Diario de Ibiza

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Operación Yâbisa, el desembarco en Ibiza de las huestes cristianas de 1235

Los centinelas de la cerca exterior de Madina Yâbisa creyeron ver sombras deslizándose entre los matorrales de Puig des Molins una noche de agosto de 1235. Era la avanzadilla de monjes soldado de Guillermo de Montgrí, que habían sido infiltrados para preparar el desembarco de las huestes cristianas

Nao de guerra de la Edad Media. MUSEO NAVAL DE MADRID

La fecha del 8 de agosto de 1235 es uno de los grandes hitos de la Historia de nuestras islas. La conquista cristiana constituyó una tremenda mutación. Fue un cambio de religión, un cambio de lengua, cambio del modelo económico, una profunda transformación de la sociedad y, en definitiva, el paso a una nueva civilización.

Sabemos muy poco de la expedición militar que se hizo a la mar con el objetivo de conquistar las Pitiusas. No se sabe cuál fue su composición, ni el lugar exacto de donde salió, ni a que playa arribó, ni las fechas de partida ni de llegada.

Afortunadamente contamos con información de primera mano sobre la conquista de Mallorca y de Valencia a través del ‘Llibre dels Feits’, cuya redacción se atribuye al propio rey Jaime I. Es muy probable que nuestros conquistadores, siguiendo el viejo principio de … «si funciona no lo toques» hicieran algo muy parecido a lo que el rey Jaime relata en sus crónicas.

La amenaza almohade

Las operaciones militares se diseñan caso por caso, a la carta. Lo primero y más importante a la hora de planear una operación militar es hacer una acertada evaluación del adversario al que nos vamos a enfrentar. Para ello hay que obtener «inteligencia militar». Es decir, recolectar información veraz sobre el orden de batalla, armas, bases, adiestramiento y estado de moral del enemigo que, una vez contrastada, analizada y convenientemente depurada, permita planear adecuadamente la operación militar. Por supuesto, nuestros conquistadores la debieron tener.

Yâbisa estaba en poder de los almohades desde hacía cuarenta y siete años. La ocuparon en 1188 para evitar que los almorávides de la Segunda Taifa de Mallorca, gobernados por el clan de los Banû Gânîya, emplearan nuestra isla como base avanzada desde donde hostigar y saquear a los pueblos almohades del norte de África; en su propia casa.

Modelo de goleta. Museo Naval de Madrid

La hipótesis de los cristianos debió ser que la guarnición de Yâbisa presentaría muy poca resistencia. Se fundamentaban en que la descomposición sufrida por el imperio almohade tras la Batalla de las Navas de Tolosa de 1212 y la posterior conquista de Mallorca en 1229 habrían dejado aislado y a su suerte al rey moro de Yâbisa, sin posibilidad de recibir auxilio exterior.

No tenemos datos sobre la guarnición almohade que defendía las Pitiusas, pero sí que tenemos conocimiento sobre los ejércitos almohades que operaron en la Península Ibérica. El núcleo de la milicia de defensa de la isla estaba constituido por tropas profesionales, pagadas por el rey moro a través de los impuestos que cobraba a la población. Algunos historiadores estiman que la población total de las islas rondaría las 4.000 personas, unas 1.800 en la medina y otras 2.200 en el campo; luego la guarnición profesional de Yâbisa no sería muy numerosa. En caso de ataque, a ella se le debía de agregar la población civil con capacidad de combatir, que tampoco sería significativa.

Además, para los habitantes de la Ibiza de 1235, los almohades no dejaban de ser una fuerza de ocupación que tenía poco o nada que ver con ellos, ni en origen, ni en costumbres, ni en su modo de entender el islam; por lo que es muy probable que no tuvieran demasiado entusiasmo a la hora de colaborar con el alcaid moro en la defensa de la ciudad. En cualquier caso, nunca se debe de infravalorar al enemigo y seguramente los cristianos no lo hicieron.

