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Reportaje

Los pájaros que emigraban de Ibiza a la Luna

Las islas han recibido ya a las especies migratorias que pasarán el invierno entre nosotros –como estorninos, garcillas bueyeras y petirrojos– mientras la ciencia sigue investigando estas migraciones y superando curiosos mitos

Bandada de estorninos en ses Salines CAT

Las nuevas tecnologías de seguimiento –geolocalización y seguimiento por satélite– han revolucionado la investigación de los desplazamientos migratorios de las aves. Y si hoy sabemos que muchas de ellas vuelan lejos de sus zonas de cría en busca de lugares más cálidos en los que pasar los meses fríos, la repentina desaparición de especies fue, durante siglos, un misterio que dio lugar a múltiples –y a menudo disparatadas– teorías. En la Edad Media era opinión generalizada que determinadas especies desaparecían porque hibernaban, a veces ocultas en el barro de los estanques o en el mar, e incluso se especuló sobre la posibilidad de que emigraran a la Luna. «Hubo en el siglo XVII un pensador, Charles Morton, que mantuvo esa teoría e incluso llegó a calcular cuánto tardarían en llegar». Así lo explica el responsable del programa de Cooperación Internacional de SEO/Birdlife, Jorge Fernández Orueta, que añade que Alberto Magno, «ni más ni menos que el patrón de las ciencias naturales, estaba convencido de que las aves hibernaban, como los osos». Igual que lo estaba el científico Carlos Linneo, el creador de la taxonomía, que, ya en el siglo XVIII, reflejó en su ‘Systema naturae’ que las golondrinas se ocultaban o sumergían en algún lugar secreto para emerger en primavera. Aunque hay que agregar que, con su extenso catálogo de los reinos de la naturaleza, Linneo también creía estar clasificando la obra de Dios.

Grullas en ses Salines CAT

Esas mismas golondrinas, según Charles Morton, tardaban 60 días en llegar a la Luna; era la época en la que los descubrimientos astronómicos y la novela ‘El hombre en la Luna’ (en la que Francis Godwin incluso cita a las golondrinas) llevaban ya a fantasear con los viajes al satélite de nuestro planeta. Y fue esta curiosa teoría, por cierto, la que inspiró el poema de Pablo Neruda ‘¿Es verdad que las golondrinas van a establecerse en la Luna?’.

Aristóteles, que sí bien ya apuntaba a que algunas especies como las grullas emigraban a las lagunas del Nilo, defendía, por otra parte, que los petirrojos que observaba en invierno se transformaban, en primavera, para convertirse en colirrojos reales

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Mucho antes, Aristóteles, que sí bien ya apuntaba a que algunas especies como las grullas emigraban a las lagunas del Nilo, defendía, por otra parte, que los petirrojos que observaba en invierno se transformaban, en primavera, para convertirse en colirrojos reales. Y la teoría de la transmutación de los pájaros se mantuvo viva durante siglos.

Petirrojos (gavatxet roig) y grullas se encuentran entre las especies más destacadas y conocidas de cuantas pasan el invierno en las Pitiusas, aunque la lista de aves invernantes es muy larga. Las grandes y ruidosas bandadas de estorninos, las gaviotas reidoras en ses Salines, las lavanderas blancas (titineta) y la cada vez mayor presencia de garcillas bueyeras (esplugabous) en las rotondas y en los campos son, asimismo, signos del invierno en las islas. Las más famosas migradoras, las golondrinas, sin embargo, no son invernantes sino que, como otras muchas especies, llegan a las islas en primavera procedentes de más al sur, y el mayor número de ejemplares que puede verse en las islas se registra en los pasos migratorios. Las golondrinas han sido claves en la investigación de las rutas migratorias; y con ellas se ha confirmado que el cambio climático está modificando los ciclos de las aves.

LA BRÚJULA MAGNÉTICA

Y cuando por fin el ser humano se dio cuenta de que golondrinas, petirrojos y otras especies –el 30 por ciento de las 10.000 conocidas– buscaban zonas más cálidas para pasar el invierno, aún hubo que resolver el misterio del sistema de orientación que les permite realizar miles de kilómetros, cruzar mares y territorios, sin perderse. Aún no se han resuelto todas las incógnitas, pero ya entrado el siglo XX se realizaron experimentos que mostraron que los pájaros usan las estrellas –el movimiento de las estrellas en la bóveda celeste en torno a la estrella polar– para orientarse.

Los movimientos migratorios están guiados por la posición del sol y de las estrellas, por temperaturas locales, incluso a veces por olores, y también por el campo magnético de la Tierra. Fue investigando el comportamiento migratorio de los petirrojos que, en los años 50, se alcanzaron las primeras pruebas de que las aves podrían tener una brújula magnética. En el libro ‘Los sentidos de las aves. Qué se siente al ser un pájaro’, el ornitólogo Tim Birkhead explica que «sorprendentemente, las aves también tienen un mapa magnético que les permite identificar su ubicación –como un sistema GPS, pero, en vez de usar señales vía satélite, las aves usan el campo magnético de la Tierra–». Lo cierto es que hasta los años 80 del siglo XX no se aceptó, de manera generalizada, que las aves disponían de este sentido magnético.

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