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Inge Morath, La mirada a la altura del corazón

Fotografía de ArthurMiller y Marilyn Monroe. Inge Morath

Cuanto más he fotografiado más feliz me he sentido. A través de la fotografía supe que podía expresar las cosas que quería decir dándoles forma mediante mi mirada. Cuando trabajo llevo pantalones, pero no soy ni un hombre ni una mujer, solo soy un ojo tras una cámara. (Inge Morath)

Imagen con máscarade Steinberg.

Imagen con máscarade Steinberg. Inge Morath

Convertida en inmortal creadora, más allá de ser testigo de su época, ha realizado obras fotográficas en perfectas composiciones documentalistas dotadas de hálito poético y, a menudo irónico, Ingeborg Hermine Morath (Austria, 1923-2002), es una personalidad asentada en la historia de la fotografía. Una mujer pionera que nos ha mostrado en su trabajo fotográfico el realismo naturalista por medio de descripciones épicas mostrando el costumbrismo con gran componente humanista de la vida que la rodeaba en las diferentes ciudades por las que ha transcurrido a lo largo de su vida, creando narraciones que son páginas indispensables, de gran autenticidad, en la historia de la fotografía; en sus inicios apoyada por su mentor, el célebre fotógrafo francés, maestro de maestros, Henri Cartier Bresson, e influida por él del que aprendió a definir a los sujetos a quienes fotografiaba en composiciones de sentido pictórico. En los anales de la vida de la mujer, el nombre de Inge Morath, sin duda debe figurar, por derecho propio, dentro del grupo de mujeres adelantadas a su tiempo, en una época en la que existía excesiva condescendencia masculina. ¿Qué busca una chica guapa como tú en un oficio como este?, soflama que tuvo que escuchar más de una vez. Una respetada artista en un mundo de hombres que, con su característica elegancia, hizo una gran carrera profesional evitando todo enfrentamiento, la censura y las consiguientes represalias. Un arriesgado desafío ante las normas que vivió con naturalidad. Podría ser claramente una abanderada de la teoría política del feminismo, un mito que vivió con el don de la libertad, sin atisbo de rebeldía. Nunca se posicionó en contra de los hombres, siempre estuvo junto a ellos, algunos la ayudaron y otros la ignoraron, pero jamás la eclipsaron.

La icónica fotografía de llama en Nueva York.

La icónica fotografía de llama en Nueva York. Inge Morath

Magnum

A partir de 1955, fue la primera mujer en formar parte de la Agencia Magnum que hasta entonces era considerada una institución formada únicamente por hombres, grandes profesionales de la fotografía. Su trabajo allí, inicialmente, fue de editora y redactora. Morath siempre fue consciente de que la figura femenina en esa época no casaba bien en una empresa cuyo prestigio se significaba a través de una épica eminentemente masculina. En sus inicios en Magnun, Inge Morath fue considerada un bicho raro, no ya por ser mujer si no por negarse absolutamente a fotografiar temas de guerra.

Con Ernst Haas había formado un buen tándem. Hass hacía las imágenes y ella redactaba los artículos que acompañaban las fotografías que publicaba la revista Heute; uno de los trabajos más destacados que realizaron conjuntamente fue por encargo de la revista americana Life sobre los prisioneros de guerra austriacos en Rusia. Este trabajo llamó la atención del carismático fotógrafo Robert Capa que les invitó a unirse a la Agencia Magnum, que acababa de crear en París. Para realizar su trabajo, Morath recibía el material fotográfico de los miembros de la asociación y a partir de esto, escribía los textos; así fue como conoció a Henri Cartier Bresson, con quien mantuvo una relación sentimental, además de ser su ayudante entre 1953 y 1954. «Estudiando su forma de crear imágenes aprendí yo misma a hacerlas por mi cuenta, mucho antes de haber tenido una cámara en mis manos». Llegó a comentar. «Aunque fotografiar junto a Henri era perder el tiempo pues él veía las cosas mucho antes que tú».

El propio Cartier Bresson le sugirió que leyera la prensa diariamente para mantenerse al tanto sobre los conflictos del mundo, pero ella se mantuvo distanciada de los periódicos. Había vivido los horrores de la Segunda Guerra Mundial a la edad de 13 años y se sentía marcada por ellos. Siempre rechazó fotografiar la guerra, prefería relatar historias que mostraran sus consecuencias, efectos y conclusiones.

Problemas técnicos

Con una Leica - ¡cómo no! - comprada de segunda mano, empezó a trabajar en el medio fotográfico realizando sus primeras fotografías de forma apasionada e incesante. Los directores de arte de las revistas a las que enviaba sus imágenes elogiaban su mirada, pero no su técnica, considerando que era un desastre técnicamente. Bajo la tutela de Simon Guttman, fundador de la agencia de imágenes Dephot, su aprendizaje fue rápido y sus problemas técnicos consiguieron solucionarse. A sus enfoques realistas y dramáticos, y la perfección en la composición, se unió la depurada técnica comenzando a vender sus fotos con el nombre Egni Tharom que era como una suerte de jeroglífico que mostraba sus verdaderos nombre y apellido escritos al revés. Siempre he pensado que el mensaje es más importante que la técnica, aunque desconocerla es una especie de suicidio.