Detalle del portulano de Ibiza. Instituto Hidrográfico de la Marina (Cádiz)

Los conquistadores organizan una fuerza expedicionaria

Las dos etapas de mayor riesgo para el éxito de la operación militar fueron el momento de poner el pie en tierra y, después, el asalto a la cerca exterior de Madina Yâbisa. Nos centraremos en la operación de desembarco.

Para conseguir desembarcar en la isla, los conquistadores tuvieron que ejecutar lo que los militares denominan técnicamente una «operación de asalto anfibio», que se define como una operación lanzada desde la mar contra una costa hostil. Es un tipo de operación que exige un minucioso y detallado planeamiento, así como una elevada coordinación entre las fuerzas participantes, porque los objetivos en tierra determinan la maniobra en la mar y a su vez, lo que hagan los buques en la mar condicionará las posteriores acciones en tierra. Esta es la razón por la que las naciones que tienen una larga historia en este tipo de operaciones cuentan con tropas especiales para llevarlas a cabo, como es el caso de las fuerzas de infantería de marina. Pero concentrémonos en la Ibiza de 1235.

Para conquistar Ibiza fue necesario además organizar un «estol», lo que el argot militar moderno se le llamaría un Grupo de Proyección o en «palabros» OTAN: una Task Force.

El núcleo principal del estol lo constituyeron las fuerzas de tierra: caballeros y peones. Afortunadamente para los conquistadores, en el siglo XIII los reinos cristianos estaban organizados por y para la guerra. Era el concepto de «sociedad en armas». El deber de ir a la guerra incumbía a todos los súbditos y vasallos cuando eran llamados a la guerra por sus reyes o señores feudales de acuerdo con el derecho y las costumbres feudales de la época. Salvo la hueste personal del Rey, no existía un ejército permanente, sino que se convocaba un «fonsado» para una determinada campaña y se disolvía a su conclusión. Casi siempre en primavera y verano.

Playa de ses Figueretes, foto aérea de Ibiza. Archivo histórico de Ibiza

Para esta operación, tanto Guillermo de Montgrí, como el Conde de Rosellón y el Infante Pedro de Portugal debieron hacer un fonsado entre los caballeros y peones de las villas que estaban bajo su jurisdicción, para que acudieran a participar en la operación. A ellos se debieron de sumar un número indeterminado de voluntarios que deseaban beneficiarse de alguna indulgencia penitencial o privilegio que debió ofrecer el obispo Montgrí, así como algunos aventureros ávidos de dinero y de participar en el reparto del botín. Es muy probable también que acompañaran a Montgrí algunos monjes soldado de alguna orden militar, probablemente Hospitalarios. Ellos serían la principal fuerza de choque.

Desconocemos el número de combatientes que intervinieron en la conquista de Yâbisa, pero algunos indicios permiten pensar que una hueste de cien caballeros completamente equipados y cinco o seis centenares de peones debería ser considerada como un gran contingente.

Reunidas las huestes, posiblemente en los alrededores de Tarragona o de Salou, el siguiente reto al que tuvo que hacer frente el comandante en jefe de la expedición, Guillermo de Montgrí, fue el de moverlas y alimentarlas.

La triple muralla musulmana de Yâbisa. Dibujo de Paul R. Davies

En cuanto a los barcos que se emplearon para transportar a las huestes a Ibiza, debieron ser los mismos que el rey Jaime I solicitó construir a sus nobles y magnates para la conquista de Mallorca. En aquella época tampoco existía una marina de guerra organizada y permanente como existe en la actualidad, sino que los buques eran propiedad de grandes señores, o bien de ciudades costeras que las construían y mantenían para su defensa contra los piratas y corsarios musulmanes.

Existían dos grandes tipos de barcos: los barcos de guerra, optimizados para navegar a remo; y los buques mercantes, propulsados principalmente a vela. Nuestros conquistadores necesitaron de ambos para formar la comitiva de barcos que transportaron a la fuerza expedicionaria a Ibiza.

