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Las canteras, cicatrices en la piel de Ibiza

Las viejas explotaciones de arenisca de la costa hoy constituyen una parte esencial del patrimonio histórico de la isla, en enclaves como Cala d’Hort, ses Portes o Punta Pedrera. No ocurre igual, sin embargo, con otros cráteres más recientes, auténticas heridas en la dermis pitiusa, donde nunca hay urgencia para restituir el paisaje

S’Estanyol y una canteraen el municipio de Santa Eulària.

No es bueno dejar heridas abiertas. El tiempo lo cura todo, pero antes es conveniente reconciliarse con lo que uno ha dejado atrás. (María Dueñas).

En Menorca, a las afueras de Ciutadella, aguardan las denominadas canteras de s’Hostal, un boquete inmenso en la tierra, de cuarenta o cincuenta metros de profundidad, de donde se extrajo marès hasta 1994 para la construcción de edificios. Parte de su superficie se explotó de forma manual desde el siglo XIX y, ya en los años 60 del siglo pasado, dio comienzo una fase de extracción mecánica, que perduró hasta su cierre. Hoy, constituye uno de los espacios más inesperados y sorprendentes de la isla, de obligada visita, que disfrutan miles de personas cada temporada.

Esta pedriza acoge, asimismo, un ambicioso programa de espectáculos de danza, música, teatro e incluso circo. El área más reciente de extracción mecánica resulta tan espectacular como la manual. Sus acantilados conforman una cuadrícula de bloques semitallados y su superficie aglutina un enorme tótem de piedra, empinadas escaleras que superan en un par de tramos docenas de metros de desnivel y un colosal laberinto construido con los bloques ya recortados que dejaron atrás los canteros menorquines. La homogeneidad de grietas y sillares contrasta con la heretogeneidad del área más antigua de explotación artesana, donde el ángulo recto da paso a lo oblicuo, esbozando un paisaje a base de columnas, escaleras invertidas y cisternas. Aquí, la arenisca, ya oscurecida por una pátina de humedad y verdín, va quedando sepultada por una densa vegetación que se expande salvajemente por las profundidades del barranco.

La enorme cicatriz, en este caso, ha sido reconvertida en algo beneficioso para el conjunto de la isla; un reducto que aglutina una enigmática belleza. Es algo parecido a lo que ocurre con nuestras viejas canteras de marès de la costa, que no solo no hieren el paisaje, sino que lo mejoran de la misma manera que una leve cicatriz inyecta carácter a un rostro bello. Los ejemplos más sobresalientes los encontramos en sa Pedrera de Cala d’Hort, con sus pozas bañadas por un agua esmeralda; en Punta Pedrera, donde se produce un fenómeno similar; en ses Portes, cuyos bloques exhiben tallas de artistas bajo las estrellas, y en Punta Galera, con su orilla configurada por terrazas escalonadas y lisas.

No sucede igual con las canteras mecánicas, muchas de ellas aún operativas, aunque no todas, que sí se manifiestan como cicatrices; auténticas amputaciones en el paisaje. Todo aquel que ha sobrevolado la isla, navegado por distintos tramos de su costa o explorado los caminos del interior, se ha topado con algunos de estos infames boquetes.

Ibiza, al igual que cualquier otra tierra, no puede sobrevivir sin canteras. La piedra y la arena que se extrae de ellas constituye el principal material con que se erigen las casas que habitamos, las carreteras por las que conducimos y los puentes que atravesamos. Sin embargo, muchas de ellas, en lugar de revertirse o reconvertirse en algo positivo, como en Menorca, continúan ejerciendo como los cráteres de una isla sin volcanes, a pesar de que las leyes ambientales exigen la restitución del paisaje. Conforman, sin duda, otra de las innumerables tareas pendientes de esta isla, donde las urgencias casi siempre tienden a la destrucción y nunca a la reconstrucción.

La clave

'MARÈS', UN MATERIAL ESENCIAL

La piedra arenisca, más conocida en Ibiza como marès, representa, por su abundancia y maleabilidad, uno de los materiales de construcción más usados. Las esquinas de los baluartes de la muralla se construyeron con este material y también se empleaba en el campo para forrar de piedra las casas payesas y escalonar o separar las parcelas de cultivo y los pastos con muros de piedra seca. Incluso muchos edificios de la ciudad, con cierta antigüedad, están tabicados con semejante material. 

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