Leer los textos que Inge Morath escribía en su época de editora nos hace reflexionar que la literatura y el arte de la fotografía están separados por una fina raya. Según la historiadora Linda Gordan, a través de su biografía ilustrada, publicada por la prestigiosa editorial británica Prestel, Morath: Magnum Legacy: leer los textos que escribía Morath confirma que la fotografía y la escritura no permanecen distantes, pues ambas dependen de saber ver, no únicamente mirar, si no percatarse y discernir los patrones y las revelaciones que habitualmente pasan desapercibidas. Lo que más me sedujo de esta excepcional fotógrafa fue la historia de su vida que se desarrolló dentro del marco de algunos de los acontecimientos más controvertidos del siglo XX.

Amor por la vida

Austriaca, nacida en Graz, sus progenitores, que apoyaban el régimen nazi, trabajaban como científicos en laboratorios de diferentes universidades por lo que durante su niñez tuvo que viajar por distintas ciudades de la sombría Europa, asistiendo a colegios de habla francesa, italiana y alemana; a todos estos idiomas después añadiría el chino, el ruso, español y rumano. Cuando terminó el instituto, antes de asistir a la universidad fue obligada a prestar un Servicio Laboral, que suponía realizar un curso de varios meses impuesto por el Tercer Reich, condición indispensable para entrar en la Universidad de Berlín. Vivió en su propia carne las consecuencias del nazismo cuando se negó a ingresar en las juventudes hitlerianas; a pesar de las conexiones nazis de su familia, fue obligada a trabajar junto a prisioneras de guerra ucranianas en una fábrica que era objetivo de ataques por parte de los aliados; su decisión de huir era determinante. Enamorada de España vino por primera vez junto a Cartier Bresson, donde hizo grandes amigos como el modisto Cristóbal Balenciaga y la coleccionista de fotografía Lola Garrido Armendáriz. Entrar en España era como vivir en un sueño, comentó. Un pueblo que sobrevive a una férrea dictadura al que fotografía con dedicación y respeto, pues el recuerdo de la guerra vivida en Alemania condicionaba su mirada. En España estuvo a punto de convertirse en aristócrata pues tuvo una importante relación que la abocaba a contraer matrimonio con el duque Gonzalo de Figueroa que puso a su disposición un cochazo con chófer incluido que utilizaba cada vez que salía a hacer fotos. Ella rompió el compromiso, según las palabras de su hija Rebecca Miller, escritora y cineasta, casada con el gran actor Daniel Day Lewis, comentadas muchos años después. Según su madre le había manifestado, no le resultaba fascinante la vida que llevaban las esposas españolas por muy duquesas que fueran y vivir de esta forma la hubiera hecho sentirse atrapada en una vida que no deseaba.

Danubio

Es este un proyecto de signo documental, que le marcó profundamente pues consiguió inmortalizar con su cámara la historia de esta zona rica en tradiciones culturales austriacas y alemanas matizando sus grandes diferencias entre los distintos países por donde atraviesa el mencionado río, transmitiendo las distintas historias de las generaciones que han vivido junto a sus aguas.

Devoción por España

Llegó a Pamplona en la primera mitad de los años cincuenta de la mano del editor francés Robert Delpire para fotografiar la fiesta de los Sanfermines. Este trabajo vio la luz en 1955, en formato de libro con el título de Guerre à la tristesse, en el que también intervenía la escritora Dominique Aubier, que fue la autora de un texto que describía la fiesta pamplonica. Aunque parece un título equivocado pues es significativa la alegría existente en los días de esta fiesta patronal, no debemos olvidar que en esta época era frecuente ver una España en negro en la que compartían espacio monjas y curas con oscuros hábitos y paisanos de andares erráticos con trajes de pana negra y boina, además de ser esta una fiesta taurina por excelencia con los toreros y sus afiladas armas, vestidos de luces para matar. Esta fiesta, Inge Morath llegó a definirla como «la fiesta más perfecta», aunque no puedo decir si lo hizo de forma irónica.

Este libro nunca se editó en España tal y como fue concebido, pero esta obra se dio a conocer en Pamplona en 1997 mediante una exposición, que formaba parte de la colección de Lola Garrido.

A lo largo de su trayectoria, Inge Morath publicó más de una treintena de libros monográficos de los cuales mencionaré De la Perse à Iran (1958) y el que realizó con las máscaras creadas por Saul Steinberg: Masquerade (2000).

La fotógrafa que ponía su mirada a la altura del corazón, según la definió Cartier Bresson, sus imágenes llenas de autenticidad eran admiradas allá donde se mostraban. Hasta en Pamplona se reconoció la labor de esta fotógrafa austriaca, que pronto obtendría la nacionalidad americana, dedicando una calle de la ciudad en su honor.

