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‘La serpiente de Essex’: ciencia, mito y deseo

La reputada cineasta Clio Barnard (‘The arbor’, ‘The selfish giant’) habla sobre su debut en las series del brazo de los actores Claire Danes y Tom Hiddleston

Una secuencia de ‘La serpiente de Essex’. APPLE TV +

Sarah Perry se hizo con el favor popular y el British Book Award de 2016 con La serpiente de Essex, novela compleja pero irresistiblemente accesible sobre una joven viuda londinense, Cora Seaborne, decidida a liberar la energía retenida durante un matrimonio opresivo y perseguir sus pasiones como naturalista y paleontóloga aficionada. Su Moby Dick particular es el (verdadero) mito titular del siglo XVII, que en la novela podría haber resurgido dos siglos después en Aldwinter, un pueblo (imaginario) de Essex.

La neoyorquina Claire Danes (popular heroína de Homeland) practicó su mejor acento inglés para encarnar a Cora en la adaptación de Apple TV+, otra serie impoluta que sumar a la cosecha 2022 de la plataforma. A su lado brilla Tom Hiddleston como el vicario local, el apuesto Will Ransome, con el que nuestra heroína entabla una especie de tonteo intelectual con posibilidades de ampliación más física. Las relaciones y los deseos no siempre se delinean con claridad, y mucho menos desde un primer momento. Por ejemplo, Martha (Hayley Squires), niñera del hijo autista de Cora, Frankie (Caspar Griffiths), protege a Cora hasta el exceso, o hasta lo platónico. La serpiente de Essex habla del choque entre ciencia y superstición de la era victoriana, pero también de la confusión entre amor romántico y amistad.

Convivir con el miedo

Entre otras muchas cosas, podríamos añadir. Por ejemplo, lo que interesaba del proyecto a la directora Clio Barnard era «esa reflexión sobre cómo juega el paisaje con nuestra psique», explica por videollamada. «También sobre la necesidad de aprender a vivir con el miedo y la incertidumbre; la duda es importante, y la certeza, algo demasiado dogmático. Me gustaba cómo la novela y el guion exploraban esas ideas». A principios de la década pasada, Barnard empezó a ganarse una gran reputación como exploradora de las tensiones entre documental y ficción. Su primera película fue la reveladora The arbor (2010), experimento en el que los actores hacían playback de declaraciones recogidas a personas reales en entrevistas. Con ella ganó el premio Jean Vigo a la mejor dirección en el festival navarro Punto de Vista. El resto de su obra, sin ser tan radical, se apoya también con firmeza en lo factible: «Habitualmente se me ocurre una idea inspirada por alguien real y después construyo el guion a través de talleres con la gente que me inspiró», explica.

La serpiente de Essex es una bestia distinta. Representa muchas primeras veces para Barnard. Es su primera serie, formato del que no es gran consumidora, pero por el que sentía curiosidad: «Quería saber cómo sería contar algo en seis horas en lugar de 90 minutos. Y cómo es hacer algo en capítulos, con más personajes y tramas más largas para cada uno. Ya hace mucho The wire me enseñó cómo se podían subvertir las expectativas sobre un personaje trabajando con un margen temporal amplio». De series algo más recientes, se queda con Top of the lake, «porque [la directora] Jane Campion consiguió hacer emerger su voz en un estilo de serie reconocible».

La gran cineasta Andrea Arnold, sin embargo, no pudo retener el control creativo de la segunda temporada de Big little lies. ¿Cómo fue la experiencia de Barnard en este espacio de trabajo más industrial? «Tuve que ceñirme a unos parámetros, pero dentro de ese marco, tuve cierta libertad —dice—. Se trataba de buscar un equilibrio entre las necesidades del producto y mis inquietudes como creadora. Desde luego, fue algo muy distinto a lo que suelo hacer. Luché por ciertas cosas. Otras las dejé marchar».

Tampoco fue, en realidad, una experiencia tan frustrante. Aunque no parte, por primera vez, de un guion suyo (del grueso de la adaptación se encargó Anna Symon), sí pudo marcar unos patrones revisando la escritura de los dos primeros capítulos. Y otra primera vez fue casi una bendición: nunca había rodado una historia de época, «algo que suponía un desafío por la dimensión de la producción y que me llevó a ejercitar nuevos músculos como directora».

Barnard ha salido aquí de su zona de confort, que es un poco lo mismo que decir Yorkshire, donde se desarrollan sus cuatro películas, entre ellas la premiada en Sevilla (al mejor guion) The selfish giant. Pero el paisaje de La serpiente de Essex, esa naturaleza fría, cruda, sin contemplaciones, no se distancia en exceso del de su filme de 2017 Dark river. «Se parece al paisaje de todas mis películas. Es un paisaje visceral, no objetivo; uno que vive y respira e impacta en nuestras psiques. Curiosamente, ahora vivo en la costa este de Kent, que es muy parecido al estuario de Blackwater, así que el paisaje donde pasa la obra de Perry me retrotrae al hogar. Es lo que veo si llego al final de la carretera».

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