Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Memoria de la isla

Talamanca, la playa perfecta para aprender a nadar

Todos retenemos imágenes de los lugares vividos que, si cerramos los ojos, podemos visualizar. Vara de Rey, el Parque, la plaça de Vila, el Rastrillo, el Revellí, el Soto, el Portal Nou, el Mercat Vell, el Puig des Molins, los Andenes, el Muro, las Feixes, la Barra, Botafoc, Figueretes, el Convent, el Pereira…Los nombramos y se disparan nuestros recuerdos como una película. Son ámbitos identitarios que constituyen nuestro paisaje biográfico, nuestra memoria afectiva

Vista aérea de Talamanca. f. bosch

Talamanca es uno de esos espacios de nuestros primeros años que, sin que importe el tiempo que haya pasado, la memoria retiene con firme anclaje. En los años 50, Talamanca era la playa de la ciudad. Figueretes se frecuentaba menos y la platja d’en Bossa, más alejada, la recuerdo deshabitada con sus cuatro solitarias palmeras, siempre vacía. Y no es que Talamanca estuviera cerca. A pie o en bicicleta, por el Camí Vell de ses Feixes que dejaba atrás es Pratet, es Prat de Vila y es Prat de ses Monges, teníamos que rodear el dilatado arco de la bahía. La gran ventaja que tenía Talamanca para los vecinos de la Marina era la barca de Benjamín que atravesaba en cinco minutos las aguas del puerto y nos dejaba a un tiro de piedra de la playa, en el Racó des ses Xalanes o, más precisamente, en el Mollet d’en Puvil, que para nosotros era s’Embarcador. El gran atractivo de Talamanca era su arenal, sus aguas tranquilas y su poco fondo, que era ideal para el turismo peninsular y familiar de aquellos años, que se hospedaba en el entorno de los muelles, en las fondas del puerto -Comercio, La Marina y Formentera-, en el Hotel España y, poco después, en el Hotel Noray, que se inauguró el 1959.

Talamanca era una playa perfecta para aprender a nadar. Los chicos de la Penya y la Bomba lo hacían en la pequeña playa de guijarros que quedaba entre el Muro y el espigón de la Torre del Mar. Algunos lo tuvimos peor y lo hicimos en el rincón de las Barracas, junto a la drassana de sa Riba. Mi padre era carabinero en los muelles y repitió lo que hacían con sus hijos los pescadores: con una cuerda en torno al pecho me sujetaba desde del muelle y poco a poco me iba soltando, truco que me obligaba a bracear. En cuatro días nadaba como un renacuajo y en dos semanas, para no ser menos que los demás, me tiraba ovillado al agua desde el muelle, feia buldetes. Aquel aprendizaje a las malas en lugares de mucho fondo explica que después no dijéramos nunca que nos íbamos a bañar, anàvem a nedar i a fer cabussons. Y como era imposible zambullirse en la playa, nos escapábamos a s’Arany, al Salt de s’Ase, al Laguito, al Botafoc y, sobre todo, a las aguas de sa Casassa, -ruina que estaba donde hoy tenemos el Corso- en las que cogíamos enormes nacras (anclotxes). Hoy están protegidas, pero entonces se vendían a los turistas como souvenir, con marinas pintadas en el interior de sus palas. Yo las prefería como eran, de un rojo de cobre en su parte más ancha y nacaradas en su extremo más agudo, que las mantenía clavadas en los fondos de arenas y algas.

Vista aérea de Talamanca. f.bosch

Aunque dejamos de ir a la playa, el camino de Talamanca siguió siendo un paraíso de aventuras y juegos. Desde una gabarra desahuciada que se destablaba y hundía en los fangos frente al Matadero, pescábamos esparrais, cabots, mabres y las tontorronas lisas que en casa no querían, pero que nos divertía coger porque eran grandes, tironeaban del sedal y doblaban la caña como ningún otro pez. Y en las aguas someras de la Barra pasábamos el gambaner para coger unas gambillas que eran un cebo mucho mejor que la pasta que hacíamos con harina, agua y sardinas machacadas. Entre los 10 y los 12 años, nuestras aficiones fueron ya cinegéticas y en las Feixes cazábamos ranas que nos servían para hacer apuestas: el que conseguía con ellas el salto más largo ganaba canicas o tebeos. También cogíamos anguilas con viejos cestos de esparto que, con una piedra que diera peso, fondeábamos en los desagües de las acequias con tripas de pescado que olieran mal. Colocábamos tres o cuatro cestos al atardecer y los recogíamos al día siguiente. Muchas veces de vacío, pero no era raro que alguna anguila se quedara aletargada en el refugio que le daba el cesto. Nos las llevábamos a casa en un cubo con agua y no se morían, podían vivir varios días antes de que nuestra madre nos las sirviera fritas, en rodajas y muy calientes. Su carne, blanca y delicada, era buenísima.

Guateques

Algunos años después, ya en los 60, volvimos a Talamanca. Pero no a nadar. Habíamos entrado en la edad del pavo y en el chalet de las hermanas Cava de Llano que estaba y sigue en la misma playa, en el declive de la colina que llamaban Desgavellat, montábamos -¡cómo me acuerdo de Maria Luisa y Ana!- increíbles guateques en las terrazas que llenábamos de luces y alegrábamos con tramposas sangrías que nos provocaban enamoradizos estragos. También contribuían a ello las pegadizas tonadas de Carosone, Celentano, Gigliola Cinquetti, Nicola di Bari, Dalida, Ramazzotti y Rita Pavone, que nos hacían soñar con Il mondo, Volare, Come prima o Sapore di sale. Tampoco estaban mal las baladas del Dúo Dinámico, los Sirex, Los Bravos, Adamo, José Guardiola y la Mariquilla de José Luís y su guitarra. De aquellos felices 60 son mis últimos recuerdos de la Talamanca ibicenca.

Desde el Bages

Muchos años después, ya en Barcelona, en una excursión que hice con unos amigos al Parque Natural de Sant Llorenç de Munt, en el Bages, nos topamos con un cartel de carretera a la entrada de un pequeño pueblo medieval que me sorprendió porque se llamaba precisamente Talamanca. Saqué una foto y me olvidé del hallazgo. Mucho después, como quien dice ayer y gracias a Enric Ribes, nuestro etimólogo de cabecera, supe que el nombre de nuestra playa nos viene de aquel pueblo y, más concretamente, de un tal Ramón de Talamanca, «lloctinent de Gobernació a Eivissa de la Corona d’Aragó entre 1393 y 1413, que havia estat propietari de duesfeixes del Prat situat davant la vila d’Eivissa, així com de la cavalleria d’Alcudia (Puig d’en Valls)». ¡Qué pequeño es el mundo!

Compartir el artículo

stats