El ‘cañón salvaje’ de Dalt Vila

Los conflictos también han dejado su legado cultural en Ibiza y lo que ayer fue un sistema defensivo es hoy un patrimonio de la humanidad que recuerda su pasado guerrero pertrechado de piezas de artillería

Los cañones del semibaluartede Santa Llúcia.

Los cañones del semibaluartede Santa Llúcia. / Cristina Amanda Tur

Cristina Amanda Tur

Cuando, en 1543, Bernardino de Mendoza visitó Ibiza para comprobar el estado de sus defensas, encontró las murallas tan maltrechas que no dejó en la isla ninguna pieza de artillería por considerar que el lugar no era adecuado para ello. A pesar de lo necesario que resultaba guarnecer el fuerte ibicenco ante la cercanía de la armada turca. Esto es parte de la historia de la fortaleza ibicenca antes de Calvi, antes de que llegara el ingeniero italiano y proyectara las murallas que hoy son patrimonio de la humanidad.

Según cuentan Fernando Cobos y Alicia Cámara en el libro ‘De la fortificación de Yviça’, un año después, ya «coincidiendo con el inicio de las obras de 1544, se llevó desde Alicante un ‘cañón salvaje’, de cincuenta y cinco quintales, con ciento treinta y ocho pelotas de hierro, y treinta quintales de pólvora, que no sabemos si llegaron, y el duque de Calabria don Fernando de Aragón, virrey de Valencia, se comprometió a enviar una culebrilla que llegó en junio junto con la munición necesaria para ella. Llegaron también arcabuces y picas desde Barcelona».

En el momento de las más graves incursiones piratas en el Mediterráneo occidental –en 1543, piratas argelinos habían amenazado la ciudad fondeando sus galeras junto a s’illa de ses Rates y un oficial de Barbarroja había desembarcado en el estuario del río de Santa Eulària y atacado la villa–, Ibiza consiguió tener un solo cañón. Y una culebrilla (un pequeño cañón). Dalt Vila tiene hoy más cañones de los que tenía cuando más los necesitó. Aunque los cañones de hoy no sirven para hacer la guerra sino para recordar el pasado de una isla que tuvo que defenderse durante siglos de incursiones enemigas.

Las obras de 1544 a las que se refieren los autores del libro citado no son aún las famosas obras de Calvi, que no se iniciarían hasta una década después. Y el militar Bernardino de Mendoza, aunque ha quedado relegado prácticamente al olvido en la historia de Ibiza, tuvo un papel esencial en la construcción de las murallas, ya que su intervención fue providencial para que las obras, al final, se encargaran a un ingeniero como Giovanni Battista Calvi.

Y es que las obras de 1544 fueron calificadas por el militar –experto en fortificaciones y nieto del marqués de Santillana– como un error. Y así lo dejó escrito en un informe que realizó para la Corona cuando volvió a Ibiza ese año. En el informe señala que las obras las lleva a cabo un albañil mallorquín «que en su vida salió de Mallorca y al que ha puesto el virrey nombre de ingeniero para dar autoridad a lo que hace. Es cosa perdida y al cabo viene a pagar su majestad todos estos hierros (errores)». El texto, escrito realmente en un castellano antiguo y rescatado por Fernando Cobos y Alicia Cámara, viene a aclarar los acontecimientos posteriores. Gracias a Bernardino de Mendoza, lo que iba camino de convertirse en una chapuza monumental acabó siendo un monumento, un ejemplo de fortificación renacentista abaluartada que resiste al paso de los siglos y que, convertida en patrimonio, se ha pertrechado de más cañones (y culebrinas) de los que llegó a tener en algunos periodos de su historia bélica.

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EL EXPERTO EN FORTIFICACIONES

En cierta medida, la historia ibicenca le debe al militar Bernardino de Mendoza –muerto en la batalla de san Quintín– las actuales murallas. Él recomendó que se pararan las obras que se realizaban en 1544 y consiguió que se encargase el proyecto a un auténtico ingeniero. 

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