La galera era el buque de guerra más famoso y paradigmático de la Edad Media, verdadera columna vertebral de las escuadras de aquellas tiempos. Eran barcos largos y estrechos, relativamente ligeros y fáciles de maniobrar con los remos.

Para llevar a cabo el desembarco, los conquistadores necesitaron de algunas galeras de doble cubierta, la inferior para los bancos de los remeros y la superior para alojar a los soldados de infantería y a los ballesteros. En cada galera irían hacinados unos cien. Pero las galeras eran barcos muy caros de mantener, por ello es muy probable que solamente Montgrí, Nuño Sans, y tal vez el infante de Portugal dispusieran de una de ellas.

Otro grupo de peones iría a bordo de galeotas, que eran parecidas a las galeras, pero más pequeñas; de menor potencia de combate, pero más rápidas y maniobreras; y que, sobre todo, tenían la ventaja de que podían acercarse mucho más a costa, llegando incluso a varar en la playa. Las galeotas debieron de ser las verdaderas protagonistas de la primera ola de asalto.

Para facilitar el asalto a la playa y completar el movimiento buque-costa de los peones, fue también necesario utilizar pequeñas embarcaciones auxiliares de fondo plano, que fueron transportadas a bordo de galeras y galeotas o a remolque de ellas. Estas embarcaciones hicieron el papel de las lanchas de desembarco que aparecen en las películas de la Segunda Guerra Mundial. Nos referimos a los cárabos, burcios y fustas.

También fue necesario contar con unos buques especialmente diseñados para desembarcar a caballos, mulos y armas pesadas: las ‘taridas’, que eran los antecedentes de los actuales buques anfibios capaces de vomitar carros de combate, artillería autopropulsada y otros vehículos directamente sobre las playas. Había taridas en forma de galera y taridas en forma de nao, estas últimas recibían el nombre de ‘uxer’ y de ‘celandrias’. Las taridas tipo galera debieron de entrar en acción a continuación de las galeotas y de las galeras, una vez asegurada la playa tras el desembarco de los primeros peones.

Portulano de la bahía de Sant Antoni de Portmany. Instituto Hidrográfico de la Marina (Cádiz)

Sin duda, el conjunto de buques de guerra y mercantes que formaba la expedición naval debió contar también con embarcaciones ligeras para llevar a cabo tareas de exploración, navegando en avanzada por delante de la flota, y para servir de correo y enlace entre los distintos buques, así como para llevar a cabo tareas de reconocimiento de la costa. Fueron los pataches y las saetías, del latín sagita: flecha.

La elección de la playa de asalto

La isla de Ibiza dispone de varios tramos de costa que bien pudieron servir de playa de desembarco para las huestes de los conquistadores. La opción más prudente desde el punto de vista de la seguridad de la operación militar es la bahía de San Antonio. Se trataba de una bahía amplia de aguas tranquilas, resguardada de los vientos y del oleaje del este y del sur, rodeada de terreno prácticamente llano, lejos de los cuarteles de la guarnición militar de Yâbisa y libre de zonas desde las que sufrir una potencial emboscada. Sin duda, en el siglo XIII, la bahía de San Antonio era el lugar ideal para desembarcar una hueste y desde allí progresar por tierra hacía la triple muralla de Madina Yâbisa.

Al suroeste de la isla, el tramo de costa comprendido entre sa Caleta y Cap des Falcó también reunía condiciones para efectuar una operación de desembarco con los medios de aquella época. Y lo mismo podríamos decir de la desembocadura del río de Santa Eulalia y de la Platja d’en Bossa, situados en la cara de levante de la isla, lugares que serían utilizados por los corsarios berberiscos de siglos posteriores.

Algunos historiadores ibicencos sospechan que el lugar donde se produjo el desembarco de las huestes fue la playa de ses Figueretes. Arriesgado lugar para desembarcar, pues se trata de una playa muy estrecha, bastante cerca de la almudaina árabe y fácilmente atacable desde el alto de es Puig des Molins.

