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Imaginario de Ibiza

Las gafas de don Isidor y la sombra de los eucaliptos

Al pasear por sa Carrossa, en Dalt Vila, resulta inevitable sentarse junto a la estatua de bronce del canónigo, poeta e historiador, y admirar la calidad de su arte y realismo

Escultura de Macabich en sa Carrossa. X.P.

Que aquesta estàtua ens recordi sempre l’exemple d’Isidor Macabich i Llobet… Que sigui el testimoni immòbil de la gratitud activa, dinàmica i constant de tots els eivissencs i formenterers. (Isidor Marí)

Como apenas coincidimos dos meses en este mundo, nunca tuve oportunidad de conocer al canónigo Isidor Macabich. Ni tan siquiera pude escudriñar desde la distancia su silueta enjuta, intrínseca del hombre austero, que al parecer se adivinaba bajo la sotana, cuando subía o bajaba de Dalt Vila a paso ligero; o comprobar si desprendía el aura de los hombres que ya alcanzan en vida el estatus de leyenda. Tampoco pude fijarme en la nariz aguileña, que arribaba a todas partes un instante antes que él; el sombrero de teja calado hasta la frente –que los italianos, en un símil planetario, llaman saturno–, las orejas largas o el aspecto siniestro que le conferían los cristales oscuros de los quevedos.

Aquellos que le trataron, sin embargo, atesoran una jugosa colección de anécdotas. Las veces que Don Isidor detuvo su vespa junto al rastrillo con un gesto, inquiriendo: «bon al·lot, que em pujaries?», para arremangarse luego la sotana y subir de paquete con la agilidad de un muchacho, sin esperar respuesta. O más atrás, cuando los bachilleres del instituto aledaño, para aprobar, debían acudir a sus misas en Santo Domingo, que aún oficiaba de espaldas. En medio de la liturgia, sin venir a cuento, se daba la vuelta con un movimiento brusco y les cazaba in fraganti en mitad de una travesura.

Otros crecimos con sus cuatro tomos de la Historia de Ibiza en lo alto de la estantería, inalcanzables en la infancia, como situados estratégicamente para ser consultados con suficiente madurez y capacidad de entendimiento. Aunque no le conocí, me he sentado muchas veces a su lado, en sa Carrossa, junto a la estatua de bronce que le replica y rinde homenaje, sobre el banco de piedra, a la sombra de los eucaliptos. Tiene un libro abierto a su lado, pero parece ignorarlo para otear al frente, con la mirada perdida, como buscando el mar más allá de los lienzos de Santa Llúcia.

La cita del encabezamiento la pronunció el filólogo, poeta y cantante Isidor Marí el 5 de agosto de 1980, con motivo de la colocación de la estatua. Rebuscando en la hemeroteca digital, invento que sin duda le habría parecido maravilloso y revolucionario, sorprende encontrar una foto en la portada de Diario de Ibiza, dos días después del acontecimiento, en la que aparecen una payesa y unos niños observando con asombro la efigie del cura-historiador a pocos centímetros, como si fuera a cobrar vida de un momento a otro. El desconcierto no lo causa este rictus de admiración, pues estamos ante una obra de arte hiperrealista de alto nivel, sino los anteojos que entonces lucía y que ya no están. Al parecer, poco tiempo después de ocupar el banco, algún desaprensivo se las quitó. Es lo mismo que más recientemente ha ocurrido con el canuto del hippy de los andenes.

Por allí se detiene todo turista que transita hacia Dalt Vila. Se apostan a su lado, se fotografían con él, algunos jóvenes le hacen burla y luego siguen a lo suyo. Si don Isidor pudiera verlos y oírlos, probablemente los echara con cajas destempladas, como hacía con los alumnos díscolos que no atendían durante el oficio, y luego se reiría. Ante semejante fauna, sin embargo, tal vez se replanteará ampliar su frase más famosa, aquella pronunciada en respuesta al vecino de Dalt Vila que le preguntó por los apellidos aristocráticos de la ciudad: «A Ibiza hi ha fills de pagès, fills de mariners o fills de puta». Aunque probablemente la dejara igual.

ESCULTURA DE UN GRAN ARTISTA

El homenaje a Isidor Macabich en sa Carrosa fue un proyecto realizado por el arquitecto ibicenco Elías Torres y el escultor Francisco López, fallecido en 2017, uno de los artistas más representativos del realismo madrileño, junto a Antonio López y otros.

Fue la primera escultura que tuvo que modelar partiendo de fotografías, obteniendo un resultado impresionante.

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