Un extraño en un taxi

Con el título de Una llama en Times Square, en 1957 realizó una de sus imágenes más célebres y divertidas, que se convirtió rápidamente en una especie de icono neoyorkino de la época, que desprende el aire que solían tener las imágenes realizadas por el maestro Elliot Erwit; muchos pensaban que la había realizado él mismo. Realmente fue un encargó de la revista Life, en el que aparecían animales domésticos y de compañía en los programas de la televisión. Aunque parezca extraño, la llama vivía con una familia en un domicilio de Nueva York. Morath la eligió entre un sinfín de perros y gatos. Es una imagen que al verla provoca una sonrisa, amen de su cuidada realización y perfecta composición que se aproximaba al dadaísmo y al surrealismo. Algunos hasta llegaron a pensar que la imagen se trataba de un fotomontaje.

John Huston

Su primer marido fue el periodista británico Lionel Birch que le brindó la oportunidad de conocer a John Huston, el cual le abrió las puertas del cine donde trabajó como fotógrafa de rodaje y foto fija. En 1952 participó en los rodajes de Moulin rouge, sobre una etapa de la vida del artista Toulouse Lautrec, interpretado por José Ferrer, donde visualmente se recreaba una plástica impresionista. Los que no perdonan (1960), un western atípico, cuyos protagonistas eran Audrey Hepburn y Burt Lancaster. Fascinado con su trabajo, Huston dijo de ella que era la gran sacerdotisa de la fotografía.

Participó, así mismo, en el rodaje de la película The Misfits (1961), llamada aquí Vidas rebeldes, que contaba con Marilyn Monroe, Thelma Ritter, Montgomety Clift y Clark Gable entre su gran elenco actoral, en el que participaron varios reporteros de la Agencia Magnun como Cartier Bresson, la misma Morath y su amiga Eve Arnold, segunda mujer en ingresar en las filas de la agencia. Morath realizó una importante sesión con Monroe, a la que encontró muy triste a pesar del brillo que desprendía, capturando la angustia existente en su vida. En este rodaje conoció al célebre dramaturgo Arthur Miller, autor del guion de la película, casado a la sazón con la rubia actriz americana. Cuando el rodaje acaba, Miller y Monroe se separan.

Morath y Miller no tardan en encontrarse en Nueva York y el escritor se convierte en su segundo esposo; ya no se separarían hasta 2002, año en que sucedió el fallecimiento de ella. Compartiendo cuarenta años de vida en común, tuvieron una hija, Rebecca. Poco después de este nacimiento, vino al mundo Daniel con síndrome de Down y Miller tomó inmediatamente una decisión irrevocable en la que Daniel fue ingresado en una institución, a pesar de la oposición de la esposa.

Morath visitaba asiduamente a su hijo mientras que Miller no lo hizo jamás. Ambos ocultaron públicamente su existencia hasta que, en los últimos años de su vida, Arthur Miller se reunió con su hijo, ya en edad adulta, para manifestarle la voluntad de incluirlo en su testamento.

Realizaron algunos libros en común, él escribía los textos sobre las fotografías que ella había realizado: En Rusia, In the Country y Chinese encounters, publicados en la década de los setenta.

Cuando los atentados del 11 M, Inge Morath recorrió las calles de Manhattan, aunque evitó fotografiar a las víctimas centrándose en los homenajes que se sucedían por toda la ciudad.

Morath destacaba también como retratista, con especial dedicación a los actores y actrices que representaban las obras de su marido.

Ciudadana universal

Su trayectoria profesional se prolongó cerca de cinco décadas, en las que transcurrió por diferentes caminos que convirtieron su vida en excepcional e hicieron de ella una ciudadana del mundo, mirando simultáneamente lo universal y lo personal. Arthur Miller fue un hombre de gran compromiso político que marcó profundamente toda su vida y toda su obra.

Para Inge Morath disparar con su cámara no era un acto de denuncia o de justicia si no más bien un acto de fe hacia los pueblos, una celebración de la vida de la gente.

Final

Algunos meses después de su fallecimiento en 2002, Arthur Miller vino a España a recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y mencionó a Inge Morath en su discurso:

«Inge me reveló otra faceta muy diferente de España, la España que ella había llegado a querer, el país donde más a gusto se encontraba». Era el país de grandes pintores y de su amigo el modisto Balenciaga, pero también de campesinos y de gente del pueblo y toreros, a quienes le encantaba fotografiar. Veía en el carácter español cierta aspiración a la nobleza que yo creo que reflejaba la que ella misma sentía.

A comienzo de los años cincuenta, cuando España despertaba poco interés en el mundo de la cultura, Inge hacía fotografías en mitad del siglo XX con un amor y un respeto manifiestos por el alma de la gente. Este era el verdadero tema de su obra. Ante su dominio absoluto del idioma español, de las costumbres y de la historia de España, yo no podía más que observarla maravillado.

Más sobre Inge Morath en www.hunterartmagazine.com

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