Si realmente fue en esa playa donde desembarcaron los cristianos, debemos dar por supuesto que disponían de inteligencia previa sobre la debilidad y bajo estado de moral de las tropas de defensa de la isla, y la casi certeza de que éstas no estaban en condiciones de presentar batalla en campo abierto. Aun así, la operación de asalto desde un buque a una costa hostil es siempre una operación de alto riesgo, porque en ese momento las tropas son muy vulnerables.

Pero admitamos la hipótesis de que fue en ses Figueretes. Esta misma hipótesis también nos induce a pensar que el estol de Montgrí pudo hacer escala previa en la bahía de Palma, para recoger a las huestes que los conquistadores tenían allí. Desde la bahía de Palma hasta la de Ibiza solo hay unas setenta millas, que los barcos pudieron recorrer en una jornada a remo.

El asalto: primeros objetivos militares de nivel táctico

La aproximación a la playa de asalto debió de hacerse de noche, al objeto de conseguir el efecto sorpresa, para luego iniciar el asalto con las primeras luces del amanecer. Debió de coger por sorpresa a la guarnición almohade pues no tenemos ninguna referencia histórica de que opusieran resistencia.

Los primeros objetivos militares de nivel táctico fueron, sin duda, asegurar una cabeza la cabeza de playa en ses Figueretes para poder continuar con el desembarco y, al mismo tiempo, tomar posiciones en es Puig des Molins para evitar un contraataque por parte de la caballería ligera almohade. Para ello es lógico pensar que, horas antes, habrían aprovechado la oscuridad de la noche para insertar de forma discreta a un reducido grupo de peones, un comando de absoluta confianza, en algún recodo de la costa por medio de una saetía, para «conformar el campo de batalla».

Los siguientes objetivos tácticos fueron cortar las vías de entrada y salida a la madina, establecer posiciones fortificadas frente a las puertas del recinto amurallado para evitar contraataques de los sarracenos y tomar el puerto, para que las naos y leños que transportaban al resto de las huestes y del material de guerra pudieran efectuar las tareas de desembarco con seguridad.

Sin logística no hay operaciones militares

El mayor dolor de cabeza de Montgrí debió de ser la logística. Sin logística las operaciones militares no son posibles. Sin apoyo logístico, un plan de operaciones no va más allá de unas intenciones escritas sobre el papel. ¡Es así!

Fue necesario transportar y desembarcar caballos, mulas de carga, armas ligeras y pesadas, arietes, manteletes y otros dispositivos para la protección contra las flechas y otras armas disparadas desde los muros de la ciudad, material para fabricar escalas y torres de asalto, máquinas de lanzamiento de piedras, como fue el caso de un fundíbulo y de un trabuquete, grandes ballestas y dardos… a ello había que sumar tiendas de campaña, ropas de abrigo, marmitas para cocinar… pero sobre todo agua y alimentos para las personas y los animales.

Alimentar y dar de beber a las huestes durante varios meses en una lugar lejano y hostil como era la isla de Yâbisa, debió de ser lo más complicado de toda la expedición. La forma más simple de aprovisionamiento para cualquier hueste medieval que se internara en territorio enemigo era vivir sobre el terreno a base de saquear los territorios por los que se desplazaba. Pero eso, que era la práctica habitual en la Edad Media, en una isla repleta de pinos como era Ibiza puede que no fuera posible. De ahí que los conquistadores tuvieron que llevar consigo, cuando menos, una buena parte de los alimentos que iban a necesitar a lo largo de toda la campaña. Montgrí, como comandante y responsable último de la expedición, tuvo que organizar un tren logístico a base de naves, lenys y naus, que, partiendo de las costas de Tarragona y de la isla de Mallorca, aprovisionara a las huestes desplegadas en Ibiza.

El siguiente punto decisivo en el desarrollo de la operación de conquista de la isla fue el momento del asalto a los muros de Madina Yâbisa, pero eso sería ya motivo de otro relato.

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