Memoria de la isla
Memorial de la pesca pitiusa
El hecho de que el mar haya sido una providencial fuente de provisión para los habitantes de las islas explica que sus pescadores conozcan con precisión el relieve submarino de sus caladeros en los que se alternan arenales, praderas, barrancos, colinas y valles, un variopinto y fascinante paisaje que, según se aleja de la costa, declina suavemente y se pierde en lo que conocemos como ‘Fons Perdut’ o ‘sa Davallada’
Miguel Ángel González
Es incomprensible que en islas como las nuestras, ligadas a un mar inevitablemente familiar y que para sus habitantes ha sido tradicionalmente una oportuna despensa, no dispongamos todavía de un relato que nos hable, por lo extenso y lo menudo, desde los primeros tiempos hasta nuestros días, de su actividad pesquera. Tenemos noticias dispersas de la pesca en uno u otro momento de nuestro pasado y conocemos las artes que practican hoy nuestros pescadores, pero carecemos de un memorial de la pesca pitiusa que debería abarcar, en la medida de lo posible, toda nuestra historia marinera. Una tal compilación tendría inevitables lagunas, pero podría ofrecernos la hilatura necesaria para recomponer las secuencias de un legado pesquero que, en otro caso, habremos perdido para siempre.
No hablo, por supuesto, de la pesca de altura que con los medios actuales –rádares, mallas especiales y eficacísimos sistemas de arrastre- esquilman hasta el agotamiento la fauna marina. Me refiero a la pesca tradicional, artesanal, de bajura, de régimen familiar, la pesca que se hacía con pequeñas barcas y sin perder de vista los litorales. El hecho de que estas artes menores no hayan cambiado sustancialmente a lo largo de los siglos –la arqueología nos dice que hace 2.000 años ya se utilizaban anzuelos, arpones, agujas, mallas, nasas y almadrabas-, facilitaría la reconstrucción de nuestra memoria pesquera.
La historia de la pesca en nuestras islas podría arrancar en los restos arqueológicos que preserva nuestro Museo, en los registros iconográficos de los peces que aparecen en esculturas, joyas, lucernas, monedas, mosaicos y vajillas, en la etnografía comparada y en los textos griegos y romanos. Un buen ejemplo de este arranque lo tenemos en las ponencias que se hicieron en las ‘XXVI Jornadas de Arqueología fenicio-púnica’ (Ibiza, 2011). En ellas se habló de las artes y aparejos que utilizaban los primeros pescadores pitiusos, de las salazones que propiciaban las Salinas, de las especies que se capturaban y de la riquísima gastronomía marina en la que tuvieron especial importancia las salsas que hoy agrupamos en el genérico garum.
1.000 sestercios por 6,5 litros de ‘garum’
Dice Plinio que por 6,5 litros de garum se pagaban mil sestercios y que casi ningún otro producto líquido, a excepción de los perfumes, alcanzaba un precio tan elevado. (Plin. H.N. XXXI, 43). Dicho esto y teniendo en cuenta la significativa población que tuvo Iboshim, en la isla habría pequeñas unidades productivas, posiblemente de carácter familiar, que aprovecharían los productos generados por la actividad pesquera. Sería una actividad básica de autoabastecimiento, pero la posibilidad de salar las capturas y los vestigios marinos de algunas ánforas sugieren que aquella actividad pesquera pudo constituir, también, a pequeña escala, un discreto producto de intercambio. Sin olvidar el aprovechamiento del murex –nuestro familiar cornet- que se utilizaba para fabricar la púrpura, un tinte muy apreciado y de cuya producción nos quedan inequívocos vestigios en pequeñas escombreras como la que tenemos en el Canal d’en Martí.
Y si desde el mundo antiguo saltamos a la pesca de la Baja Edad Media, una referencia reveladora nos la da Antoni Ferrer Abárzuza en El Llibre del Mostassaf d’Ibiza, donde «el peix ocupa el quart lloc dins l’ordre dels capítols, després dels dedicats a la regulació de les activitats relacionades amb el pa, la carn i el ví». Así sabemos de las disposiciones que regulaban la pesca, de los precios de venta de las capturas, de las artes y aparejos que se utilizaban –batuda, volantí, bolig, cinta, palangre, rall, solta, xarxes, xàvega, etc-, así como de las especies que entonces eran más comunes, pagells, oblades, pagres, dèntols, anfosos, serrans, massots, sards, llisses, corbes, etc. Remito al lector al extraordinario estudio que Abárzuza hace y del que, por curioso, recojo uno de los valiosos textos que rescata: «Tota persona stranya o privada qui pascarà o pascar farà en les illes de Evice e de Formantera o del Spardell e de les Conilleres, del Vedrà, per qualsevol loch de les altres illes a la dita illa de Eviça subiectes, sia tengut de aportar tot peix que pendrà fresch al port del Castell de la dita illa de Eviça». Todas las aguas del archipiélago pitiuso, por lo que se dice, se consideraban caladero propio de la Vila d’Eivissa.
LA PESCA EN EL SIGLO XIX
Si damos un último salto en el tiempo, nos encontramos, ya en el siglo XIX, con la detallada información que sobre los pescadores y la pesca en nuestras islas aporta el Archiduque, Luís Salvador de Austria, en ‘Las Antiguas Pitiusas’. Un texto impagable que, lejos de limitarse a darnos una suma de datos, nos describe un completo y ameno paisaje pesquero al hablarnos del talante del pescador, su modo de vida, sus casas, su indumentaria, sus hábitos, sus barcas, sus navegaciones, sus caladeros, artes y capturas, dibujándonos incluso los útiles que entonces se utilizaban y que nos resultan sorprendentemente familiares. Vemos, en fin, que la pesca artesanal apenas ha cambiado a lo largo del tiempo y de ahí que, si alguien se anima, sea perfectamente posible pensar en ese Memorial de la Pesca Pitiusa que, incomprensiblemente en una isla, aún no tenemos.
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