie juntillas. Por cierto, por aquel entonces uno no fumaba, ni siquiera cigarrillos; pero, de todas formas, algo de aquel humo casi religioso sí que me tragué en algún concierto de poca monta al que fui arrastrado por los colegas del curro. En fin, qué lejanos me parecen ahora aquellos años británicos de emigrante lingüístico, que es lo que uno era; porque cuando marché a Gran Bretaña, en el 72, ya tenía plaza fija de funcionario de Correos en Málaga. Pero quería aprender inglés y respirar la libertad que nos negaba aquella infausta y larguísima dictadura franquista de nuestros agobios y frustraciones.

A lo que iba, Bob Marley y su corte estrafalaria me gustó; y al verlos salir con sus maletas, sus guitarras y su buen rollo me vinieron las ganas de asistir al concierto que Bob Marley y su grupo, The Wailers, iban a dar en la Plaza de Toros de Ibiza. Ganas que tampoco eran tan fuertes, uno no era demasiado entusiasta del reggae; pero me picó la curiosidad y pensé en acercarme a ver el ambiente por si me animaba a entrar. No lo tenía claro. Sobre todo por el precio, ya que la entrada costaba mil pesetas, cantidad que entonces era una pasta para un sueldo más bien magro como el mío. Así que una hora antes de empezar el concierto ya merodeaba uno por la zona, justo donde está hoy la plaza Bob Marley, con su imagen en el suelo y tal, frente al hotel Royal Plaza. Y es que el recuerdo del concierto, el único que daría en España el jamaicano (que moriría poco tiempo después; creo que de cáncer) se hizo más famoso con el tiempo de lo que en su momento fue y significó para la peña que lo vimos y disfrutamos en directo. La muerte, ay, siempre es un importante valor añadido para el impacto y la valoración de un artista.

Por cierto, ¿con quién fui yo? No recuerdo; supongo que con algún colega o amigo. Lo que sí que no olvido es que era más lanzado que yo, y que no tenía las mil pelas de la entrada, por lo que empezó a merodear alrededor de la Plaza de Toros para ver si era posible colarse sin pagar. No había demasiada gente, la verdad; y tampoco mucha vigilancia. La peña iba entrando con tranquilidad, sin alboroto. Gente joven, variopinta y también hippies de los que abundaban por la zona de Sant Carles. Pacíficos y ya puestos y predispuestos a disfrutar de la deseada ceremonia, trascendente desde su punto de vista, que para ellos significaba que su ídolo diera un concierto en Ibiza. Y cuando empezó a sonar la música, nos dimos cuenta de que por la parte de atrás de la Plaza algunos gorrones habían colocado una corta escalera por la que estaban colándose tranquilamente sin que apareciera por allí ningún policía para impedirlo. Yo me resistía a imitarlos, pero mi amigo me empujó, literalmente, a hacerlo, como si fuera lo más normal del mundo. Qué poca vergüenza. Nunca más he vuelto a hacer algo así, desde luego. Y semejante descaro, tan ajeno a mi estilo y a mi prudente manera de ser, sólo lo achaco, visto desde hoy, al arrastre amistoso y a la osadía rebelde del momento. En fin, que por el morro sólo nos perdimos dos canciones de un concierto que resultó realmente espléndido y memorable en los anales de la música en directo de estos pagos.

Fumata de comunión colectiva

El coso taurino no estaba a tope; se podía uno mover con cierta holgura por la parte más lejana del escenario. Y el sonido era magnífico, como correspondía en aquel tiempo a una figura y una banda de prestigio internacional. Con lo que el disfrute del personal fue en aumento según se iban sucediendo las canciones de más éxito que eran coreadas por la afición con un entusiasmo sin aspavientos, marcando todos los cuerpos al unísono el ritmo monótono del reggae, tan previsible y tan ensoñador, mientras se pasaban los canutos de mano en mano con total tranquilidad. Algo que estaba prohibido, entonces y ahora. Pero no vimos ni un policía que intentara impedir semejante fumata de comunión colectiva con el líder carismático que nos iba envolviendo el ánimo con su estupenda y cálida voz, tan bien arropado por una banda de primera. Una gozada, la verdad. Y eso que nosotros no llevábamos ni una chinita del estimulante material fungible. Ni falta que nos hizo, porque el feliz humo nos envolvía e impregnaba hasta el alma con una relajante naturalidad, tan plácida, tan reconfortante. De tal guisa y complacencia terminó el programa previsto, al que siguió, sin hacerse rogar mucho, algún que otro bis ofrecido por Marley con algunas breves palabras de apoyo a alguna causa de las que el músico jamaicano defendía en sus actuaciones y en los medios, sin importarle en absoluto que fueran políticamente correctas.

No recuerdo cómo acabó la noche, pero sí que me quedó en la memoria durante varios días el estribillo de uno de sus temas que siempre me levanta el ánimo cuando lo escucho casualmente en alguna parte; o si lo busco en la red algún día en que tengo bajo el ánimo. Es tan cómodo ahora tener a tu disposición, instantánea y gratis, la canción que te pida el cuerpo. Es de ‘Three little birds’: «Don’t worry about a thing, couse every little thing is gonna be alright...».

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